Capítulo 26 | Skaters y un par de confusiones

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Creo que me estoy enamorando de ti, Lydia Sullivan.

Sacudí la cabeza mientras me miraba al espejo. No. Esto no iba a detenerme y tampoco arruinar mi noche. Me debía un intento más. Solo uno más.

—Estás bien, Lydia. Basta de pensamientos tontos. —Hice varias posiciones frente al espejo para verificar que todo estuviera en su sitio.

La verdad estaba vestida como cualquier cosa. Tenía una camiseta suelta y unos pantalones igual con unas zapatillas. Sean dijo que me enseñaría a montar skate y esto fue lo primero que pensé. Vestirme como si me fuera a sacar la mierda.

—Todo bien. Tú prefieres montar en bici y recorrer el parque zonal en círculos porque así de aburrida eres —le hablé a mi reflejo con una mueca de burla—. Hoy aprenderás a montar.

Guardé las llaves en los bolsillos de mis pantalones y estuve a punto de irme, pero me volví rápidamente hacia mi reflejo.

—Skate —me apresuré en añadir—. Aprenderás a montar skate.

Joder. Vaya mente cochina que tienes.

Sean tocó la puerta del departamento. Me encaminé directo hacia la salida, lanzando maldiciones entre dientes.

—Sucia. Sucia, puerca y cochina.

Sean me recibió con un suave abrazo. Tenía los audífonos colocados de una forma extraña y el mismo skate de la mañana estaba apoyado en la pared de al lado. Su cabello revuelto le daba un toque más casual y me fue imposible no mirar sus labios entreabiertos.

—Hola —dijo con la respiración entrecortada.

—Hola. —Lo saludé, recelosa.

—¿Lista para caerte?

—Olvídalo, ya no quiero.

—Tu entusiasmo no es visible, ¿sabes?

Recogió el skate y lo puso bajo su brazo, caminando a mi lado.

—Pero ¿qué dices? Estoy tan emocionada que quiero montarlo —repliqué sarcástica.

Mi mente sucia lo malpensó todo, pero me quedé callada. Sean sonrió al ver mi rostro sonrojado. Escondió las manos en sus bolsillos.

—Vamos a comer algo antes de hacer ejercicio, ¿qué dices?

—¿Aún no comes? —Fruncí el ceño.

—Sí, ya comí, pero se me ha antojado comer otra vez.

—A mí se me antoja comer a cualquier hora. Solo escucho mi estómago hacer ruiditos para saber que es hora de ir a por comida.

—¿Y qué te dice tu estómago ahorita?

Que se sentía vacío.

—Ahí hay un puesto de comida. —Señalé el pequeño quiosco situado en la esquina. La señora estaba preparando una especie de choripán. Dios, sí quería uno.

Me encaminé emocionada hacia allá.

—Espera. —Me detuvo—. Vamos a hacer deporte, no podemos comer comida chatarra.

—¿Vamos? Eso me suena a manada. Yo solo sé que tú harás lo que sea que vas a hacer.

—Pues te equivocas. —Tiró de mi mano al ver que mis pies me querían llevar otra vez hacia allá.

Se detuvo en un restaurante que no había visto antes y pidió un batido nutritivo para cada uno. Me empezó a hablar sobre la importancia del batido y los beneficios que contenía hasta que el chico le trajo lo que había pedido.

Inevitable DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora