Sorpresa encantadora

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POV Emma

La luz entraba por la ventana, invadiendo mi cuarto, y era el motivo de mi mal humor matinal. A pesar de la increíble noche, regada por ligeras charlas, desahogos y risas que tuve con Graham, me sentía, de alguna forma, enfadada. Decidí dar tiempo al tiempo, no precipitarme y permitir que la vida siguiera su ritmo sin ansias y miedos, pero como todo era diferente cuando se trataba de mí, necesitaba pasar por una fase de adaptación. Encontrarse con nuevos rituales, nuevas experiencias, una nueva forma de enfrentarme a mí misma y a lo que sentía no era algo que fuera bien asimilado de buenas a primeras. Quizás esa fuera la razón por la que sentía un peso, una incomodidad.

Me levanté, me aseé y me dirigí a la cocina. Suspiré cuando me di cuenta de lo que tenía en mis manos: la capsula para colocarla en la máquina de expresso. Había comprado ese aparato cuando me mudé, pero en muy pocas ocasiones lo había usado a esas horas de la mañana, a excepción de los días en que me encerré y decidí apartarme de Regina y no ir más a la cafetería. Fue en ese instante en que me di cuenta de que aún estaba apartada de ella. Los momentos que tuvimos en la cocina del Jeunet fueron tan excitantes y permanecían tan frescos en mi memoria que, ilusoriamente, me habían hecho tener la sensación de que habíamos conversado y de que todo se había resuelto. Tonto engaño. Ella no me llamó, ni me mandó ningún mensaje, no intentó entrar en contacto de ninguna manera, así que significaba que no sentía interés en que continuáramos la sesión de sexo interrumpido. De cierta forma era frustrante, aun teniendo consciencia de que todo pasa cuando tiene que pasar. Pero, si yo ya había determinado que dejaría de eludir mis sentimientos, ¿por qué, entonces, no llamaba yo a Mills? ¿Por qué no tomaba yo otra vez la iniciativa?

Corrí hacia el cuarto y cogí el móvil. Cuando abrí la marcación rápida y me encontré con el número de ella, una especie de recelo ilógico me invadió. Me quedé parada mirando la pantalla del teléfono sin esbozar ninguna reacción. Anticiparme iba contra todo lo que Graham y yo habíamos hablado. Y sí, esto era una anticipación. Necesitaba tener paciencia, aguardar un contacto con Regina o, por lo menos, esperar un poco más para ir tras ella.

Tiré el aparato a la cama y volví a la cocina. El café estaba listo. Cogí mi taza y me fui a sentar al borde de la ventana para observar el movimiento de la calle y la vista que tenía de Nueva York. Ese era mi intento de huir de los recuerdos de mi morena de enigmáticos ojos.

«¡Mía!» reí de la observación absurda que tuve.

Inmersa en mis pensamientos, me asusté con el sonido del timbre. Mi corazón se disparó al recordar que 24 horas antes quien estaba al otro lado de la puerta era Regina. Abrí y no puede ocultar la decepción al ver que era el portero quien tocaba.

«Buenos días, señorita Emma. Este sobre llegó esta mañana» dijo el hombre extendiendo la mano hacia mí

«Gracias, pero no ha venido por correo. ¿Quién lo ha entregado?»

«Ha sido un muchacho, parece que vive en la calle. Ya lo he visto algunas veces deambulando por ahí»

«Ok, está bien, Walter. Gracias una vez más»

«¡No hay de que, señorita!»

Cerré la puerta y me quedé mirando el papel color vino. Me senté en el sofá y, con cierto recelo, comprobé el contenido.

«¡No me lo puedo creer!»

Había dos entradas para el musical Wicked, en cartel en Gershwin. ¡Cielos! ¡Ese musical era increíble! ¡Ha sido ganador durante diez años de más de cien premios internacionales! Hace tiempo que estaba como loca para ir a verlo, pero siempre que surgía la oportunidad, algún imprevisto me impedía llevar a cabo mi intento.

El dulce sabor de la rutinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora