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Una peculiar forma de querer.

Lidiar con sus sentimientos hizo que un drama le costara la vida, y que el "amor clandestino" al que se había sometido ahora quedaba como un tonto, asqueroso y amargo recuerdo.

Como si el amor le jugara una mala pasada, como si la vida que conoció antes pretendiera un progreso a la inversa en sentido y necesidad de pasado. El insoportable vivirás una mentira porque yo soy el dueño de ella era lo que con fuerza parecía destrozarle el alma. El alma; aquella que después de todo no parecía existir.

Aquel que alguna vez le movió el corazón ahora tan solo lo hizo latir de miedo; la simbólica chispa de ilusión se vestía de tristeza y de los más estrepitosos y afligidos sentimientos que un ser humano que ama pudiera sentir.

Ya nada era suficiente; y es que aquel ámbar ya no brillaba con encanto; ahora, aquel ámbar, eran solo unos simples ojos tristes.

Oliver, había desistido de serenidad en un momento donde sus quejidos ni siquiera fueron un impedimento para concretar su placer de estar dentro de ella dejando un cuerpo vacío y usado. Tentador, como siempre había creído y conquistable como para decir merecerlo y hacerlo suyo cuantas veces lo deseara con demasiado interés.

Su mirada perdida lo decía; sus plegarias nunca iban a escucharse, y cualquiera de sus intentos para poder impedirlo ni siquiera bastaron. La repulsión, el asco, el rencor y la descontrolada insaciabilidad de odio habían permutado todo su cuerpo, junto a la habilidad tan tosca del hombre en arremeter con fuerza en cada estocada, en cada beso y en cada roce que también le había hecho ver un destello de locura... Desgarrando el último ápice de sentimientos, sin consideración, sin amor y sin nada de lo que una vez pudo haber imaginado.

Y por eso, su cuerpo yacía inmóvil y el cotilleo fuera de la habitación ya no parecía abrumarle tanto como antes.

Porque ya nada importaba. Todo estaba perdido.

Entre la suciedad de lo que parecía ser una sala, Oliver buscó recostarse y suspirar cuando Ezra solo optó mantenerse en la pared en un confuso silencio. Algo que el mayor, por supuesto, no pasó por alto.

—¿Por qué el puchero, querido Ezra? —dijo concentrando toda su atención en él mientras sorbía de una cerveza.

Ezra negó levemente. 

—Me parece que la pregunta está de más. —murmuro para sí mismo —Verdaderamente un imbécil sin necesidad de un esfuerzo.

—Estás volviendo a ser ofensivo; pero ¿es posible que pueda saber la razón, verdad?

—Mierda. —masculló para sí mismo otra vez —Ni siquiera debería tener que explicarlo. Oliver, acaso naciste siendo tan... Es, ¿es una necesidad ser tan hijo de puta solamente?

Oliver entrecerró los ojos analizando su comportamiento, luego, pasó una mano por su cabeza para al final solamente sonreír pareciéndole absurda la idea de explicar cualquier cosa, e incluso aquella conversación.

—Estoy siendo un hijo de puta muy feliz, imbécil creo que ya lo fui por naturaleza, ¿por qué pensé que ya habías entendido eso?

—Porque parece que nunca dejas de sorprender a nadie; ni siquiera a mí.

—Vamos, no me gusta la forma en que te estás insinuando otra vez. No quiero discutir ahora contigo, ¿bien?

—La jodiste. ¿Acaso era necesario hacerla tuya por la fuerza? 

—No. No, claro que no. Pero

—¡Tks!, ni una mierda con tu pero...

—¿Crees que no se lo merece? Tú mismo la trajiste aquí, conmigo. Dejó de importarte desde que la hiciste doblegarse en la casa de tu padre. —dijo encaminado a él con determinación —Ezra, debió dejar de importarte cuando decidiste quedarte a mi lado. Y no debe interesarte lo que es necesario para ella... Sé que ella también lo deseaba tanto como yo. Así que ya deja de joderme con esas estupideces porque no voy a tolerarte otra vez. Y tampoco soy un violador.

Cartas a un extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora