Capítulo 31 | Perder el control

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Lydia

Dicen que cuando una persona daña a otra es porque, muy en el fondo, sabe lo que hace y cómo eso afectará. Cuando sueltas algo con frialdad, con la intención de herir, sientes una satisfacción en el pecho que dura unos segundos. Te sientes poderosa, impenetrable con tus escudos, capaz de destruir a otro con solo unas palabras, sientes que nadie puede contra ti porque eres veneno y eso te hace inalcanzable.

Pero luego esa sensación se apaga, queda un vacío en el pecho que se extiende con el silencio dolido de a quien dañaste y te das cuenta que en realidad eso no te hace poderosa ni inalcanzable, si no una mierda de persona. Porque no había satisfacción más enferma que el causar daño al otro.

Esa satisfacción que sentí de soltarlo todo se transformó en asco por mí. Me sentí una mierda al soltárselo en la cara con frialdad. ¿Qué acababa de hacer? Tenía que decirle la verdad, pero no así, no de esta manera, no con la intención de herirlo. Y ahora era tarde, porque lo había hecho.

Sean me miró inexpresivo. Sus ojos marrones me veían contrariados, aturdidos, casi derrotados.

—Yo... —Me sujeté la cabeza entre mis manos—...no puedo. Lo siento, pero ya no puedo.

Ya no quiero mentirme más tiempo.

El chico que conocí al inicio, ese encantador de ojos marrones que me acompañó toda la fiesta a pesar de que no me conocía, que me sonrió amable cuando nadie me miraba, que su carisma y confianza me impulsó a considerarlo una de las personas claves en mi nueva vida, resultó ser una apariencia más. Solo conocí una parte de él, no el trasfondo. No conocía esta versión pálida, temblorosa y agresiva que fue a mi casa ayer hasta que fue demasiado tarde. Hasta que intentó hacerme daño.

Él me había dado la bienvenida. Y ahora yo lo despedía.

—¿No puedes qué?

—Sean, lo siento, pero no...

—No te entiendo.

—No puedo hacer esto. No puedo fingir que te quiero porque solo son mentiras. Yo no... —dije con un hilo de voz—. No siento lo mismo que tú y ahora tampoco puedo confiar en ti.

—Lydia...

Intentó acercarse, pero retrocedí.

—Necesitas ayuda —solté de pronto.

Él se quedó callado.

—Traicionaste mi confianza, no te dejé que te acercaras a mí para que me trataras así. Te defendí de mis amigos cuando me repetían que me alejara de ti. No... No está bien lo que hiciste, no puedes forzar a alguien a nada. Está mal, Sean. —Sacudí la cabeza con la mirada fija en él—. Tú estás mal. Necesitas ayuda, necesitas dejarlo. Eso te vuelve violento.

—Lo sé —murmuró.

—¿Puedes...? ¿Puedes prometerme que irás a rehabilitarte? —Él apartó la mirada—. No estés con nadie hasta que sanes.

El labio inferior le tembló cuando me miró.

—Después de intentar... —balbuceó confundido—. Me iré mañana, dejaré unos meses las clases y empezaré mi rehabilitación, lo he hablado con mi madre ya, solo lo estaba atrasando. Yo no... No fui consciente del daño que pude hacerte, Lydia. —Los ojos se le humedecieron—. Lo siento. Y sé que ninguna disculpa puede borrar lo que he hecho, pero... No soy así. No quiero ser así.

¿Quién pudo pensar que el chico tan amable y sonriente que conocí en esa fiesta de la fraternidad tenía un secreto que lo destruía?

—Está bien. —Asentí, retrocediendo—. Puedes mejorar.

Inevitable DestrucciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora