Capítulo 24

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—¿Quién es D?

Él se quedó callado. Lo vía apretar el volante con más fuerza de la necesaria, su mandíbula se tensó, pero cuando habló su voz era tranquila. Sabía controlar su voz, no podía decir lo mismo de sus acciones.

—¿Por qué te importa eso? —cuestionó.

Medité mis palabras antes de responder, no quería que sonara a una orden al pedir que lo dijera, tampoco quería parecer una chica desesperada por saber con quién se había ido.

—No lo sé —Miré la ventana—. Curiosidad.

Alén no respondió por varios segundos y después de un rato lo escuché hablar.

—Denisse —dijo. Giré para mirarlo, ya no estaba tenso ni apretaba el volante, su semblante era sereno—. Mi hermana.

Suspiré sin saber qué decir, quizá había cometido un error al pensar que era David, pero después recordé una platica que había tenido tiempo atras con él.

—No soy estúpida, mi vida está en una mejor balanza que la tuya. Te estás jugando mucho.

—O quizá ya lo perdí todo —musitó.

Quizá, dijo, pero yo lo había escuchado más como afirmación. Alén no dijo nada más.

Pensé que lo más seguro era que él no recordara que me había dicho aquello, así que me quedé callada, para mí no era suficiente esa respuesta después de lo que me había dicho. Pero a veces es mejor quedarse callado para saber hasta dónde es capaz una persona con tal de seguir con su mentira.

Miré mi comida, casualmente la incomodidad no me dejaba comer tranquila; el lugar era bonito, sí; había tranquilidad, sí; buen ambiente sí; sin embargo estar frente a Alén me hacía sentir segura y al mismo tiempo en peligro, no entendía la razón de ello pero así me sentí. Justo cuando iba a hablar Alén se adelantó.

—¿Por qué nunca asesinaste a nadie? —preguntó.

Yo fruncí el ceño y miré a todo lados para saber si había alguien cerca, cuando comprobé que estábamos solos hablé.

—¿Siempre que hablemos tendrá que ser de asesinatos, drogas y cosas ilegales? —interrogué. Él sonrió.

—Entonces dime cómo fue que supiste que eras buena boxeando.

Resople e hice una mueca.

—Por Scarleth —respondí. Quizá si le decía algunas cosas después él me dijera algo.

—¿Por Scarleth? —cuestionó, confundido—. ¿Por qué por ella?

—Más que nada por su padre. —Alén frunció el ceño y yo sonreí más—. El hombre era una basura, un día tuve que sacar a Scarleth de su casa. Tenía dieciséis en aquel entonces, era pésima en los entrenamientos, hasta el día en que tuve que sacar a relucir todo lo que se me habían enseñado, el papá de Scarleth cometió un crimen. —No le iba a decir cuál. Su ceño se profundizo más, como si en verdad le importara aquél tema—. Yo iba a sacarla de ahí a como diera lugar y él se interpuso, descargué todo mi coraje en él; me di cuenta de que si todo era descargado en los golpes me iba mejor.

»Ésa fué la única vez que tuve ganas de matar a alguien —él me miraba atento—, pero me detuve, Scar me detuvo, me hizo comprender que no había razón suficiente para manchar mis manos de sangre por una rata como esa. Ese hombre era despreciable, odié a Scarleth por no dejar que lo refundiera en la carcel. —Llevé un poco de lasaña a mi boca y después de pasar hablé—: Después de todo te respondí las dos preguntas.

Hermoso PeligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora