Capítulo 9

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El lunes fue un día soleado y cálido, para muchos hubiera sido un día muy bueno para salir con sus familias a pasear pero para mí no. No fui a la universidad y el auto de Alén estuvo estacionado a contra esquina de la casa todo el día.

Aveces me preguntaba si no tenía una vida propia o algo, sinceramente yo nunca aceptaría un trabajo así; debe ser cansado estar detrás de una persona todo el día y no poder hacer nada de lo que desee. Aunque mi vida no era la más maravillosa pero, al menos, podía salir a donde yo quisiera y cuando quisiera. Ahora que lo pensaba él también era neoyorquino, con menos razón aceptaría estar detrás de una persona si tendría que ir al otro lado del país solo para cumplir con ello. La mayor parte de la tarde la pasé mirando por la ventana de la cocina hacia el auto; Scarleth estuvo dando vueltas por toda la casa mientras se mordida las uñas, al parecer estaba muy nerviosa; mamá estuvo haciendo llamadas para dar aviso en la academia de ballet sobre su ausencia.

Ya todo estaba listo sólo faltaba que se diera la hora del vuelo para que ellas se marcharan. Las iba a extrañar, no lo negaba, ellas eransido mi todo —además de Dante— desde hace tres años. Hacía cinco semanas que no veía al pequeño Dante y sentía unas terribles ansias de querer salir corriendo de casa para verlo, pero él ya no estaba en Seattle no podía ir, por más que quisiera. No estaba dispuesta a ponerlo en riesgo.

—¿Qué hora es? —volví a preguntar a Scarleth cuando la vi entrar a la cocina. El cielo se ve oscuro, los pequeños pájaros que revolotean durante el día ya no están, las pocas personas que pasaban durante el día frente a casa han disminuido.

—Las Diez.

—Apaga las luces, más o menos esta es la hora en la que mamá se va a dormir. También dile a ella que apague la luz de su cuarto. ¿A qué hora sale el vuelo a Arizona y el de Londres?

—A las dos; y dos y media de la madrugada. ¿Crees que a esa hora ya esté dormido? —preguntó.

—No lo sé, pero eso espero...

Me fui a mi habitación y Scarleth fue con mamá. Después de unos minutos la casa estaba en silencio y las luces se habían apagado; en mi cuarto no había ventanas así que estaba absolutamente oscuro. Me senté en borde de la cama con las palmas de mis manos cubriendo mi cara. Me dolía la cabeza, el estrés me estaba acabando. Escuché la puerta abrir pero no levanté la vista.

—¿Estás bien? —preguntó acercándose a mí. Sabía era Scarleth, su voz era inconfundible para mí. Asentí—. No me quiero ir, aquí esta todo lo que necesito, tu estarás conmigo, ¿qué me podría pasar?

—Nunca haces la pregunta correcta, debería de ser: ¿qué no te podría pasar? Es peligroso que estés aquí.

—René y David están a más de cuatro mil kilómetros de distancia de Seattle.

—No. René ya no está en Nueva York, estoy segura. Alén no vino solo, Scar.

—Con más razón —replicó—, te acompañaré y estaré más segura a tu lado.

Debí de haber anticipado que Scarleth era tan o más terca que yo. Pero aún así yo no iba a cambiar de opinión. No dije nada más, las siguientes tres horas las pasamos sentadas en mi cama, todo en silencio, cada una en sus propios pensamientos. Cuando el reloj en la mesa de noche marco la 12:30 am. salimos del cuarto; Scar fue por mi madre y yo fui a la cocina; tal como esperaba, el Farrari rojo ya no estaba, en su lugar estaba el auto negro de todas las noches.

Fui a la puerta y salí a paso lento con rumbo al auto. Las calles estaban a solas, de este lado de la ciudad siempre se encontraba así: tranquilo y un poco solitario. Solo esperaba que el hombre que estaba en el auto estuviese dormido. Mis botas hacían un molesto chillido contra el pavimento; a lo lejos se podían escuchar el ruido de los autos, el lado la ciudad que aún estaba vivo. Cuando faltaban pocos metros para llegar al auto pude ver que el hombre ya estaba dormido y lo reconocí la instante: Rick. Él era quién ayuda a mi padre con sus “trabajos”, también me entrenó durante un tiempo. Al comprobar que estaba dormido regrese a la casa, Scar y mamá ya estaba al pie de la puerta.

—Vamos. —Tomé las maletas de ambas, por suerte solo eran dos y no estaban pesadas. Las subí en la parte trasera del Jeep y después me deslicé en el asiento del conductor—. Es hora...

Mi madre asintió con las cabeza, me brindó una sonrisa tranquilizadora, pero yo no la necesitaba, eran ella y Scarleth a las que se les veía nerviosas. Arranqué el auto, todo el camino fue en silencio, un silencio agobiador y pesado.

Al llegar me quedé en el asiento, apreté las manos alrededor del volante, a pesar de todo no las quería dejar ir, si ellas se iban yo estaba sola. Sí era contradictorio, no quería que se fueran pero tenían que hacerlo.

—Está bien, Alice —dijo mi madre en voz tranquila—. No tienes por qué bajar del auto.

Asentí con la cabeza pero aún así abrí la puerta y fui a sacar sus maletas, las bajé lentamente, queriendo aplazar el momento. Mi madre y Scarleth aparecieron frente a mí. Scar estaba decaída y triste, mamá intentaba tranquilizarla, aunque ella también estuviera decaída.

—Tomen. —Les entregué las maletas y suspiré—. No voy a ir, no quiero.

—Adiós —dijo Scar e intento abrazarme pero yo retrocedí.

—No digas adiós; no es como si estuviera cavando mi tumba. —O quizá si, agregué en mi pensamiento—. Nos volveremos a ver. No digas adiós.

—No vemos entonces. —Ambas agitaron su mano en un gesto de despedida antes de comenzar a caminar.

Ellas sabían perfectamente cuanto odiaba las despedidas y les agradecí internamente que no hallan intentado nada más. Regresé a mi asiento y las vi entrar al aeropuerto, ambas caminaban encorvadas y arrastraban sus maletas con lentitud.

Ahora venía el momento decisivo. Hice el camino de regreso a casa con la misma velocidad que usaba para las carreras, al llegar a la esquina de mi casa hice que las llantas del jeep chillarán contra el pavimento. Esperando que si Rick aún estaba dormido despertara. Mi problema siempre había sido el mismo: me encantaba estar metida en problemas. Y ahora que Scarleth y mamá estaban lejos podía meterme en problemas a mis anchas para así distraerlos de la búsqueda de ambas mujeres.  Pero al parecer el ruido no fue necesario, ya que Rick estaba fuera del auto haciendo una llamada, su gran cuerpo estaba de espaldas y al escuchar el ruido del auto giro para mirar de donde provenía. Sus hombros cayeron como si liberara un peso. Detuve en seco frente a la casa y bajé del auto con dirección a Rick, adoptando una pose que no había utilizado desde hace años: pasos firmes que resonaron en el silencio de la noche, espalda recta, mirada de  asesina,  justo como él mismo me había enseñado. Cuantas veces atrás había usado el mismo método para intimidar y ahora lo sentía extraño en mí.

—¿Se te perdió algo, Rick? —espeté con el sarcasmo tiñendo cada una de mis palabras. El hombre que tenía frente a mí lo odiaba con todo mi alma, gracias al él conocía miles de maneras de como torturar a una persona.

—Alice... —murmuró con rabia no contenida. Nunca se le había dado bien el ocultar lo que sentía, todo lo contrario a mí; yo era capaz de fingir desde la alegría más grande hasta una rabia incontrolable—. ¿Dónde estuviste?

—Como si te lo fuera a decir.

—Vienen para acá, Alice. Si no lo dices me obligaran a hacer que lo digas. —Me encongí de hombros.

—¿Qué harás? ¿Me darás una golpiza? —cuestioné con burla. Este era mi problema nunca me quedaba callada—. Puedes intentarlo, solo te aviso una cosa: no tengo dieciséis.

—Nunca aprendiste la lección.

—La aprendí, Rick. No sólo eso, la aprendí mucho mejor que tú.

Él iba a responder pero un Ferrari rojo entró en la manzana, lento y sin prisa, como si el conductor disfrutara de la vista del paisaje; solo que aquí no había un hermoso paisaje; todo estaba oscuro y no había ni una sola alma en pena. El auto se detuvo frente a nosotros, la ventana trasera fue descendiendo lentamente para dejar ver al hombre con el que Alén venía.

—Alice... —murmuró.

—Rene... —murmuré imitando su gesto.

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Capítulo dedicado a virgin_mobile
Esto se pone interesante señoras y señores...

—GC.

Hermoso PeligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora