Impresiones

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POV Regina

La noche había sido pésima. El ruido era ininterrumpido e irritante. El olor, nada agradable, invadía mis fosas nasales, dificultando la organización de mis pensamientos y consecuentemente, el sueño. Me viré y volví a virar en aquel camastro helado. Abría y cerraba los ojos, ya impaciente por las horas que se arrastraban lentamente. Por fin, decidí sentarme y tamborilear mis dedos en mi pierna como si estuviese tocando una sinfonía de Beethoven al piano. "¡Y esto no es ni la mitad de lo que te espera, Regina!" Pensamientos traidores angustiándome aún más, iban y venían en mi mente "¡Qué tortura!"

No era posible saber si era de día o de noche. Intenté pensar en algo que fuera más angustioso, pero la conclusión a la que llegue fue obvia, no lo había.

No se podía medir el tiempo en ese sitio. Debía de ser de mañana, pues un policía me trajo pan y café negro. No tenía hambre. No sentía ni el más mínimo deseo de experimentar aquella amargura. Ya era suficiente con mi vida en esos últimos días.

Como un mecanismo de fuga, me hundí en los recuerdos de mis momentos con Emma. Sonreí. Era instintivo. Sus maneras dulces y tempestuosas al mismo tiempo me encantaban de tal manera que ya no sabía qué hacer sin mi rubia. Ella formaba parte de mí y era la mejor parte.

Sacándome de mis pensamientos, la voz del Dr. Gold se hizo presente resonando en las frías paredes de la celda.

«Buenos días, Regina» no respondí. Solo alcé las cejas encogiéndome de hombros «Ya...no es una situación que pueda calificarse de buena» él suspiró y le agradeció al agente que le abrió la celda con una sonrisa «He venido para acompañarte en tu traslado»

«Vino a acompañar mi viaje al infierno»

«Desgraciadamente sí...pero aun así estoy satisfecho. La posibilidad de trasladarte al Complejo Federal se discutió»

«¿Qué?» me levanté, asustada ante lo que escuché «Pero está en Indiana, a horas de aquí. ¡No pueden hacer eso!»

«Hey, calma. No lo harán. Se quedará en Washington esperando el desarrollo del caso»

«¿Y cuándo me trasladarán?»

«Ahora. La Teniente solo está terminando de resolver otras cuestiones»

«¿Y dónde están Emma y Graham?»

«No lo sé» el hombre me miraba complaciente

«No puedo marcharme sin despedirme»

«No podemos esperar, Regina. Sabe que las cosas no funcionan de esa manera. No es nuestro tiempo. Lo máximo que puedo hacer es llamar y comprobar dónde están y aun así, no os será permitido conversar»

«¡Joder!» llevé mis manos a mis cabellos insultando al mundo.

Inicialmente mi reacción fue de rabia e indignación cuando agentes femeninas me vinieron a buscar. Sin embargo, ya había comprendido que, para conseguir salir de aquel agujero oscuro en que me encontraba, tendría que aceptar mi nueva realidad con resiliencia. Solo lo sentí por mi novia y por todo lo que le estaba haciendo pasar. Esposada, me colocaron en un furgón, y nos dirigimos, sin demora, a mi nuevo destino: la Penitenciaria de Washington.

Para muchos la palabra "prisión" no es difícil de entender: es un lugar donde tu libertad, tus movimientos y tu acceso a básicamente todo es restringido, en general es un castigo por un acto juzgado incorrecto de acuerdo a las leyes. Sin embargo, para quien vive el ambiente penitenciario, una prisión es mucho más que clausura: es un lugar donde la dignidad, la privacidad y el control son entregados a los agentes y demás trabajadores del sitio, donde el aislamiento de la sociedad y el consecuente tedio pueden dejar a alguien loco y donde la más sencilla de las necesidades y derecho de los ciudadanos parece un lujo.

El dulce sabor de la rutinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora