12. Nadie sale ileso

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Siempre hay que tener cuidado con los libros y con lo que contienen, porque las palabras tienen el poder de cambiarnos.
(Príncipe mecánico, Cassandra Clare)


Hay algo que nunca entenderé, el "Hay que darnos un tiempo", ¿por qué la gente pide "tiempo" cuando en realidad quieren terminar contigo? De verdad, ¿por qué?

Ok, a veces uno de los dos es muy tonto y arruina las cosas, no porque quiera perder al otro, sino porque es inseguro, porque le da miedo aceptar que está perdidamente enamorado y arriesgarse a que le rompan el corazón, porque el amor incluso cuando es correcto llega a doler –y eso pasa hasta en los libros–.

Pero es mejor, y lo sé por experiencia, ahora lo sé, dejar que te rompan el corazón, vivir el momento, disfrutar el amor lo que dure y lo que tenga que doler, que irte "ileso".

Porque, así como lo dijo mi heroína –Tessa Gray-, de un libro nunca sales ileso, la verdad es que del amor tampoco. Incluso cuando eres el cobarde que huye con una sonrisa amarga porque no sufrió, es mentira. Duelen más los "Y si hubiera..." y las noches en vela inventándose mil escenarios con el amado, escenas que no sucederán, que los recuerdos reales, duele más lo que pudo ser que lo que de verdad dolió.

Ahora lo sé, Magnus


"2012, octubre:

Magnus quedó de pasar por mí. Pero no sabía cuál era exactamente mi casa y, como sabe que odio la impuntualidad, llegó diez minutos antes y empezó a tocar en todas las casas hasta que un vecino me avisó que me buscaban.

El rojo invadió mi rostro y escuché a Isabelle chillar emocionada y correr a la puerta. Tuve que ser más veloz que ella y cerrar la puerta prácticamente en su cara, ya me enfrentaría a su furia después.

—¡Vámonos! —apresuré a Magnus, olvidando la pena, jalándolo de la mano.

—¡Hola! —sonrió divertido mientras corríamos al auto.

Me dio un beso fugaz cuando ya estuvimos dentro y entonces sí que recordé que soy Alec.

—Te pusiste rojo —se burló, poniéndonos en marcha.

—Es el reflejo del suéter —murmuré, sintiendo mi rostro arder un poco más.

—Tu suéter... Es... Negro... —dijo, entre risas.

Yo lo miré mal y la furia se esfumó cuando entrelazó una de sus manos con la mía. Ese simple gesto, con él, sólo con él, siempre me encantó.

—Quiero llevarte a un lugar especial... —me dijo, con un guiño, y yo no pregunté más, porque el corazón ya me latía acelerado y había olvidado lo que era respirar.

Una sonrisa se extendió cuando vi el edificio de la preparatoria, nuestra preparatoria, aparecer.

Detuvo el auto y entramos, todavía de la mano. Era tan igual y, a la vez, tan distinto volver aquí. Ahora juntos.

La sonrisa se extendió aún más, aunque las mejillas empezaban a dolerme, así que puede que ya llevara tiempo ahí y no lo haya notado.

—Me gusta verte así —soltó de repente.

—¿Cómo? —pregunté, de verdad confundido.

—Así, sonriendo. Cuando llegas a mí, vienes serio, nervioso, rígido y, poco a poco, te vas relajando, empiezas a sonreír y me iluminas con tu sonrisa, con el brillo de tus ojos... Pero, después de un rato, ese brillo se apaga y el miedo lo reemplaza. No deberías tenerme miedo, Alexander.

Suspiré, efectivamente, perdiendo la sonrisa. —No es a ti. Tengo miedo de perderte —confesé bajito.

Magnus se detuvo frente al salón donde "hablamos" por primera vez. Aquel que vio aviones de papel y disculpas empezar una historia...

—Creo que sabes por qué te traje aquí. Te lo voy a preguntar una vez más, ¿quieres o no ser mi novio?

Sentí un nudo en el estómago y la garganta y me costó encontrar mi voz: —¿Por qué no podemos seguir así? Ser...amigos. Yo te quiero, Magnus. Te quiero en mi vida para siempre, y no quiero arriesgarme a que esto no funcione y te pierda...

—Yo no quiero tu amistad nada más —me dijo, su voz firme y decidida.

—Es que... ¿Por qué eres así? No podemos llegar a un acuerdo cuando tú quieres lo que tú quieres, y yo quiero lo que yo quiero... —y mis palabras dejaron de tener sentido.

Él se rió, realmente divertido, y me calló con un beso que me dejó sin aliento.

—¿Escuchas lo que dices? —me preguntó, con una sonrisa, al separarse de mí.

—Sí —contesté, bajando mi mirada.

—¿Sí escuchas o sí quieres?

—Podemos intentarlo, pero, si no funciona, prométeme que no te irás de mi vida. De verdad no quiero perderte, Magnus. No podría.

Él entrelazó nuestras manos y las besó. ¿Era esa una promesa?"


Es difícil pensar que un "Sí" trajera fatales consecuencias. Sólo diré que el siguiente mes fue complicado y cuando se estrenó la película El Hobbit –recuerdan, ¿no? El Hobbit– no fuimos juntos...aunque el destino sí nos juntó en la misma sala.

Porque del hilo rojo nadie se salva y eso lo comprobamos Magnus y yo en los años siguientes...

Amor entre libros (Malec)/DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora