Capítulo 30 | No puedes dominar en su corazón

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—Lydia...

Dio un paso hacia mí, pero le crucé el rostro de una bofetada con tanta fuerza que su cabeza se volteó y él se tambaleó ligeramente hacia atrás. Me miró pasmado con una mano en su mejilla.

—¡¿Qué mierda te pasa?!

—¿Qué carajos fue eso? —Se incorporó como pudo—. ¿Por qué lo hiciste?

—¿Por qué? —repetí furiosa—. ¡¿Por qué demonios te atreves tú a tocarme así?!

—¿Hablas en serio?

—¡Claro que hablo en serio! ¿Qué...? —Me llevé las manos a la cabeza, horrorizada—. ¿Qué demonios pasa contigo?

¿Quién era este chico plantado frente a mí? ¿Acaso nunca lo conocí en serio? ¿Todo este tiempo en realidad fue otra persona? Sean nunca se había atrevido a tocarme así, nunca se pasaba con estas cosas. ¿Qué fue lo que cambió? Sus manos temblaban a los lados de su cuerpo, no sé si de rabia o porque había vuelto a fumar y el olor estaba camuflado con el alcohol. Me miró con rabia y juro que casi se me sale el corazón del pecho.

Estaba sola. Joder, estaba sola.

La repentina sonrisa seca sin gracia que se plasmó en sus labios me dejó pasmada. Retrocedí, mirándolo como si fuera un desconocido.

—De verdad que no te entiendo —soltó.

—¿Me cuentas el chiste?

—Claro, por supuesto que te lo cuento, con todo y mímicas si quieres. —Hizo una pausa—. Pasa que no siento esto como real porque mi novia... Vamos a poner «novia» entre comillas, ¿va? Porque no estoy seguro de si lo somos en verdad o para ti aún continuamos en planes. Un día quieres que te bese y al otro no me quieres cerca. Entonces, ¿qué diablos quieres? —vociferó.

—¡Estás ebrio, Sean! ¡Mírate! —Lo señalé con la mano—. Tiemblas, apestas a hierba y no puedes mantenerte en pie.

—¿Y cuando Tyler está ebrio sí? —contraatacó.

—¿Qué?

—¡Sé que te follaste a Tyler!

Me quedé muda ante su tono tan crudo.

—Sé que te lo follaste —repitió señalándome—. Estábamos en planes, pero te lo follaste y no te importó un carajo lo que teníamos. —Su rostro se puso rojo de la rabia, respiró con dificultad—. Lo supe todo este tiempo. Vi que fue tras de ti y se metieron al baño. Los escuché, maldita sea. Escuché cómo te follaba y vi cómo me mentías descaradamente a la cara.

Los ojos me escocieron, pero no aparté la mirada.

—No pasó nada más después de eso —repliqué con un tono calmado—. Y eso no te da derecho a tocarme así.

—¿Entonces qué quieres? ¿Que te comparta con ese idiota?

—Vete a la mierda —solté enfurecida.

Intenté caminar por la sala, pero él me sujetó del brazo y de un tirón me hizo retroceder.

—Dame una explicación para irme.

—Vete de mi casa.

—¡Quiero una explicación!

—¡Que te vayas ahora!

—¡No me pienso ir a ningún puto lado, Joe!

Silencio. Fue de esos silencios asfixiantes en los que sabes que uno de los dos metió la pata. Sean abrió los ojos como platos y retrocedió con la mirada fija en mí, asustado.

Inevitable DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora