Epílogo

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La vuelta a clases había sido terrible. Todo el mundo me mirara como si fuera la única sobreviviente de Chernobyl. Todos habían visto los videos de las cámaras de seguridad de la biblioteca que circulaban en televisión y redes sociales.

Era extraño. Algunos me criticaban, porque mi relación con Thomas se hizo pública y no era bien visto salir con profesores. De hecho, estaba prohibido. A pesar de eso, nadie me amonestó ni me expulsó de la universidad, supongo que había problemas más grandes que atender, y Thomas ya había dejado su puesto de todos modos. Otros me miraban con admiración o me felicitaban en los pasillos. Después de todo, fue gracias a mí que Mark dejó de disparar. La mayoría de ellos, sin embargo, no sabía que había sido yo la razón de que todo esto sucediera en primer lugar.

Hubo incontables ceremonias, discursos y eventos en memoria de aquellos que perdieron la vida en el tiroteo. La universidad estaba en el ojo del huracán. Los medios de comunicación aparecían a cada rato al comienzo, pidiendo entrevistas, testimonios. Yo me negué, aunque algunos aceptaron. Tuvieron que pasar unas semanas para que dejáramos de ser el centro de atención en los Estados Unidos y el mundo. Cuando todo el furor terminó, lo agradecí.

Thomas consiguió un trabajo a las pocas semanas en la Universidad de Nueva Jersey, a menos de una hora de Princeton, por lo que se quedó en el mismo departamento.

Cuando me dieron el alta, me quedé en el departamento de Thomas. Él me lo pidió, quería tenerme un ojo encima hasta que me recuperara del todo. Sin embargo, me quedé ahí.

No pude volver a mi habitación de la residencia, eran muchos recuerdos. Thomas se dio cuenta de eso, así que me pidió que me quedara en su departamento. Al principio me negué, pensando que todo iba demasiado rápido, pero finalmente acepté. No me arrepiento.

Pasaron los días, las semanas y los meses y antes de que me diera cuenta, el semestre ya había acabado. Todo volvía a su curso habitual, la gente de a poco comenzaba a olvidar.

Yo no.

Era parte de mí, pero no como una herida, más bien como una pieza. Formaba parte de quien era ahora.

Christina me llamaba ahora cada fin de semana, asegurándose de que estuviera bien, sin embargo, nuestra relación era distante ahora. Seguía queriéndola, por supuesto, pero no era lo mismo que con Lily.

Iba todos los domingos a ver a Lily, hablaba con ella, le relataba mi semana. A veces, Bernard me acompañaba. Mi amistad con él realmente funcionaba. El chico, a pesar de estar de luto, seguía siendo un estupendo compañero y amigo. Podía ver por qué Lily lo había escogido.

Esa tarde habíamos salido a pasear con Thomas, mis padres y Aylin a una playa cercana a la ciudad. Hacía mucho frío y todo estaba cubierto de una espesa capa de nieve, pero había un brillante sol reflejándose en esta.

Estaba de sobre un roquerío, observando las olas romper contra las rocas congeladas, provocando un imponente y constante ruido. Mis padres y Aylin caminaban más atrás, al paso de mi hermana pequeña. Thomas iba tras de mí. Cuando me alcanzó, se paró a mi lado silenciosamente, sólo con el ruido de las olas de fondo y el viento golpeando contra nuestros rostros y desordenando mi cabello, observando el maravilloso paisaje. Apoyé mi cabeza en su hombro y él me rodeó con su brazo.

–No puedo creer que el tiempo haya pasado tan rápido... –comenté ausente.

Él me besó suavemente el cabello.

–Lo sé –respondió–. Ya comienza otro año.

Estábamos en diciembre, mi cumpleaños se acercaba a pasos agigantados.

Maldito destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora