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Un viejo conocido por conocer.

Martes/ 8 de Noviembre - Londres, Inglaterra.

Los días que llevaban consigo el repetitivo cansancio por los afanes del día eran los mismos que, por supuesto, requerían una pausa, esa que llegaba justo para ella al regresar a su apartamento luego de su abatida jornada de trabajo. Quitándose los zapatos a rastras y colocando los pies en hilera para que en un santiamén salieran de sus pies. Ciertamente era lo único que le estaba molestando para no irse de lleno a la cama.

Por ser fin de semana más personas salían, era costumbre que todo se duplicara  en una proporción un tanto excesiva. Pero, ¿cómo es que todavía no se acostumbraba? Eran cinco meses trabajando ahí sino más de los que apenas recordaba.

Se suponía que trabajar ya era una costumbre, sin embargo, el hecho de serlo lo volvía irónicamente agotador, y precisamente esa noche no parecía dar créditos a todo el cansancio y largo trabajo que había sido.

Su labor era simple; ser una barmaid no parecía ser tan malo, pues incluso cuando carecía de experiencia y los horarios la perjudicaban entre veces, incluso así, no era un impedimento para soltarlo, ¿y por qué? Sencillamente porque costeaba sus necesidades y las tan adoradas clases de latín que tanto le gustaban. 

—Debo amar lo que hago. Debo... amar lo que hago... ¡Amo lo que hago!... Sí. —afirmó.

La hora en su móvil marcaba las dos con cuarenta de la madrugada, su turno habitual debía terminar hacía tres horas, pero sus esfuerzos valían la pena cuando veía grandes billetes verdes, así que con eso cayó a brazos abiertos en la cama imaginando más de una razón por la cual creía que amaba el dinero.

Dejó ir todo el aire contenido; dos segundos después una sonrisa dio paso en su rostro mientras recordaba al hombre que cruzaba por su cabeza. Lo pensó bien, se debatió en escribir un tonto mensaje o dejarlo estar, porque tal vez despertar a alguien a altas horas de la noche no parecía prudente.

Pero tratándose de él y siendo ella como era, la culpa ni siquiera llegaría después.

«¡Hey! Casi puedo adivinar lo que dirías a continuación. La hora es mucho menos que la apropiada, lo sé, pero también debes de saber que mi intención es molestarte.»

«¿Acaso es un karma o fue solo una mala decisión juntarme contigo?»

«No lo creo. En cualquier caso, sé responsable de tus consecuencias.»

«Bien. Toma este mensaje como una responsabilidad.»

«¿Morfeo te sigue robando el sueño como tantas veces?»

«Esta vez no.»«Solo me aseguro de que hayas llegado bien a tu cama.»

«Volviste a desaparecer...»«Las madrugadas se vuelven mis favoritas, parece que son aquí donde te puedo encontrar.»

«Si solo tienes miedo de decir que me extrañas entonces puedo hacerlo por ti.»

«No estés tan seguro.»«Pero, ¿te parece bien vernos? Ahora no me da miedo decir que me encantaría.»

Oliver Triana. Era el "amigo" por el cual suspiraba constantemente, Oliver era exactamente el causante de las múltiples sonrisitas bobas y algo más. Sus facciones marcadas y músculos lo hacían notar mayor para sus veintiocho años. Precisamente con uno setenta y nueve de estatura, cabello oscuro y penetrantes orbes turquesa que contradecían con su fresca personalidad.

Solo amigos, porque aunque la atracción entre ambos fue evidente, nada daba paso a lo que los dos concretamente querían.

Pudo ser miedo o tal vez respeto, o tan simple como no encontrar una razón para saber llevar a cabo la intención. Y sin querer preguntarlo, ambos quedaban en una apetecible ignorancia dejando todo como un secreto no tan bien conservado.

Cartas a un extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora