El fin no existe para quien ama...

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POV Emma

"¿Aceptas casarte conmigo?" Fue la pregunta más significativa e importante que he hecho en la vida. Ya conocía la respuesta. Sin titubear, mi corazón sabía que Regina iba a decir que sí. Quizás el mundo entero también lo sabía. Sin embargo, por algunos segundos, mientras no escuché el sonoro y emocionante "sí, acepto", vacilé en mis certezas y sopesé la posibilidad del no.

Todo el proceso, desde que decidí comprar la casa y pedirle que se casara conmigo hasta ese preciso momento, muchas emociones me envolvieron, principalmente ansiedad, pero no dejé de sentir ese placentero frío en la barriga.

Yo podría haber ido directo al punto, sin rodeos, diseñando mi amor en líneas rectas y precisas, comportándome de forma pragmática en el pedido, practicando la ingeniería sentimental más concisa. Pero, a lo largo de mi relación con Mills, aprendí que el amor no es mecánico y funcional. Requiere cuidados, florilegios. Agradecí a los cielos haber tenido suficiente discernimiento para conseguir dosificar los sentimientos en aquel momento.

Cuando los ojos de mi morena se humedecieron y ella sonrió al verme arrodillada frente a ella, sentí que había sido la decisión más acertada que había tomado en mi vida, me sentí viva y finalmente vi quién era yo realmente: una simple mujer cuya rutina se vio completamente modificada por su gran amor.

Lo que sentía, en un último análisis, es lo que restó: la sensación de haberle encontrado, por fin, significado a la vida al lado de mi novia, ahora prometida, a pesar de haber sido todo un puro torbellino, un cóctel de emociones y recuerdos, con el sabor de que cada intento valía la pena.

Muchos dirían que era obsoleto, común, pero para mí no hay problemas en los tópicos. La manera en que son llevados es lo que dice si son obsoletos o no. ¿Y por qué rayos quise seguir ciertas convenciones, como arrodillarme y entregarle una alianza a mi amada? Porque, como mujer, sé que el amor está en los detalles, aparentemente superfluos. Porque siempre soñé con esa pedida de mano y estoy segura de que Regina, con toda su seriedad y sus aires imponentes, también. Porque todos los días nos acordaremos de ese momento al despertar, imaginando toda la anticipación y el recuerdo constante de lo que está por venir.

Muchos dirían que lo que he hecho es un gran despropósito, insensato y tonto. ¿A caso me importa? No, pues sé que tales pensamientos pasan por la cabeza de quien nunca amó, de quien teje comentarios con la intención de matar los símbolos y ahogar exactamente aquello que nos hace vibrar. Yo misma prefiero jugar en el equipo de lo contrario, de lo tonto e insensato. Prefiero amar a mi prometida, sellando nuestros labios de forma apasionada, como hice cuando aceptó casarse conmigo.

«Es lo más hermoso que he llevado nunca» decía Mills mientras admirábamos en nuestra mano derecha, una sobre la otra, el dorado y el brillante del anillo.

«Tú eres la mujer más bella de la que me he enamorado» bromeé ya previendo su reacción.

Mi morena inmediatamente frunció el ceño. Su vena de la cabeza sobresalió y tuve que esforzarme mucho para no estallar en carcajadas.

«¿Entonces eso quiere decir que ya te has enamorado de otra mujer, Swan? ¿Quién es la tipa?»

«"¿Quién es la tipa?"...» repetí la pregunta de forma sarcástica «Ah, amor, ¡qué tonta eres! Estoy bromeando. Dije eso a propósito. Sabes que fuiste la primera y serás la única mujer de mi vida» mordí su labio inferior, dándole inmediatamente un ligero lametón «¿No estabas loca por tomar un baño? Y aún no has visto tu, digo, nuestro cuarto de baño»

«Hum...¿y qué hay de bueno en él?» conseguí desenfurruñar su rostro con las caricias que le estaba haciendo en sus cabellos

«Velo tú misma»

El dulce sabor de la rutinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora