Recostó su cabeza a la baranda de la cama, reafirmó su mano y mantuvo bien la fotografía frente a sus ojos, detallando cada línea y poco a poco sonriendo; pues, algo tan sencillo como un clic se le había vuelto pequeñamente apasionante.
Los atardeceres, la cotidianidad de un instante que pudo haberse convertido en el mejor momento; los lugares y los desconocidos que sin más compartían olores, sabores, secretos y tal vez desilusiones en su diario vivir. Eso representaba la mayoría de las instantáneas en la habitación.
Esparcidas en la cama tanteó tomando cuatro más aleatorias. En la primera, se veía a Landon intentando posar como un buen y característico chico malo, sacando la lengua y presumiendo indirectamente uno que otro tatuaje al llevar los antebrazos detrás de su cabeza. A su lado, un Alexander luciendo casual intentando encender un cigarrillo mientras Irina sonreía ampliamente hacia el lente.
La deslizó hasta dejarla caer en la cama otra vez.
En la siguiente era de Eliot; completamente sumergido en una risa que podría contagiar a cualquiera, y esa vez no había sido la excepción.
La curva de los provocativos labios que era dichosa de besar, el comienzo de un bonito hoyuelo marcado en sus mejillas, o sin duda el lunar en detalle que se ubicaba en su cuello; e incluso aquellos dominantes ojos que tanto le hacían perderse.
Mordió el interior de su mejilla y continuó dejando caer la presente; ahora en la instantánea, se le miraba con el cabello alborotado y fielmente distraído con su alrededor cuando un clic lo aprisionó.
—Eres muy...
Tal vez lo empezaba a llamar blandura por verse muy dependiente del hombre que le había salvado, pero al menos supo que era consciente de ello, culposamente. Sí, había cambiado desde que conoció a Eliot Thompson, porque él simplemente movió su vida a un ritmo diferente, y, de alguna manera, cambiar su mundo era algo que le hacía sentir bien. Y era bueno.
Sus pesadillas habían disminuido por el hecho de pensar en él. ¿Entonces, qué tenía de especial?. Quizá más que un semblante seguro y caballeroso, no obstante, había logrado más que una impresión, y quizá por eso, había conseguido enamorarla.
La última fotografía era de Irina Robbie; posando espectacular como solo ella pudo haberlo logrado, retando con la mirada desde su posición hasta el lente de la cámara; siendo simplemente perfecta.
—¿Qué darle a alguien que puede conseguirlo todo cuando quiere? —farfulló y detalló un poco más la fotografía.
Era el cumpleaños de la pelirroja, y pensar en un regalo no le había sido fácil cuando el mensaje de "Eres la única que no necesita hacer nada especial por mí" no la ayudó mucho a decidir. Así que suspiró, resignándose y aseguró la instantánea en una pequeña cajita. Un par de segundos después su teléfono tintineó.
«Nina "Reina" Robbie. Evitarme o no responderme no va a dejar que te insista en saber si estás de camino al bar ahora.» «¿Lo estás?»
«Mandamás: Muy exigente.» «Que sea tu cumpleaños no quiere decir que haré lo que quieras.»
«¿En serio no?» «¿Ni siquiera quieres saber dónde o cómo me hicieron ver el cielo y posiblemente estrellas?»
«Irina Robbie...» «¿Por qué estás tan segura de que quiero saber en cuántos lugares te hizo abrir las piernas y saborearte?» «Eso era algo que ya sabíamos que pasaría.»
«Madre arrepentida. ¡Ay, vamos!» «Sabes que igual te lo diré.»
«Esto es en contra de mi voluntad, quiero que quede claro.»
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Cartas a un extraño
Romance¿Te gustaría escucharme? Es que, quiero compartir contigo una historia, una de esas de las que "no se tienen memoria", una donde extrañamente entiendes lo que digo solo porque a veces, y solo a veces, es inevitable que todo se dirija de atrás hacia...