Capitulo 31: No me dejes.

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POV Thomas


Mailen cerró los ojos y no los volvió a abrir. Yo la sacudía y golpeaba su rostro con la palma de mi mano para que reaccionara, pero nada.

–¡No! –Un sonido gutural salió desde mi pecho–. No, no me puedes dejar, Mailen, no ahora ¡No! –Estaba desesperado.

La solté por un segundo para sacarme el sweater sobre la cabeza, lo pasé rápidamente por debajo de su brazo y lo presioné como pude sobre su hombro intentando frenar la hemorragia. Había perdido mucha sangre, su rostro se tornaba de un pálido y perturbador color.

Eran mis peores pesadillas haciéndose realidad frente a mis ojos.

Cuando la vi al otro lado de la biblioteca, con su amiga sin vida en brazos, percatándose de que era Mark quien disparaba, supe lo que iba a hacer. Lo supe incluso antes de que ella misma lo supiera, la conocía demasiado bien. Mailen era capaz de entregar su vida por salvar al resto, ella era esa clase de persona.

¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué no se podía preocupar más por su propio bienestar? Quizás así aún estaría viva... Pero no, no podía permitirme pensar así. No estaba muerta, no podía estar muerta. No lo iba a soportar.

Mi sweater, color verde, rápidamente se tiñó de rojo. Sangraba mucho, sin parar. Tenía que sacarla de ahí, necesitaba atención médica.

Comencé a rezar en mi fuero interno por que hubiera llegado ayuda. La tomé entre mis brazos casi sin dificultad, era tan liviana...

Rápidamente la acomodé en mi regazo y corrí hacía la puerta principal intentando esquivar el cuerpo sin vida del maldito desgraciado que le hizo esto. Sentía como mis lágrimas caían a medida que avanzaba. Cada segundo pesaba sobre mí como una sentencia, cada instante que se escurría, podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Cuando al fin logré llegar a la puerta la abrí como pude con mi espalda y salí dando trompicones. Lo primero que vi fueron las luces, rojas y azules, toda clase de carros estaban afuera, policía, equipos especiales, ambulancias...

Ambulancias.

Había un montón de policías pegados a las paredes exteriores del recinto, preparándose para entrar. Otros se escondían tras las puertas abiertas de sus autos apuntando con sus armas de servicio hacia el lugar, preparados. Si tan sólo hubieran llegado antes... ¿Pero cuánto tiempo había pasado? Probablemente no más de diez minutos, pero parecieron horas para mí.

Me encaminé hacia una de las ambulancias inmediatamente, sentía que alguien se dirigía a mí a través de un megáfono, sólo entonces me di cuenta de todo el ruido que había. Gritos, llantos, sirenas... La biblioteca aislaba el sonido, nada se escuchaba desde dentro, eran dos mundos separados. Afuera había vida, dentro... el mismo infierno. Estaba casi llegando cuando un policía se me cruzó en el camino.

–Señor, suelte a la chica ahora, y coloque las manos en el aire–ordenó.

Ni loco.

–Apártese ahora mismo si no quiere que haya dos asesinos en la escena –le espeté, conteniendo mi rabia, impaciente ¿Qué no se daba cuenta de que llevaba a Mailen medio desangrada en brazos? Él no se movía– ¡Apártese!

Lo aparté yo mismo con el peso de mi cuerpo, sin siquiera escuchar lo que me decía y el pobre casi cae al suelo.

Corrí hasta la ambulancia, donde me interceptó un médico corriendo con una camilla. Su rostro estaba alterado, parecía bajo mucho estrés. Eché un rápido vistazo y vi muchas camillas, muchos heridos, mucho movimiento.

El hombre, cuando dejé a Mailen sobre la camilla y pudo ver la herida, cambió su expresión facial. Parecía que se lamentara. No te lamentes, idiota, ¡Haz tu maldito trabajo! ¡Rápido!

–Tiene una herida de bala en el hombro, ha perdido algo de sangre, no estoy seguro de si aún respira, perdió el conocimiento hace apenas...–comencé a explicar rápidamente, intentando controlar mi respiración, pero él seguía mirando a Mailen con esa expresión, sin mover un dedo.

–Lo siento –Me interrumpió–. Tenemos órdenes expresas de atender prioritariamente a aquellos que tengan más oportunidades de sobrevivir, y por el lugar de la herida y la pinta que tiene, me temo que...

Lo agarré del cuello del uniforme y golpeé su espalda violentamente contra el carro de ambulancia, haciendo que este temblase. Lo llegué a levantar mientras veía como se esforzaba en respirar y sus despavoridos ojos me observaban sorprendidos. Lo miré fijamente y con los dientes apretados, le dije:

–Escúchame bien, pedazo de imbécil: La mujer que está en tu maldita camilla es mi razón de vivir, si ella muere, moriré igualmente ¿Quieres cargar con la muerte de dos personas? –Presioné aún más mi agarre y él cerró los ojos fuertemente negando con la cabeza mientras su rostro comenzaba a enrojecerse–. Pues entonces has tu maldito trabajo y sálvale la vida si no quieres terminar como una baja más en todo este maldito infierno.

Lo solté violentamente y él cayó al suelo, pero en seguida se levantó, recuperando la respiración. Me lanzó una mirada llena de miedo mientras se acomodaba el estetoscopio y lo colocaba temblorosamente sobre Mailen. Entonces su mirada se perdió por un momento, atento, escuchando... Fueron los segundos más largos de mi vida.

De esto dependía qué iba a ser de mí el resto de mi vida ¿Iba a poder ser feliz? ¿Iba a perder las ganas de vivir? Tragué en seco mientras esperaba a su lado, guardando silencio. Debieron haber sido apenas unos instantes, pero a mí me parecieron eternos. Mailen no podía morir. No podía dejarme en este maldito mundo a mi suerte, no ahora que podíamos ser felices, que la amaba... Que me amaba también.

Yo sabía que ella me amaba, estaba seguro. Sólo estaba esperando a que se sintiera cómoda para decírmelo, entonces sabría que iba por buen camino, que se estaba levantando, que era capaz de ser feliz. Pero ese imbécil tuvo que presionarla de la peor forma, arruinando el momento, que debió ser perfecto, convirtiéndolo en una pesadilla.

Cuando cargó el arma frente a mis ojos, los que más lamente de que iba a morir, era que ella lo vería, que ella tendría vivir con eso, pero si para que ella viviera yo debía morir, moriría mil veces. Quizás ella pensó lo mismo cuando saltó delante de mí. No pensó que, si ella moría, yo moriría también.

Saltó frente a mí y todo mi mundo se fue al carajo. Todo lo que me hacía sentir vivo se derrumbó. Hubiera querido apartarla de ser lo suficientemente rápido, pero cuando me di cuenta de lo que haría ya era demasiado tarde ¿Por qué, Mailen? ¿Por qué lo hiciste?

Ahora estaba ahí, con el corazón latiéndome en los oídos, aguantando la respiración mientras se decidía el futuro de mi vida.

El hombre soltó el estetoscopio rápidamente y empujó la camilla con fuerza hacia el equipo médico que estaba tras la ambulancia, su expresión ya no era de miedo, era la de un profesional.

– ¡Tenemos pulso! ¡Necesito ayuda aquí! ¡Herida de bala sin salida! Traigan una intravenosa rápidamente, gasas y... –Siguió dando órdenes y yo dejé de escuchar.

Me apoyé en la ambulancia porque estuve a punto de caer de rodillas, me restregué la cara con ambas manos, para luego pasármelas por el cabello. Respiré...

Estaba viva.

Mi Mailen estaba viva.

Casi reí entre sollozos de alivio, mientras sentía como me volvía el alma al cuerpo. Seguía con vida, solo tenía que aguantar un poco más. Corrí tras la camilla, hasta llegar a su lado y tomar de su mano, que estaba escalofriantemente fría, con la otra acaricié su pálido rostro lentamente antes de que los paramédicos me apartaran para hacer su trabajo.

Aguanta, Mailen, por favor. Aguanta.

Maldito destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora