Dolor

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POV Regina

Ya había pasado por tantas situaciones adversas, pero nunca me había sentido tan mal, ni siquiera cuando estuve en un tribunal siendo acusada de crímenes que no había cometido, impidiéndome guardar luto por la muerte de mi madre. Me enfrenté a todo sola, pero lo gracioso es que la sensación de vacío solo ha venido ahora. ¿Por qué? Porque antes yo estaba vacía, no conocía el amor, el cariño, e incluso teniendo familia, amigos, no sabía lo que era un sentimiento verdadero y recíproco. Mis padres nunca tenían tiempo para dedicar a su hija. Los negocios y los eventos sociales siempre fueron la prioridad. Las amistades eran puramente por interés, nada que valiera la pena. He conocido los que es amar y ser amada con Emma. Esa rubia consiguió tocar mi alma, consiguió colmar mi corazón de felicidad y me hizo querer ser un ser humano mejor. Y en este momento...en este momento he logrado destruir lo único bueno que he tenido en la vida.

Era cuestión de tiempo que la policía llamara a mi puerta y me arrestara. Quizás era mi destino. Ya no tenía más fuerzas para luchar, no tengo estómago para estar contando la misma historia millones de veces y ser ignorada. No creyeron antes en mi inocencia, no creerían ahora. Regina Mills tendría, finalmente, su condena por dos homicidios.

Aun después de haberle omitido a Swan esa parte oscura de mi pasado, de haberla engañado, en el fondo ansiaba su perdón. Sabía que nunca más lo tendría, pero quizás su corazón, un día, pudiera librarse del odio que en este momento sentía hacía mí. Conociendo bien a mi rubia, esperar que me escuchase de nuevo sería inútil. Así que decidí escribirle. Cogí papel, bolígrafo y comencé a transcribir los sentimientos de mi alma en aquella carta. La acabé dejando la marca de un beso con mi lápiz de labios rojo. Perfumé el sobre, suspiré y lo lacré con un adhesivo. Me dirigí al baño a lavarme la cara. Cogí mi bolso y me dirigí al apartamento de Emma. Obviamente no iba a subir, así que, le dejé la carta al portero diciéndole que se la entregara en cuanto llegara al edificio. Le di la disculpa de que era una sorpresa, pues no estaba dispuesta a justificar los motivos de tal acto. Sonreí en agradecimiento y me marché.

Conduje sin rumbo por las calles de la ciudad y me di cuenta de que, de cierta forma, aquello era una despedida. Tragué en seco y mantuve a raya las lágrimas que se empeñaban en caer.

«¿De qué sirve llorar ahora, Regina? Afróntalo, como siempre lo has hecho»

Me detuve frente a la cafetería, al otro lado de la calle y me quedé observando a los clientes entrando y saliendo. Sonreí. El Jeunet fue lo más cerca que he tenido a una vida perfecta. Era feliz con la sencillez que allí había encontrado. Ponía amor en cada gota de café que servía, en cada brioche. Dedicaba tiempo, paciencia y simpatía a cada uno que llegaba a mí solicitándome algo. Aquel lugar aún tenía un gran significado, pues gracias a él había conocido a Emma. Mi cliente más asidua, más linda, única y deseada. Estaba segura de que hubiéramos sido muy felices llevando el negocio juntas si no fuera por las circunstancias. De ahí saldría el sustento de la gran familia que pretendíamos formar. Familia...he estado muy cerca de saber lo que es una de verdad. Recordé al pequeño Henry. De nuevo sonreí.

«Necesito verlo»

Arranqué el coche y me dirigí al albergue. La señora que cuidaba del sitio me informó que no estaba. Entonces fui a la calle en la que el muchacho solía ponerse con sus amigos. En cuanto lo vi, toqué la pita y vino corriendo hacia mí.

«¡Regina!»

«¡Hola, mocito! ¿Cómo estás?» pregunté saliendo del coche, y dándole un abrazo

«Bien. ¿Y tú? ¿Dónde está Emma?» en mi garganta se formó un nudo

«Está ocupada. Pasé por aquí, te vi...y decide saludarte» dije, acariciando sus cabellos, recibiendo en troca una hermosa sonrisa.

El dulce sabor de la rutinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora