Capítulo veintiséis

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Capítulo veintiséis.

No voy a volver a tener un momento de debilidad.

¿En que estaba pensando? ¿En qué demonios estaba pensando? Quiero desaparecer ahora. Bien, no volveré a verlo, sí, eso es.

Mi hermana ahora estaba muerta y no podía llorarle más, ni en silencio, ni emocional, ni nada. Ella había muerto en una estación de policía falsa, pero su muerte había sido real y la había enterrado justo en donde creí que al principio ella había muerto. Dolió y aun así no lo demostré, Ni un signo de sufrimiento paso por mí en esos instantes, ya no más débil ya no más la vieja Elizabeth.

Cuando el jefe se enteró de que Cristina había muerto no hizo nada solo dijo:

—Bien. —yo me enfurecí y me avente encima del escritorio hasta llegar a él. Lo agarré del cuello y comencé a golpearlo. Sus gorilas no hicieron nada, él ya lo veía venir, ya les había avisado y estaba dejando que descargara mi enojo con él, pero sabía que esto lo iba a pagar caro y que tarde o temprano ellos iban a hacerme daño por haber golpeado a su jefe, seguí golpeándolo, impactando mi puño en su rostro una y otra vez hasta dejarle todo rojo, hasta que se volviera morado y disfrutaría aquello porque había sido su culpa.

Si tan solo no nos hubiera mandado allí. Si tan solo no hubiera sido en la noche, Cristina estaría viva, pero no. Nadie más que él tenía la culpa de su muerte. Nadie más que él.

Un día iba a matarlo con mis propias manos, ese día llegaría, sabía que lo haría y disfrutaría de ello, lo vería morir frente a mis ojos, principalmente por quitarme a la única familia que me quedaba. A la única persona que sabía con certeza que me quería de verdad.

—Nos vamos. —anuncia Rodrigo. Él solo mira a Trina y a Ricardo, a mí no. Se acerca a la puerta principal del departamento y la abre.

— ¿Como que nos vamos? —le interrogo.

Por primera vez en todo el día, se detiene y me mira. —Nos vamos.

— ¿Por qué? —insisto.

—No sé. ¿Qué? ¿Necesitamos decirte todo? —se cruza de brazos, miro a otro lado porque no quiero ver ahora su postura de macho intimidador que, no sirve conmigo.

—Somos un equipo ¿no?

—A menos que alguien esté hablando con el enemigo, no. —sale por la puerta seguido de los otros dos. Oh, gente. ¡Por favor! Solo fue una conversación que no va a volver a repetirse.

Cierro la puerta detrás de mí y corro a la velocidad de la luz por las escaleras. Apuesto a que si no me doy prisa ellos van a dejarme.

Y dicho y hecho. Se fueron.

¿Qué es lo que les pasa? No fue para tanto. Ah, pero uno cuando está enojado si los tiene que perdonar, ¿no?

Voy a llegar al almacén, sin su ayuda.

Besar al señor taxista por transporte gratis no está bien. Y todo por culpa de ellos, pero si no quieren hablarme yo tampoco lo hare.

Me acerco al almacén justo en el momento en el que ellos van llegando en el auto. Ja, que lentos. Me adelanto lo suficiente como para ganarles a entrar y camino por el estrecho pasillo que ya me sé de memoria.

—Vaya, Elizabeth. Puntual, eso me extraña...

—Ahórrate el discurso. —escupo —No vengo de humor.

— ¿Y cuándo si vienes de humor? —se burla. —Bueno, solo avísame para tratarte mucho mejor ese día. —le mando una mirada feroz. Tomo asiento en la silla frente al escritorio, la puerta se abre y no necesito voltear para ver quiénes son.

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