Prólogo

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Tres años atrás...

—¡La ganadora es Alice "the black swan"! —exclamó en un grito Scott, mientras elevaba mi mano derecha al aire. Las personas a nuestro alrededor estallan en gritos de victoria.

Como odiaba ese maldito apodo. Mi padre nunca debió de haberme llamado así delante de todas estas personas. Después de las felicitaciones bajé del ring improvisado de un brinco, dirigiéndome hacia los cuartos que eran otorgados a los —y las—, peleadores. Al llegar al cuarto lo primero que vi fue a chica de cabello negro sentada en el suelo.

—Levántate, Scarleth —ordené—. Ese piso está hecho un asco.

Ella se levantó, sacudiendo su trasero con las palmas de sus manos. Fui al pequeño baño a lavar mi cara y revisar si tenía heridas. Sonríe, notando que sólo tenía uno que otro hematoma. Había sido un gran día, no quedaba duda.

—¿Qué haces aquí? —pregunté cuando estuve de regreso— ¿Qué no te dije que éste lugar no es para ti?

—Éste lugar no es para nadie, Alice. Vine por qué no te podía dejar aquí sola —excusó. Le miré seriamente y me crucé de brazos—. Ya sé que te puedes cuidar sola. Ya sé que soy muy inmadura e imprudente para estar aquí. Que soy débil físicamente, que si algún tipo se me ha cerca no podré defenderme. —Se miró las manos haciendo un puchero.

—Está bien. Ya estás aquí. Fue mi última pelea, espero que la hayas disfrutado —sonríe.

—Claro que lo hice. Cuando tú peleas todos los espectadores se vuelven locos: gritan, aplauden. Nadie podría apostar contra ti. —dijo entre risas. Sonreí.

—Tengo que ir por el dinero. Espera aquí, no quiero que te hagan daño. Eres muy delicada para este lugar. —Ella asintió.

Salí de la habitación a paso lento. Todo estaba calmado, desde ahí no se escuchaban los gritos de la fiesta que se llevaba a cabo del otro lado de la pared. Al llegar a la puerta del despacho de Scott, toqué hasta escuchar un "pasa", así lo hice. Él estaba sentado, muy cómodamente, detrás de su escritorio.

—Vengo por mi dinero —dije en voz firme.

—Toma. —Estiró su mano y me entregó el fajo de billetes— Qué lástima que sea la última vez que vendrás. Cuando tú te presentas mi negocio resulta mucho mejor.

—No creo que me extrañen por aquí, no todos me aprecian ¿sabes?

—Lo sé, pero yo sí. Solo cuídate ¿sí? —De puso de pie y rodeó el escritorio—. Haz por tu hermano lo que nadie ha hecho por ti; sálvalo y sálvate. —Me dio un abrazo, al cuál yo correspondí con gusto.

—Lo haré —prometí, separándome de él—. Nos vemos Scott.

—Espero que nunca en tu vida vuelvas a este lugar, Alice —expresó, antes de que yo saliera por donde entré .

Scott, él era un gran hombre, sinceramente no sabía qué hacía en un lugar como ese. Él deseaba tanto como yo, que mi hermano y yo saliéramos de ese mundo de ilegalidades.

Miré el dinero en mis manos con esperanza. Un boleto de salida. Le daría el dinero de las últimas carreras y peleas a Connor para que pudiera largarse a conseguir una mejor vida. Las peleas y la carreras no eran lo de él, mucho menos el narcotráfico. Mi padre lo había obligado a meterse en su mundo de mierdas ilegales, pero yo lo iba a ayudar a salir de ellas.

Al regresar al cuarto, Scarleth me miró feliz y me sonrió orgullosa. A ella también le encantaba la idea de dejar este mundo. La conocí en el instituto y después la acogimos en casa, fue una decisión unánime al enterarnos  de que su padre abusaba de ella. No sin antes darle una golpiza junto con una amenaza para que no se le acercara.

Mamá la aceptó en la casa con gusto pero, ¿quién no aceptaría a una chica tan dulce como ella? Cuando me contó todo lo que pasaba en su casa, por primera vez en mi vida tenía ganas de matar a un hombre, pero me controlé, por ella, por mí. No quería ir a la cárcel y dejarla sola.

Después de abrazarnos nos dirigimos al auto para ir a casa.

Al entrar a la casa todo era silencio. Intentando no llamar la atención de nadie caminamos con sigilo. Todo estaba oscuro y un silencio sepulcral nos abrazaba. De golpe la luz fue encendida.

Misión fallida. Nos habían  descubierto.

Mi madre me miraba con atención de arriba abajo. Sus ojos estaban rojos, parecía haber estado llorando.

—Alice, Scarleth, nos vamos —informó—. Guarden lo más necesario en sus maletas.

Un presentimiento me invadió.

—¿Dónde está Connor? —pregunté en un susurro. Apartó la vista a sus pies, la vi tragar con dificultad.

—Arregla tus maletas —repitió—. No preguntes, sólo hazlo.

Entonces lo supe. Comprendí lo que había pasado. Sentí mi pecho comprimirse, mis manos y piernas comenzaron a temblar, mi respiración se volvió entrecortada. Estaba pasando.

Mi gran día había acabado.

Hermoso PeligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora