Capitulo 19: La muralla.

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Algo extraño sucedía. Aunque suene increíble, lo supe desde la noche anterior, cuando entre sueños sentí sus pasos detenerse frente a la puerta, mientras yo estaba acostada con Aylin, con la luz prendida, ya que le temía a la oscuridad. Se detuvo ahí, un largo rato, luego entró a mi habitación, al otro lado del pasillo. Algo sucedía, pensé entonces.

Dormí muy mal, con mi hermana entre mis brazos, preocupada. Sabía que algo iba mal. Al día siguiente, nos despedimos de mis padres y de Aylin, quien no había terminado de despertar, se acostó muy tarde para su edad. Thomas estaba frío como el hielo. Al principio pensé que estaba cansado, pero había algo más, estaba segura.

–¿Qué sucede? –Le pregunté mientras nos dirigíamos al auto, donde nos esperaba la grúa.

–Nada–contestó con voz gélida. 

Se me heló la sangre.

–No me mientas, algo suce...

–Nada, ya te dije –Me interrumpió exasperado, sin mirarme.

Me quedé observándolo, impresionada por su reacción ¿Qué había sucedido? El día anterior había sido perfecto ¿Qué fue lo que cambió? Un montón de posibilidades comenzaron a desfilar por mi mente. Lo más probable es que se haya arrepentido, que se haya dado cuenta de que esto era una estupidez. Quizás se había convencido de que no podíamos tener nada, que todo esto fue un error. Quería llorar. Fue como si me hubieran dado una patada en el trasero desde una nube de algodón, dejándome caer en caída libre hasta estrellarme contra el asfalto ¡Paf! Realidad.

Cuando llegamos al auto, la grúa nos esperaba. El hombre encargado habló por unos minutos con Thomas, comentándole que no era necesario llevar el auto hasta Princeton, simplemente podían venderle una rueda y cambiársela. Thomas aceptó. Todo transcurrió en absoluto silencio. Él no me miraba, sólo se fijaba en el hombre que cambiaba su rueda. Cuando este terminó, le pagó y me abrió la puerta del copiloto.

–Sube–ordenó fríamente. Yo obedecí.

Él rodeó el auto y se sentó frente al volante. Partimos nuestro viaje de vuelta. Cuando colocó las manos sobre el volante noté un artesanal vendaje en su mano. Eso no estaba ahí la noche anterior.

–¿Qué te pasó?

El me miró rápidamente y se percató que hablaba de su mano.

–No es nada–contestó cortante.

¿Qué estaba sucediendo?

No encendió la radio, no habló, sólo se quedó ahí, con las manos aferradas al volante, mirando al frente. Ningún comentario. Yo lo miraba por el rabillo del ojo, tensa. Finalmente me volteé a la ventanilla con ganas de llorar ¿Por qué me hacía esto? El día anterior me había llevado al cielo, y ahora se comportaba así. Necesitaba saber por qué. Lo merecía.

–¿Es que decidiste que era una mala idea? –pregunté rompiendo el silencio, el frunció el ceño, pero no dijo nada– ¿Te diste cuenta de lo caro que te saldrá este capricho y decidiste dejarlo hasta acá? –pregunté ácida. 

Estaba enfadada. Otra vez con la bendita montaña rusa, nunca sabía qué esperar cuando se trataba de Thomas.

–No seas ridícula –masculló. 

También estaba enfadado, pero no entendía por qué, no entendía nada de él.

–Montaña rusa –espeté entre dientes mientras volteaba el rostro nuevamente para ocultar una lágrima que caía por mi mejilla. Lo escuché resoplar, pero lo ignoré.

Maldito destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora