Capítulo treinta

7.3K 458 61
                                        

Capítulo treinta.

Los días pasan y con ellos mi tiempo.

Cuando nos detenemos a pensar cómo es que hemos llegado hasta aquí sabes que has perdido la cuenta de los días y ya no puedes hacer nada. Porque cada suceso te marca y cada gota de sangre se intensifica.

Todavía no le hablo a Ricardo y no pienso hacerlo, aunque todas las mañanas lo intenta y Trina y Rodrigo me animan a darle la razón, pero él se ha dado cuenta de que no voy a hablarle y no pienso hacerlo, por ahora.

La herida en mi frente ha disminuido hasta dejar una leve cicatriz que solo se nota si te acercas demasiado a mi rostro. La herida en la cabeza si ha dejado cicatriz, pero no se nota con el cabello y no es que sea una niña mimada ni nada por el estilo, pero hasta yo sé que se vería fea si no tengo suficiente cabello para taparla. La herida de bala en mi hombro se infectó hace dos días, aunque nada grave y ahora se encuentra sanando a la perfección y todos los demás que eran dolores musculares ya no están.

Me alegra estar en perfecto estado y eso no quiere decir que sea precavida y me siga llevando mi gorra a todos lados a donde me mandan.

Lusse murió. Ese mismo día en aquel restaurante ella quedo inerte, sin respirar, sin luchar, sin vida. La culpa no me carcome porque se lo merecía, pero era una persona y un ser humano al que maté.

No he visto a los segundos y es que tampoco han dado señales de vida.

Hemos estado haciendo el trabajo continuamente y el jefe no para de llamar al celular de Ricardo para darnos órdenes. Hace mucho que no vemos al jefe porque él no lo ha permitido. Todas las indicaciones son llevadas por otras personas o como he dicho ya por el celular de Ricardo, pero como él me importa menos de lo que debería no pongo atención a su ausencia.

—Eliza. —me llaman. —Elizabeth, ¿En qué estás pensando? —pregunta Rodrigo. Lo miro directamente a los ojos y no es hasta ese momento que sé que me he quedado viendo un punto fijo a la nada.

—Yo nada. —le contesto sincera y es que realmente no estaba pensando en algo importante.

Tampoco iba a decirle que esta situación se hace cada vez más extraña y que me estoy callando el decirle que lo quiero mucho, pero no de la forma en que él me quiere a mí. Sé también que solo estoy ilusionándolo con cada día que pasa y que eso es algo malo.

—El jefe ha hablado. —anuncia Trina. Ella está más pálida de lo que debería.

— ¿Que dijo? —Rodrigo se levanta del sofá y va a la cocina.

—Que nos quiere ver a todos ahora. —ella agarra las llaves del auto y sale del departamento seguida de Ricardo que ya no se inmuta en darme una mirada.

Voy a mi habitación y saco mí ya familiar gorra.

— ¿Nos vamos? —Rodrigo inclina su cabeza hacia la puerta y me deja pasar primero, él cierra la puerta y bajamos las escaleras.

Cuando abro la puerta del asiento trasero del auto me llevo la sorpresa de que Daniela está ahí y tengo que hacer firme a todo mi autocontrol para no reclamarle nada.

Un silencio incomodo invade el vehículo, pero no sé cuál es la razón, hasta hace unas horas yo les hablaba bien a dos personas que van en el auto, pero ahora son cuatro y a las otras dos no les dirijo la palabra.

Llegamos al almacén que ya no parece un almacén.

Ahora es de tres pisos, ¿cuándo hicieron esto? Apenas hace dos días no estaba así y debieron de haber trabajado demasiado rápido tanto día y noche para acabarlo a estas alturas.

FugitivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora