Abrí los ojos estupefacta, lo primero que pude ver fueron sus ojos cafés, al principio no sabía qué hacer, me encontrar demasiado aturdida, con movimientos de los cuales no era del todo consiente puse mis manos en el pecho de Alén y lo alejé de mí. Mi respiración, al igual que la de él, era entrecortada. Alén iba a decir algo pero el sonido de un celular llenó la estancia. El castaño miró el celular que estaba sobre la mesa de centro, en el cual mostraba una llamada entrante. La letra “D” sobre la opción de colgar y responder iluminaba la pantalla. Él intercambiaba la mirada entre el celular y yo, mientras en mi mente me reprochaba lo que había hecho. Bufó, se puso de pie y tomó el celular.
—No te vayas de aquí, Alice —dijo antes de salir de la sala e ir a la cocina.
¡Claro que no! Estaba muy equivocado si pensaba que me iba a quedar en esa sala. Me levanté y comencé a caminar a mi habitación. Mi mente era un océano lleno de pensamientos, todos ellos de lo más contradictorios. Cuando llegué a la habitación cerré la puerta con seguro, caminé a la cama y me dejé caer en ella, enterré mi cabeza debajo de una almohada y ésta amortiguo los gritos llenos de frustración.
¿Qué por qué gritaba? ¡Había besado a Alén, a un maldito narcotraficante! Y no a cualquiera, fue a la mano derecha de mi padre. Eso no era nada bueno, yo no podía volver a tener absolutamente nada con un narcotraficante, ni siquiera un beso. Había cometido un error, el peor de los errores, me había dejado llevar.
Escuché golpes en la puerta y después la voz del culpable de mi desliz.
—Alice, tengo que salir —gritó desde el otro lado de la puerta—. Tienes que quedarte aquí.
No respondí, solo escuché sus pasos alejarse del lugar. Un portazo resonó en todo el departamento: la puerta principal.
Di vueltas por toda la cama, estaba desesperada. Aún podía sentir sus labios contra los míos, tenía meses que no besaba a alguien y ése beso, después de varios meses, no me lo esperaba y menos esperaba que fuera a Alén a quien besara.
Necesitaba a alguien con quien hablar. Un consejo, eso necesitaba, necesitaba a mi madre, pero no podía ir con ella, a pesar de que estaba a unas manzanas del lugar no podía ir a buscarla y si seguía en ese lugar me iba a volver loca. Fui a donde mi maleta y saqué dinero, tomé un abrigo. Salí del cuarto y fui a la puerta, ya que no podía ir a hablar con la única mujer que me podía aconsejar iría a despejar mi mente, quizá a caminar, quizá por una cerveza, no sabía; solo no quería estar ahí.
Pasé por a sala y me quedé un momento mirando el sofá. Ay, Dios. No debí dejarme llevar.
—Maldito Alén —exclamé con la frustración teñiendo mi voz.
Seguí mi camino, la puerta de madera frente a mí era mi salvación de la locura, tomé la perilla en mi mano, giré pero ésta no cedió.
—¿Pero qué...? —susurré.
Seguí intentando; una, dos... ¡varias veces y nada! ¡Me encerró!
La puerta estaba cerrada, comencé a patearla, aunque de nada servía. Esa puerta era mi escape y ahora se encontraba cerrada. El coraje se hizo presente en mí de una manera rápida y desmesurada, mi respiración era agitada.Regresé a la sala y me dejé caer en el sillón. No tenía celular para marcarle a alguien y me sacara del departamento, no había forma alguna de salir. El botiquín aún estaba sobre la mesa de centro, miré las vendas ensangrentadas y no pude evitar preguntarme por qué me seguía en lugar de descansar o por lo menos dejar que su herida sanara un poco.
Después de estar bastante tiempo sentada me puse de pie y comencé a vagar por el departamento al momento me di cuenta qué en realidad no había mucho que ver. Era pequeño pero muy hermoso y moderno.
Frente a mi habitación se encontraba una puerta de madera, supuse que era el cuarto de Alén, entré sin embargo no había nada en especial, el diseño era igual al mío. Entré para buscar algo que me pudiera ayudar a saber quién era realmente, sin embargo los cajones de los burós estaban vacíos, en el armario sólo había ropa y zapatos. Miré el reloj de mi muñeca: 1:35.
No había absolutamente nada, el tocador solo tenía ropa. Acomodé todo en su lugar y salí de la habitación y fui a la cocina. Las estanterías estaban prácticamente vacías, a penas y había algunas pastas. Era como si nadie viviera en el lugar. Había una puerta en la cocina y cuando intenté abrirla no puede. Estaba cerrada. Seguí intentando pero era inútil.
Regresé al sillón y me quedé sentada, mirando la pequeña mesa.
—¿Por qué tendría una puerta cerrada? —me cuestioné.
Después de estar un rato así nuevas preguntas asaltaron mi mente: ¿Quién era D? y ¿Por qué era tan importante para Alén salir? Tanto así que había abandonado su puesto. Si antes tenía algunas preguntas y estaba confundida en ese momento lo estaba todavía más. Pensé en diversos nombres con la letra D, al cual le pudiera pertenecer aquélla identidad, mi mente siempre regresaba al mismo nombre, sin importar qué: David.
¿Alén traicionaba a René? Aún me era difícil creerlo, no existía nada que lo confirmara, pero no encontraba otra opción. Todos hablaban de lo fiel que le era a mi padre, pero ¿quién me aseguraba aquello? A mí no me importaba en absoluto que traicionara a René, lo que me importaba era la información mía o de mi familia que pudiera filtrar para David.
Cuando desperté, palpe el buró el busca de mi reloj, ya había amanecido, ni siquiera necesité de la pequeña lampara para poder ver la hora. El reloj marcaba las ocho cuarenta. Estuve acostada un rato hasta que decidí que era hora de bañarme, cuando salí de entre las cobijas, el ambiente me abrigo. Tomé mis cosas y entré en la ducha. Mi costumbre no era levantarme tan tarde, ni siquiera porque fue sábado, al contrario, se supone que los sábado salía a correr, pero estaba exhausta.
Cuando terminé, salí, me puse mi ropa interior, un pantalón de algodón gris, una blusa azul y una sudadera negra, mis zapatillas deportivas. Abrí la ventana del mi habitación, frente a ella se alzaba varios edificios más y se podían ver las calles. Después de estar un rato de pie frente al ventanal, salí.
Me molestaba hacerlo, pero eran ordenes que había aceptado acatar así que sin mas grité:
—Alén, voy a salir —después me reí—. Tienes que seguirme.
Salió de la puerta frente a la mía, me miró un momento, no llevaba camisa, estaba despeinado, sus ojos entrecerrados, al parecer lo desperté. Anoche no supe a qué hora llego, ni me importaba.
—¿Qué hubiera pasado si yo estuviera en mi casa y tú aquí dormido —cuestioné—, me voy y no regreso nunca, todo ésto sólo por tu retardo?
Él sacudió la cabeza y sonrió.
—No hubiera llegado tarde. No tengo retardo.
Enarqué ambas cejas y caminé en dirección a la puerta, cuando la intenté abrir ésta no cedió, de nuevo. Comencé a a tirar de ella una y otra vez. Escuché su risa detrás de mí.
—¡En esto no consistía el trato, Alén! —grité—. No me puedes tener encerrada.
Di media vuelta y le miré exasperada.
—No podía dejar que te marcharas —sonrió.
—Maldito hijo de puta —mascullé, molesta—. No puedes encerrarme y creer que todo está bien, yo quiero salir —estallé llena de cólera—. Anoche quería poder salir a tomar aire o a tomar, estaba desesperada por el...
Me callé abruptamente al darme cuenta de mis palabras. Parpadee varias veces, el frunció el ceño pero sin dejar de sonreír.
—¿Mal de amores?
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Hermoso Peligro
ActionDespués de años de entrenamiento para ser la mejor asesina de Nueva York, Alice huye con su madre. Ambas odiando aquel mundo por completo, queriendo olvidar un horrible pasado; las torturas, los asesinatos, las drogas, las armas y todo aquello ilega...