Epílogo

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LAS TRES HORAS EXTRAS DE UN CORAZÓN ROTO

Cinco años después

Tyler Levin

—Silencio o te confundo con un insecto.

El sol me dio de lleno en el rostro, así que cerré los ojos, suspirando.

El ruido de la ciudad era tal como lo recordaba. Las bocinas de los carros, las personas apuradas hacia sus trabajos sin detenerse a mirar alrededor. Era mi último día de visita en California, hoy tenía que tomar mi vuelo si no quería mi cabeza en una lanza con los promedios. Y también si no quería que descubrieran las bolsas de comida tiradas en mi apartamento. Sí, mi espacio era como mi cueva. La señora que me lo alquilaba solo me soportaba porque no entendía lo que decía. Una vez le dije «Vieja loca» en inglés, pero no entendió porque ella hablaba español.

Gracias al cielo, si no estaría bajo un puente.

Latinoamérica se había convertido en mi hogar. Aprendí español y ahora también puedo insultar en ese idioma. Bueno, ahora sí me entienden, así que por el bien de mi pescuezo trato de no insultar mucho. También me robaron, pero ese es otro chiste.

¿Lo mejor? Conseguí una plaza en una universidad y me gradué en Negocios. Empezar de cero fue una mierda, ni siquiera entendía lo que decían, pero lo logré. Sí, me sentí orgulloso cuando me di cuenta que lo había logrado. A la ceremonia fue Nick. Él estaba feliz en su traje hasta que se tropezó y se fue de narices al suelo, tirando una copa sobre uno de mis profesores.

Hice como si no lo conociera.

Las cosas entre nosotros se jodieron hace cinco años, pero en mi último día ahí, hablé con él. Fui a la fraternidad, tenía que cruzármelo de todos modos porque vivíamos juntos. Él no me quiso ni ver, pero le expliqué que me iría a estudiar fuera y eso lo hizo escucharme. Bueno, me escuchó después de partirme el labio. No me quejo, me lo merecía. Nos mantuvimos en contacto todo este tiempo. Él jamás me habló de ella, yo jamás pregunté.

Ahora me estaba preparando para mi maestría, tenía que esforzarme tanto como pudiera para superarme a mí mismo. Y sí lo estaba haciendo, Nick me dijo que por fin usaría mi «floro barato» en algo bueno: Los negocios. Intenté no ofenderme, pero la verdad es que hasta mis profesores le daban la razón. Mis clientas la mayoría de las veces eran señoras mayores. En fin, el esfuerzo es lo que cuenta.

Menos para mi profesor, que estuvo a punto de reprobarme cuando le dije eso.

Me acomodé las mangas remangadas de mi camisa y desabotoné los primeros botones. Joder, si tan solo pudiera...

—Si te sacas la camisa, le diré a mamá que estabas calato.

Fruncí el ceño, bajando la mirada.

—Eso sería traición —dije ofendido.

—Nop.

—Sí.

—Que no —protestó.

—Que sí.

—¡No!

—¡Sí!

Genial. Estaba discutiendo con un mocoso. El enano me miró enfurruñado. Sacudí mi mano para que me soltara.

—Eres tan fastidioso como un bicho. —Intenté otra vez, pero él parecía una garrapata—. ¿No puedes caminar solo?

—Mamá dijo que no te soltara.

—Y tu papá me mataría si te pierdo.

—¡Me quedaría sin tío! —Se burló de mi miseria.

—Claro, como no es tu pescuezo el que sacarán.

Inevitable DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora