Capítulo treinta y uno

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Capítulo treinta y uno.

Sigo impactada por lo que acaba de pasar. Trina ha pasado un buen rato tirada allí y Ricardo hace todo para levantarla, pero ella pone tanta resistencia que no es creíble.

Rodrigo hace todo lo posible para que nos vayamos, pero le digo una y otra vez que no puedo dejar sola a Trina.

—No está sola, Elizabeth, tiene a Ricardo. —yo niego con la cabeza para que se calle y me quedo ahí.

En un momento inesperado, Trina se levanta y se dirige al jefe, sus gorilas hacen amago de defenderlo, pero él los aparta con una mirada.

Va a dejar que Trina se desahogue golpeándolo, así como hice yo con lo sucedido a Cristina.

Trina es más salvaje que yo y se le avecina al jefe, esté cae de espaldas al pavimento y Trina lo golpea una y otra vez tanto que le saca sangre de la nariz y le parte el labio.

Me acerco a ella, pero no entiende de razones. No puedo dejarla que siga haciendo lo que hace, sus manos se encuentran sangrando y eso es grave.

—Trina déjalo. —insisto, pero ella no escucha. —Te he dicho que lo dejes. —la jalo del brazo y ella por fin se separa. Empujo su espalda hasta entrar en el auto. Asiento con la cabeza hacia Rodrigo como confirmándole que está todo arreglado él le manda el anuncio a Ricardo.

Me situó detrás del volante y salimos volando a la velocidad de la luz. Después de haber manejado unos pocos kilómetros me detengo en la carretera.

Trina mira sus manos en su regazo y levanta la mirada. Yo cierro los ojos y siento sus brazos agarrarse de mi cuello. Abro los ojos e igual la abrazo porque sé que necesita esto mucho más de lo que yo lo necesitaba antes.

—Todo va bien. —la tranquilizo. —Todo estará bien. —ella solloza en mi hombro y niega con la cabeza repetidas veces porque sabe que esto no está bien.

-

Me costó horrores poder regresar al departamento, pero al final lo logre y agradezco al más allá porque Trina no hizo más difícil el camino hacia acá.

Tenía que decirle a Rodrigo lo que yo sabía que pasaría porque hasta fui casi parte del plan, pero no pienso culparme más. Por una parte, sé que él va a entender, pero el sentido de la no irracionabilidad va a ser presente en él una vez que se lo diga y no quiero hacerlo, no quiero que se enoje conmigo por algo en lo que hasta pude hacer lo correcto.

A la mañana siguiente me levanto con un plan en mente: encontrar a Daniel hasta por debajo de las rocas, no tengo ningún lugar en específico en donde encontrarlo así que no pienso como es que mi plan va a funcionar.

Esta noche me encuentro más que emocionada de darles su merecido a ellos, tengo muchas preguntas sin respuesta y sé que eso no me agrada

— ¿Por qué tan emocionada? —pregunta Rodrigo.

—Oh, no, nada. —contesto sin importancia.

Nos sentamos en las sillas del comedor y nos envuelve un silencio incómodo, muy incómodo y como si él me leyera la mente dice:

—Sabes que puedes decirme lo que quieras, ¿verdad?

—Sí.

—Bueno porque quiero que estés consciente de eso y de que a pesar de que seamos lo que seamos siempre vas a contar conmigo como un amigo.

—Yo... también. —es en estos casos en donde me gustaría decirle la verdad. —Tengo que decirte algo, Rodrigo.

—Bien, dilo. —él me mira atentamente mientras yo muevo deliberadamente las manos en mi regazo.

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