El dulce sabor de la reconciliación

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POV Regina

Nadie se enamora por casualidad o sin querer; existen razones, subconscientes o no, que explican por qué y cuándo escogemos que nos guste alguien. En mi caso, solo había una razón: ¡Emma Swan era la mujer más increíble del mundo!

Pude ver, de nuevo, un brillo en sus hermosos ojos verdes, era de lejos lo más maravilloso que podría pasarme en mitad de aquel torbellino de problemas. Al sentir su apretado abrazo y sus manos agarrando mi rostro, mi corazón se aceleró, el estómago se me encogió y entré en una montaña rusa emocional, sintiéndome delirantemente feliz en un minuto y ansiosa y desesperada al siguiente.

«Tú eres mi destino» En un primer momento, cuando le conté a Emma mi desliz y recibí su repulsa, sentí que mi vida se había acabado definitivamente. Como en esos poemas que dicen "morir en vida", "morir de amor". Sí, escucharla decir que me fuera fue una especie de muerte por amor, o mejor, por falta de él. Yo seguiría "sobreviviendo", pero sin un motivo para ser feliz, lo que es lo mismo que nada. En segunda instancia, mientras estaba sufriendo las agresiones, tuve la certeza de que iba a morir, que aquel era el fin de mi existencia. Pero aquí estoy: sonriendo, delante de la única mujer que ha sido capaz de enseñarme el verdadero significado de la palabra amor.

«Swan, tú...» miré incrédula la carta que tenía en las manos

«No estaba revolviendo tus cosas. La encontré sin querer. Realmente, creo que ha sido Dios quien ha querido que leyera el contenido de este papel» ella sonrió «Estaba tan perdida, tan confusa, que no tuve fuerzas para impedir que el desespero se apoderara de mí. Entonces, le pedí a Él una señal de que todo iba a pasar, de una forma u otra» la rubia enjugó las lágrimas, miró la carta y rio quedamente «¡Y hay gente que aún no tiene fe!» Emma pasó la mano derecha por mi rostro, acariciándolo «Hey, quita ese ceño, perdona mi voz alterada, mi mirar vacío, mi rispidez. Olvidemos las heridas, aceptemos nuestras disculpas, vamos a hacer las paces con nuestros corazones. La vida es corta para que guardemos rencor y alimentemos desilusiones»

«¡Te he echado de menos! ¡Te he echado tanto de menos! Cada segundo que pasé sin ti fue como si un pedazo de mí muriera. Tengo plena consciencia de que no te merezco y...» fui interrumpida por un beso calmo, lento, dulce.

«Era esto lo que yo necesitaba» decía ella mientras pegaba su cabeza a la mía y jugueteaba en mi nariz con la de ella

«Mi amor, yo...no he sido honesta contigo, así como tú pecaste omitiendo actos y sentimientos. No existe fórmula o manera correcta de conducir una relación. Son pasos pequeños y precisos que hacen posible el camino. Y aun así siempre hay posibilidad de tropezar. Es lo que nos ha pasado: ambas tropezamos, como bebés que aprenden a caminar. La cuestión no es blindarse ante los errores, sino aprender con ellos y no cometerlos de nuevo. Maduramos con todo eso. Tengo certeza. Y estoy muy feliz porque, a fin de cuentas...» entrelacé nuestros dedos «Aún podemos caminar juntas, de manos dadas»

«Es gracioso...el tiempo que no tuvimos para conocernos, para asimilar los sentimientos que una teníamos hacia la otra, ha valido por este período que hemos pasado separadas» mi rubia hablaba entre beso y beso que me daba en mi mejilla «Esto, de cierta forma, ha sido bueno, porque ahora sabemos exactamente lo que queremos. Yo, particularmente, te quiero a ti. Si la distancia a la que hemos estado nos ha entristecido es porque la cercanía es sinónimo de felicidad. Ahora puedo decir con toda certeza que te amo. Yo realmente te amo, señorita Mills»

«Yo también te amo, señorita Swan»

Otro beso cariñoso. Otro pedazo de sueño reconstruido.

«Si no me equivoco, se ha pasado la hora para el antibiótico, pero tienes que tomarlo con el estómago lleno, así que, voy a preparar aquellos panecitos caseros que quedan tan suavecitos, ¿qué tal?»

El dulce sabor de la rutinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora