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Dos veces más.

Cuando existe un presentimiento este sobrepone un conflicto interno.

Un presentimiento; tan negativo para volverse atroz o tan encantador como saberlo una emoción intensa.

Puede que una tergiversada combinación de todo, o quizá el carente sentido en absoluto, pero sin duda, esa particular sensación exaltaba algún sentir dentro de cada alma, porque sí, existían cosas tan tormentosas de las cuales se buscaba ser parte, y casos como esos que parecían ser imposibles de evadir.

Cómo le explicaba aquello a la mujer que había tocado las fibras más densas de su cuerpo; cómo decir con palabras que su corazón latía tan fuerte en su pecho al confirmarlo todo. O cómo siquiera hacerle entender que era perturbadoramente encantador encajar en su cálida mirada y ser correspondido.

De pie, en el portón, empuñó y soltó una de sus manos para liberarse un poco de la tensión, asegurándose que estaba ahí y que debía hacerlo; y aunque los nervios parecían lucirle aún si no lo pretendía, su interesante y perfecta figura en más de un momento, vaciló.

Se irguió un poco más por necesidad y continúo con la intención de ir más allá a pasos firmes hasta la entrada de la casa. Pero antes de siquiera dar un golpe en la madera esta se abrió.

El pasillo robó su atención dentro de la primera impresión cuando mostraba un manto de oscuridad que terminaba con la tenue luz de una lámpara en el fondo. Hasta que se enfocó en el hombre que estaba con la mirada perdida delante suyo.

—Señor... Clent. —al lado de esta, un hombre con grandes ojeras y una mirada perdida le dieron la bienvenida, aparentando un aspecto lamentable que sin duda aumentó la confusión —Señor Clent, usted... —insistió ahora con seguridad y lo determinó un poco más, sin embargo, Charlie, no parecía inmutarse limitándose solo a observar. Y, de pronto, el presentimiento y la asertividad de saber que algo no estaba bien incrementó sus antiguos nervios —Dónde está. —de nuevo, ningún sonido lo inmutó y Eliot ya solo quería una respuesta —Por favor conteste. Dónde está ella, dónde está Lennon.

Por primera vez la mirada de Charlie vaciló albergando la desesperación y la preocupación cuando su mentón tembló.

—Ella... Es que no lo sé... —dijo observando los grises que ya lo acusaban de frente —Mi Lennon, mi niña, no sé dónde está, por qué no ha querido volver, por qué ya no quiere ser mi pequeña.

—Dígame lo que sabe. Ahora.

—Yo quería que Ezra la protegiera... Ezra, él —cayó de rodillas, doblegado al desespero y Eliot, quien masculló entre dientes, lo único que ansió desesperadamente fueron precisar las palabras del hombre.

—Joder, señor Clent míreme. ¡Míreme!, ahora dígame de una vez qué carajos pasó sin vacilar. —e intentó, vanamente, no desesperarse.

Hace semanas era el hombre decisivo que creía ser víctima de las circunstancias del pasado, pero no.

Hace un día seguía siendo el característico hombre seguro y sincero, pero ya no tan perspicaz.

Y ahora, en un segundo, era todo menos el semblante de la formalidad que siempre había logrado conseguir. Y todo aquello vacilando solo por ella.

—Le harán daño, Eliot, y no quiero que lo permitas, no dejes que le pase nada, no dejes que ellos le hagan daño.

—Ellos quiénes, Charlie... ¡Mierda dime, ellos quienes!

—Ezra y su amigo... y no hice nada por impedirlo, no pude... No pude. Por qué no pude.

—¿Ezra...? —frunció el ceño y aunque lo dudo por instante, al siguiente de siquiera admitirlo le fastidió —Mierda. —ágilmente se levantó tomando el móvil del bolsillo para encaminarse al auto cuando la mano de Charlie lo interceptó.

Cartas a un extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora