Capítulo 46

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—¿Te quedas en Nueva York? —pregunté.

—Sí. ¿Tienen pensado salir esta misma noche?

Asentí.

—Tengo que hacer algo muy importante mañana por la noche. —Miré a Alén y sonreí. A pesar de que no me gustaban las citas tenía pensado intentar disfrutar la velada que Alén me podría dar.

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—Voy a caer dormida a medio pasillo —susurré cuando el elevador se detuvo en el piso correspondiente.

—Podemos arreglar eso —dijo antes de pasar uno de sus brazos detrás de mis muslos y mi nuca. Llevé mis manos a su nuca y me abracé a él. Alén me sonrió y comenzó a avanzar por el desértico pasillo.

—¿Qué no te cansas? Yo no te cargaría por nada del mundo, Alén, estoy muy cansada para eso —dije sincera. Él rió.

—Tú no puedes conmigo —musitó sin borar su sonrisa. Amaba escucharlo reír.

Le miré ofendida.

—Claro que podría. ¿Es nunca has visto aquella película en la que salía una bella cenicienta que cargaba al principe? Bueno, bien yo podría ser ella.

—Te contradices tú misma. Desconozco tal película. —Me dejó en el suelo mientras buscaba las llaves en sus bolsillos—. Pero me gustaría que un día me la mostraras.

—Cuando quieras la busco... —Abrió la puerta y volvió a cargarme—. No, mi cama no... —reproché cuando vi a dónde me llavaba—. Tu cama es más amplia, la mía es pequeña y siento que podríamos caer en cualquier momento.

—Me ofendes, Alice. Yo nunca te dejaría caer.

Aún así tomó dirección a su habitación. Me dejó en la cama y él caminó hacia su armario, sacó ropa y me lanzó una camisa que aterrizó en mi cabeza.

—Genial —murmuré sarcástica.

Quité la camisa de mis ojos justo en el momento en el que Alén se quitaba la suya. Me acosté en la cama y lo miré miestras él se quitaba los pantalones negros y se ponía unos de dormir. Sus musculos bien formados estaban a la vista, era imposible no admirarlo.

—Quítate esa ropa —dijo, girando para mirarme.

—Vaya, Alén... No esperaba que me propusieras eso de forma tan directa.

Él sonrió con picardía.

—Sabes a qué me refiero, hermosa.

Caminó hacia mí.

—Tines que ayudarme, la blusa es manga larga y no puedo quitarla yo sola —Era mediamente verdad, ya que mi hombro ya casi no dolía gracias a los medicamentos.

Una carcajada escapó de sus labios y se sentó en el borde de la cama.

—¿Y cómo hiciste para vestirte?

—Primero ingresé mi brazo derecho con suma lentitud después mi brazo izquierdo y con mi mano izquierda logré terminar de ponermela. Pero para quitarla no es tan sencillo.

Hermoso PeligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora