Capítulo veintitrés

8K 501 21
                                    

Capítulo veintitrés.

Todo el resto de la noche hice las cosas en modo automático.

En verdad no sabía lo que estaba pensando, ni si quiera sabia porque me estaba comportando así, pero una pequeña parte dentro de mí me decía que, si lo sabía y no quería aceptarlo, me rehusaba a hacerlo.

La mercancía fue dejada en donde se supone y así fue. Ignorando completamente la mirada de Britany/Cristina. Continué caminando con la bolsa negra en la mano, era pequeña, pero lo que traía adentro era valioso. Espero que fuese y valiera la pena por haber matado a esa chica.

De cualquier forma, esto se veía horrible. ¿Cómo se sentía matar a alguien inocente? Mal. ¿Quería huir del problema? Demonios, sí. Pero no iba a irme a ningún lado, no ahora, ni mañana, ni nunca.

No suelo huir de mis problemas, al menos no hasta hace poco.

Un estruendoso sonido hace que levante la cabeza bruscamente.

— ¿En que estaban pensando? —nos grita. —Ya tengo suficiente con que estén buscando a... — hace una pausa antes de señalar en mi dirección. —...esta —finaliza.

— ¿Perdón? —le digo lo suficientemente alto para que todos en la habitación me escuchen. — ¿Disculpa? —coloco un dedo detrás de mi oreja e inclino mi cabeza al frente con total ironía. —Esta. —me señalo. —Tiene nombre, estúpido. Espero que la próxima vez que te refieras a mí como "esta" lo pienses mejor porque yo no me detendría un segundo en arrancarte tus...

—Bien. —Ricardo me interrumpe. Me mira con reproche, pero lucha contra una sonrisa. —Creo que lo hemos entendido todos.

—Ah, y que quede claro una cosa. Solo una cosa —recalco. —No porque seas mi jefe y te sientas el rey del mundo vas a hablarme como se te dé la regalada gana. —con esto último dicho, doy media vuelta y salgo del almacén.


Un dedo desconocido toca mi espalda, doy media vuelta y pongo los ojos en blanco.

—Ahora no. — Cristina da un paso atrás y mira a todos lados menos a mí.

—Quería hablar a solas. Contigo.

—Claro que conmigo. ¿Con quién más? — me burlo.

—Deberías dejar que te explique siquiera. Si no dejas que jamás hable, que jamás me justifique no vas a entender porque lo hice. —se justifica. Resoplo audiblemente.

—Jamás es un tiempo muy, muy largo. —frunzo el ceño. — ¿Sabes? ¿Qué pasaría si no quisiera que me explicaras? ¿Qué pasaría si no quisiera que te me acercaras? Y si quiero sacar mis propias conclusiones, ¿a ti qué?

—Me importa. —responde. —Además estarías viviendo en la ignorancia porque no puedes estar siempre así. No siempre tienes la razón. Necesitas, debes escuchar explicaciones.

—Para que, ¿eh? ¿Para qué vuelvas a mentirme? No, gracias. —ironizo. Meto las manos a los bolsillos traseros de mis jeans sin dejar de mirarla.

—No, obviamente estas dolida y lo entiendo...

—No, no entiendes. — cierro los ojos brevemente. Tengo que tranquilizarme no puedo perder las casillas ahora. —Si fueras yo, ¿qué harías? —preguntó. — Ponte tan solo unos segundos en mi lugar y veras que duele. Porque realmente duele, Cristina. Porque esto no se trata de un juego. Porque estaba retorciéndome la conciencia en que te habías muerto por mi culpa —respiro hondo. Creo que esta conversación que tanto temí en que llegara, llego.

—No puedo simplemente pensar que no paso y ya. —me encojo de hombros. —No puedo todavía asimilar la idea de que sigues son vida y sobre todas las cosas que me has mentido, pero ¿sabes? No fui a la única a la que le mentiste. También le mentiste a tu hija. Tu hija, Cristina. Un ser pequeño que no tiene la culpa de nada y que ahora, ¿en dónde está? Ni siquiera lo sabes. —aguardo unos segundos, cuando veo que no va a contestar prosigo:

—No soy la misma chica que hace años, Cristina. No voy a seguir fingiendo que todo lo que haces está bien. Sé que lo hiciste porque me amas, lo sé. Pero te hubieras detenido a pensar las cosas con más claridad, con más precisión. Esto no parece cierto, pero es verdad y aunque te perdone no servirá de nada porque el dolor seguirá allí y no voy a poder ignorarlo.

—Sí, lo hice porque te amo. Porque eras la única familia que tenía — comienza. —Pero ahora dime tú, ¿sabes cuánto dolía verte tras las rejas, Elizabeth? ¿Sabes cuánto dolía que mi hermana pequeña estuviera cambiando? También dolía, mucho, más que nada. Mi hija. Lo acepto, fue un gran error. El peor que debí haber cometido, pero no me arrepiento de haberme metido en esto. Y sé que si regresara el tiempo lo volvería a hacer, una vez más y otra y otra y otra. —lagrimas corren por sus mejillas, miro por encima de su hombro, no quiero verla llorar.

— Añoro con todo el cariño del mundo que me perdones. Que olvides ese dolor que tanto te hice y que volvamos a hacer las mismas de antes, no igual, pero casi, solo un poco, si nos esforzamos podríamos serlo. —un sollozo entrecortado se le escapa. — Sé que no eres la misma chica que hace años. Has madurado. Poco, pero lo has hecho. Has crecido y aunque fue tarde, pero he visto parte de ese crecimiento y te amo más por eso. No quiero que finjas que todo está bien.

» Nada está bien. Por ahora, no voy a obligarte a que me quieras de nuevo, porque sé que me odias y no trates de negarlo porque lo sé. Créeme, si de mi dependiera me hubiera encantado decirte el secreto desde un principio, desde la primera vez que te vi. Tenía que negarme a la idea de abrazarte, de decirte cosas buenas sobre la vida y de corregirte en maldecir tanto, pero no podía y no puedo ahora. Porque es demasiado tarde. Fue mi error y los errores se aceptan y estoy aceptando el mío. Me hubiera gustado que tú entendieras. Esto no lo hice por mi bien, lo hice por las dos. No iba a venir directo a ti cuando te fugaste de la cárcel. No podía, pero de haber sabido que me odiarías por hacer esto entonces tal vez, solo tal vez lo hubiera pensado y francamente puedo decirte que, como ya lo he hecho anteriormente, volvería a hacer lo mismo.

— ¿Por qué te empeñas tanto en eso? — susurro. — ¿Por qué volverías a cometer esa tontería?

—Porque te habría aterrorizado lo que habrías encontrado cuando fuiste a casa de mi suegra.

— ¿Qué es eso de lo que me habría aterrorizado? Porque créeme me hubiera gustado mucho ver eso. — ironizo otra vez. Pone cara seria, me mira a los ojos y yo hago lo mismo.

—Porque papá estaba ahí. Siempre supo sobre nosotras. — eso sí que no lo esperaba. ¿Él siempre lo supo? Quito las manos de los bolsillos y asimilo esto. Es demasiado, como siempre. Las cosas se salen de control. Meneo la cabeza de un lado a otro y miro al suelo. Cuando regreso mí mirada a Cristina veo dolor en sus ojos. —Perdóname. Por favor. —susurra, tan bajo que podría haberlo imaginado de no ser por otro par de lágrimas que se escapan de sus ojos. —Por favor... —susurra en medio de un sollozo. Yo no hago más que mirarla fijamente. La perdonaría todas las veces posibles con tal de verla feliz. Y es ahí cuando lo sé.

Es ahí que estoy a punto de quebrarme.

Es ahí cuando estoy a punto de romper a llorar.

Y por una vez deseo hacer lo que no quería hacer, al final la razón gana y me aviento a los brazos de mi hermana.

Porque, ¿Qué otra cosa puedo hacer? 

FugitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora