Capítulo 35

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—¿Cuándo?

—No lo sé —dijo—. Primero tendría que ir a Nueva York.

El silencio nos abrazó por algunos minutos, el sonido de la vida de la ciudad era lo único que se escuchaba, una luz se filtraba desde el ventanal. Miré hacia el cristal y sonreí, en aquel lugar me sentía tranquila, ahí, con él, todo estaba bien.

—No me has dicho qué significa el tatuaje —lo escuché decir. Lo miré, la pequeña lampara sobre la mesa de noche que estaba detrás de él provocaba que sólo la mitad de su cara se iluminara

—Metamorfosis —murmuré. Esa palabra describía muy bien el significado—. Lo hice cuando llegamos a Londres, era un cambio en mí y en todo lo que yo hacía.

—¿Hay más?

—Hasta ahora no. —Regresé la vista al ventanal. Me sentí atraída por ver la ciudad, así que, sin pensarlo mucho, me puse de pie y caminé en busca de una vista de ella.

Las luces de miles colores me dieron la bienvenida, el sonido de los claxon aún se escuchaba; me recordaba a Nueva York. Cerré los ojos y, por un momento, me permití volver al pasado, recordé la niña de dos coletas que corría por Central Parck con su hermano de la mano, ambos sonrientes y con una mujer castaña corriendo detrás de ellos, sus risas resonaron en mis oídos, el grito de su madre pidiendo que se detuvieran. Dos pequeños rubios, uno de ellos con sus ojos tan azules como el mar y el otro con unos tan negros y profundos. Tan diferentes y al mismo tiempo tan parecidos; ambos con la inocencia pintado una sonrisa en sus rostros. Y, ahora, uno de ellos muerto, él se fue y se llevó mi sonrisa consigo, como un vil ladron. Se llevó lo único que compartimos, sonrisas, él se las había llevado todas y cada una de ellas, hasta que llegó Dante y me compartió de las suyas.

—Creo que tendrás que cederme tu habitación —la voz de Alén me hizo abrir mis ojos, estaba detrás de mí—, tiene mejor vista que la mía.

—Tu fuiste quien designó las habitaciones. —Me encogí de hombros.
Di un paso casi imperceptible hacia atras pero no pude completar mi acción, Alén estaba más cerca de lo que pensaba. Recargué mi espalda en su pecho y me dejé embriagar por su aroma. Después de estar un rato más así, sentí sus manos envolver mi cintura; el momento se me antojaba de lo más íntimo, incluso más que el que había tenido lugar en la sala unas horas atrás.

—Dejame intentarlo, Alice —susurró en mi oreja, su aliento cálido provocó que mi piel se erizara—. No quiero ser algo pasajero en tu vida, no quiero ser un recuerdo. Quiero ser parte de tu presente y tu futuro. No te estoy pidiendo que seamos algo, sólo quiero quiero conquistarte.

Él ni siquiera era consiente de que sin hacer esfuerzo ya me había comenzado a conquistar. Sonreí, quizá si él salía del narcotráfico, quizá funcionaría. Aunque tenía miedo, mis relaciones amorosas anteriores eran lo peor que te podías encontrar y también habían sido con narcotraficantes.

Una parte de mí me decía: Intentalo.

La otra me decía: No seas idiota. Piensa en lo que pude pasar.

Y por un momento de mi vida me olvidé de las consecuencias, de los problemas que traería; además, él estaba a punto de salir todo eso a lo que yo huía. Asintí con mi cabeza.

—¿Aceptas ir conmigo a una cita? —quiso saber. Tomó mis hombros y giró mi cuerpo para que estuvieramos frente a frente.

—¿Una cita? —cuestioné frunciendo el ceño.

—Si, ¿qué pasa? —imitó mi acto y tomó mi rostro entre sus manos.

—No he tenido una cita en unos tres años... —murmuré.

Hermoso PeligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora