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A mitad de paso desaceleró para inhalar y exhalar y recordando tomar llevar algo más fuerte para el frío. Subió a su habitación revolviendo las cosas y salió bajando las escaleras molesta por aquello que ella misma no entendía pero que de alguna manera parecía provocarse.

—Lennon.

—¡Carajo! —volteó dando un respingo, su corazón de nuevo dolió en la siguiente palpitación y tocó su pecho con una de sus manos; y si la incertidumbre no acababa con ella alguien más se encargaría de eso —Me has asustado enserio. —había estado evitado a Ezra, pero, por supuesto, sería raro no volver a coincidir por lo menos una vez.

Ezra Clent era de uno setenta y cinco en estatura, de veintisiete años y contextura delgada sin terminar por ser frágil. Siempre había sido difícil de descifrar, poniendo lo necesario al margen y ciertamente dependiente de una u otra cosa que le sentara bien. Tal vez un mal hábito, tal vez al amor o quizá los cigarrillos, era difícil de saberlo; pero ciertamente amante de cualquier sensación que lo condujera a un efecto placebo.

—Qué tonto. Pero no vas a pretender que me disculpe por eso. —dice levantando las cejas —¿O si?

—No. No, no es... Ni siquiera procuraba una disculpa, no le tomes importancia.

—Bien. —susurró —De acuerdo.

—Si me disculpas, n-necesito salir. —de pronto sintió ofuscarse entre el espacio y el cuerpo de su hermano evitando los nervios y sobre-pensar el acontecimiento de la noche anterior.

—De hecho, estaba pensando que tú y yo tal vez podríamos... Bueno, quizá tú y yo podríamos tomar un poco de aire juntos.

—No. —la palabra salió impulsiva de su boca notándolo al instante. De nuevo, un silencio apareció y se vio en la obligación de continuar —N-no me parece necesario, no es... no es necesario. —sin embargo, tal vez por medio de ese mismo impulso se permitió verlo directo a los ojos y confirmar que era él. Era su hermano, y una pesadilla intentaba disociarla de aquello —Ezra... —y, aunque le costó admitirlo, en sus adentros supo que todavía lo quería —Quiero... Quiero que sepas que... en verdad lo siento.

—¿Lo sientes...? ¿Por qué, qué es exactamente eso que sientes, Lennon? —cuestionó Ezra y la chica tragó duro y negó sin más —¿No lo sabes? —él ladeó levemente la cabeza sin saber interpretarla.

—Incluso si no sé por qué, pero sé que lo mereces, y quiero que lo sepas. Es lo correcto, ¿verdad?. Sé que también no es suficiente, pero por ahora si no es tan malo para ti, es lo que puedo ofrecerte. E-es... Es mi manera de poder tener redención contigo... Perdón. Por favor perdóname. —dijo en voz baja, pero ni siquiera ella logró entender sus palabras, y ni siquiera su forma de encontrar redención.

Un silencio más apareció y fue entonces cuando Ezra suspiró; pensativo, vacilante en decir lo que pasaba por su mente. Hasta que finalmente solo asintió.

—Entonces, por favor, —las manos parecían temblarle, e intentaba relajar los puños evitando su mirada cristalina y su cuerpo tenso —acepta mi propuesta para eximirme de esto también. En el peor de los casos, nada va a cambiar y seguiremos ignorándonos como mejor sabemos hacerlo. Vamos Lennon, acompáñame por un café; sé que te gustan mucho, todavía lo recuerdo.

El problema es que Ezra no parecía ser Ezra, claramente su comportamiento no había sonado convincente ante sus palabras, y, en última instancia, tampoco solía pedir nada. Ni mucho menos recordar algo que nunca le había contado.

Un cosquilleo en el estómago y de nuevo se llevó la mano a su pecho.

—...Lo... ¿Cómo que lo recuerdas?

Cartas a un extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora