Empezar de cero. Sí, que aburrido, como en las películas en las que la chica nueva se muda a la ciudad y no conoce a nadie en su nueva escuela. Sería solo una fachada para el resto, nadie me juzgaría con la mirada por mis errores del pasado o me tacharían por mi reputación. Sería solo Lydia Sullivan, la chica nueva.
—La jodida chica nueva —murmuré arrastrando mi maleta.
Ah, y también me botaron de casa.
Bueno, técnicamente no. El campus me quedaba lejos, así que me alquilaron un departamento que me quedara más cerca. Inserté la llave en la cerradura y me colé en el interior. Espacioso y limpio. Justo lo que le encantaba a mi mamá. La sala principal era pequeña y la cocina quedaba al lado. Era lo justo para que pudiera estar cómoda, pero sin montarme una fiesta.
Una parte de mí sentía que al aceptar esto, había caído en una especie de trampa. Todo estaba listo para que metiera la pata.
Si causaba problemas, fuera. Si tomaba demasiado, fuera. Si no le echaba ganas a los estudios, fuera. Mi vida se acababa de resumir a pisar sobre hielo o, de lo contrario, estaría fuera.
—Si cometes un error, nos enteraremos y se habrá acabado para ti —me había advertido—. Te irás a Liverpool con tus abuelos a uno de los mejores internados. Es tu elección.
Y pues bueno, ahora solo me quedaba intentarlo.
Llamaron al timbre y mis labios se estiraron en una sonrisa.
—¿Servicio de pizza para crisis existenciales? —Gwen sacudió las pizzas a la altura de su rostro, emocionada.
—Por fin. Estaba muriendo de hambre.
Lástima que no me morí. Ella me rodeó con un fuerte abrazo, sabía que no era fan de mostrar afecto, pero siempre me apachurraba como un peluche.
—Hasta acá huelo tus pensamientos pesimistas.
—¿Pesimistas? —bufé, tirándome sobre el mueble—. Al contrario, son optimistas. Piénsalo, si me muero, libraré al mundo de mi mala cara.
Gwen puso los ojos en blanco y se ató el cabello rubio en una coleta para empezar a comer. Fui hacia la cocina, traje unas copas y saqué unas botellas de vino que me había traído de casa. Era mi mejor amiga desde la infancia, pero desde que nos separamos en el instituto, casi no la veía en meses.
Antes tenía la necesidad de alejarme de todos, pero eso me hizo sentirme sola en vez de libre.
—¿En serio terminaste en la comisaría? —Gwen soltó una risotada—. Vaya, que buena noche me perdí. Dime que le coqueteaste al policía para que te deje salir.
Le di un sorbo a mi copa y recosté la cabeza sobre el respaldar.
—El policía era un viejo —murmuré.
—¿Qué? Bah, que aburrida noche.
—¡Sí, no era como en las películas eróticas! Los músculos no se le marcaban en la camisa, no me apoyó contra la pared para esposarme y no me azotó. Me siento estafada.
—¿Entonces te enfriaste toda la noche en una celda?
Mis labios se curvaron en una tonta sonrisa.
—Sí, pero con un chico.
—Oh por dios. —Gwen se incorporó de golpe—. ¿La sonrisa es porque te gustó o te lo querías tirar o ambas?
—¿Gustar? —Fruncí el ceño, asqueada—. ¿Ese idiota egocéntrico? Jamás.
—¿Y cómo era? —insistió ansiosa. Le encantaba el chisme.
—Pues... Era alto. —Empecé, aguantándome la risa—. Muy alto. Me sacaba como una cabeza de altura y mirarlo era torcerme el cuello. Tenía cabello castaño, como en un corte moderno, ¿sabes? Desordenado y abundante arriba, pero corto a los lados. Guapo, sí —coincidí al verla juntas las cejas con una expresión de «que rico»—. Mm, se le formaron dos hoyuelos cuando me sonrió.
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Inevitable Destrucción
Teen FictionLydia tiene prohibido causar más problemas, pero cuando el rompecorazones que reina en su nuevo instituto fija su objetivo en ella, todo se complica. Tyler Levin, el chico de ojos cafés y sonrisa encantadora, perfecto para muchas, tiene un error: Cr...