Capitulo 30: La primera nevada.

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–¡Noooo! –Escuché el desgarrador grito de Thomas tras de mí justo cuando la bala chocó contra mi cuerpo.

El impulso del impacto hizo que mi torso girara hacia el lado mientras caía, cambiando de dirección.

Mi espalda chocó contra el pecho de Thomas y sus brazos me rodearon al instante. Al fin podía sentir su calor, su aroma nuevamente... Por un momento pensé que nunca más lo iba a tener así de cerca. Todo pasaba sumamente lento ante mis ojos. Cuando terminé de caer, Thomas me acunaba desesperadamente contra su pecho, sentado de rodillas en el suelo. Yo aún no sentía nada, sólo miedo. Nunca voy a olvidar la expresión de su rostro, totalmente devastado. Apretaba los dientes, mostrándolos involuntariamente, acariciaba mi cabello nervioso, fijando sus asustados ojos en los míos, su frente se arrugaba. Parpadeé varias veces.

Seguía con vida.

–No, Mailen, no... ¿Por qué hiciste eso? –Me recriminaba enfadado, pero temeroso.

Entonces comencé a sentir un dolor horrible en mi hombro derecho, todo mi brazo estaba adormecido. Era un dolor caliente, como si me estuviera quemando de a poco. Cerré los ojos, incapaz de emitir ruido alguno, conteniéndome. El ruido ambiente comenzó a difuminarse, como si me hubieran metido en un frasco de vidrio. Sentí como mi sweater se humedecía. No quise mirar.

Thomas me pegó unas palmaditas en el rostro, volví a abrir los ojos para verlo con las mejillas empapadas y los ojos brillantes. Nunca antes lo había visto llorar ¿Iba a morir? No quería que esta fuera mi última imagen de él.

–No cierres los ojos, hermosa ¿Sí? No te duermas, cariño, no voy a dejar que me dejes, no lo voy a permitir ¿Sí? –murmuraba nervioso, sin dejar de llorar.

Su respiración era irregular, pero podía notar que intentaba controlarla, tal vez para hacerme sentir mejor a mí... Cuanto lo sentía, no quería dejarlo.

–Thomas...–musité con un hilo de voz, conteniendo el dolor latente que se expandía tortuosamente por mi cuerpo.

Thomas tomó mi mejilla y me miró intensamente, parecía que estuviera roto por dentro. Por favor, no... no soportaba verlo así.

–Lo siento –Logré decir, sin poder evitar que mis ojos comenzaran a cerrarse de nuevo, mis párpados pesaban.

Parecía que todo se fuera alejando, volviéndose menos real.

–No –dijo decidido–. No, tú no te vas a morir, no voy a dejar que eso pase ¿Me escuchaste? –Su mandíbula volvía a estar en tensión, sus ojos intensos.

Tuve que apartar la mirada, dolía mucho, no quería que me viera así. Miré por sobre su hombro por un segundo para ver a Mark, quien estaba parado a sus espaldas, observando la escena con la boca entreabierta y la mirada perdida, sus brazos relajados a cada lado de su cuerpo, el arma apuntando al suelo. Alzó la vista por un instante, para encontrarse conmigo, y vi la tormenta en sus ojos. Vi a Mark, al verdadero Mark, al chico de las fotos, roto.

Él hizo una mueca de asco, se pasó ambas manos desesperadamente por el cabello y las dejó ahí, agarrándose los mechones negros con ímpetu. Comenzó a llorar en silencio. Sus ojos dejaron los míos para mirar a alrededor, tomando conciencia de lo que había hecho. Mientras recorría el lugar con la mirada, su expresión se tornaba más y más perdida, hasta que volvió a encontrarse con mis ojos y luego de un segundo que pareció eterno, levantó el fusil nuevamente.

"¡No!" quise gritar, pero ya no me quedaban energías. Cerré los ojos con todas las fuerzas que me quedaban... y disparó.

Thomas reaccionó enseguida, cubriendo mi cuerpo con el suyo, tomando mi cabeza entre sus brazos, ocultándola contra su pecho, pero nada sucedió. Cuando volvió a separarse de mí, miró tras de su hombro y me dio el espacio suficiente para ver a Mark en el suelo, con sus ojos azul cielo abiertos, sin vida. Una imagen que nunca podré borrar de mi memoria.

–Shht, shht... Está todo bien, vas a estar bien –susurraba Thomas, volviéndose hacia mí nuevamente, sin dejar de acariciar mi cabello, mis ojos se cerraban en contra de mi voluntad, él golpeaba suavemente mi mejilla, haciéndome despertar–. No me dejes, Mailen, no te duermas. Mantén los ojos abiertos. Vas a estar bien mi amor, no me vas a dejar –murmuraba y yo ya no estaba tan segura de sus palabras.

La imagen de Thomas sobre mi cabeza comenzaba a difuminarse, alcé la vista hacia el techo, mientras sentía como de a poco dejaba de doler, mi cuerpo se entumecía. Estábamos justo bajo el tragaluz, y pude ver que había comenzado a nevar.

La primera nevada...

Sentí unas terribles ganas de llorar, pero el cansancio incontrolable apoderándose de mí me lo impedía.

Volví a mirar a Thomas por última vez, sus ojos asustados, chocolate amargo. Quería pedirle que me sonriera por última vez, para que esa fuera la última imagen que vea, pero no tenía fuerzas. Mis ojos se cerraban mientras veía que hablaba, pero ya no escuchaba. "Lo siento, Thomas. Te amo" fue lo último que pensé.



Ya no estaba en la biblioteca. Estaba sobre un piso frío, en la oscuridad, recostada sobre algo, o alguien... Un foco se encendió desde un lugar invisible en el cielo oscuro y logré ver alrededor.

Era un escenario.

Todo exactamente como aquella vez en Broadway, solo que ahora las butacas estaban vacías, no había escenografía alguna, sólo yo en el suelo, vestida en harapos y apoyada en el regazo de Thomas.

Thomas me observaba melancólicamente, pero ausente, como cuando observas una antigua fotografía que sólo te trae nostalgia. Lo miré a los ojos, él me observaba como un todo, pero era como si no me viera realmente. "¡Thomas!", quería gritarle, pero no podía emitir sonido alguno "¡Thomas! ¿Qué sucede? ¿Por qué me miras así? ¡Estoy bien! ¡Estoy viva!"

Nada.

Entonces en mis oídos retumbo el sonido de la orquesta tocando, me sobresalté y miré a todos lados intentando de ver de dónde venía, pero no había ningún músico cerca, ningún equipo de sonido tampoco, era como si sonara desde todas partes. 

Esa música... Yo la conocía. Por supuesto que la conocía. Era el musical, Los Miserables, esta era la escena en que Eponine muere.

Un momento...

¿Yo era Eponine?

Mis ojos comenzaron a humedecerse mientras me daba cuenta que no era más que una alucinación... Estaba muriendo. Volví a mirar a Thomas, quién seguía con la misma expresión y cerré los ojos apoyando mi cabeza contra su pecho, dejando que las lágrimas corrieran libremente y mis sollozos se escaparan sin reparos, temblando en su regazo, mientras la música retumbaba en mis oídos.

De a poco los instrumentos dejaban de tocar, la luz se apagaba y todo se volvía negro nuevamente...

Maldito destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora