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Jadeó por sentir las gotas resbalar desde su rostro hasta sus pies. Parecía gustarle esa sensación más de lo que admitía; le era afable como todos los que amaban algún pequeño placer de la vida, ya sea la emoción de besar esos labios tan deseados por primera vez, el cosquilleo de unas manos al rozar un ardiente cuerpo o bien sencillamente encontrar calor en una noche bastante fría.

Pasó sus dedos por su rostro, bajando hacia sus senos y de a poco haciendo círculos sintiendo la yema de sus dedos tirar de una pequeña electricidad hasta detenerse en su pelvis.

Se mordió los labios y volvió a jadear no precisamente por la tibieza del agua. Su mano quedó suspendida en la entrepierna y se mantuvo intacta por un instante, flotando en la constante duda de tentarse a hacerlo o no.

Mordió el interior de su mejilla y por un momento el pulso se le aceleró.

Nunca nadie dijo que una fantasía podía convertirse morbosamente en una adicción tan recurrente y ciertamente no era diferente a cualquier placer culposo que en efecto cualquiera estaba decidido llevar a cabo. Tan emocionante y encantador, pero culposo al final. Las gotas de agua la devolvieron al presente, abrió los ojos y tragó saliva para luego exhalar. 

Mordió su labio y soltó de nuevo el aire contenido permitiendo el paso del agua un poco más.


[...]


Terminó por arreglar el cuello de su camisón, echó una última mirada al espejo y fue por la mochila, tomó el teléfono de paso y vio un mensaje que abrió al instante.

«Tomaré el incomprendido silencio como un sí. A las diez, donde siempre.»

Al terminar de leerlo buscó la hora en el móvil. 

—Joder, estás de broma. 

Se puso a toda prisa los zapatos, y como una verdadera alma que pudo llevarse el diablo salió tomando las llaves que vacilaron en quedarse en sus manos dando un portazo.

No hay posibilidad alguna de conocer completamente a alguien, desde la perspectiva general, ningún ser humano evita ser complicado, puesto que algunos se aferran a la idea de querer serlo y, sin embargo, otros como ella, no habían recurrido a nada cuando ya lo eran.

—Buenos días señorita Clent... Vaya, ya no es necesario que lo explique si puedo adivinar. —le sonrió el portero —Parece que lo que hay entre el tiempo y usted se vuelve personal, ¿me equivoco?

—Dime cómo lo puedo arreglar.

—Pues, no lo sé, haga una tregua, y si es posible robe tiempo al tiempo, —dice modesto y lo que parecía ser una mohín —después de todo y con tantas personas a las que persigue, le va a dar igual.

—Lo tendré en cuenta, aun así no vendría mal que quisieras ayudarme a robarlo. —el portero le sonrío y entonces recordó al hombre frente a su puerta —Jackson, ¿has visto o ha venido alguien preguntando por mí? Puede que alguien diferente a lo habitual o...

—Lo siento, estuve haciendo cambios de guardia, no estoy al tanto de nadie que haya preguntado por usted. Pero si es urgente por supuesto le informaré.

—No, no hace falta, es... olvídalo.

—Sabe que puedo ayudarla en cualquier cosa que necesite. No se olvide que ese es mi trabajo.

—¿Puedes intentar hacerme aparecer en el London Eye justo ahora?

—¿El señor Triana la está esperando, cierto?

Cartas a un extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora