29. La promesa

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Moja el desierto de mi alma, con tu mirar, con tu tierna voz, con tu mano en mi mano...por la eternidad...
("Labios rotos", Zoé)

Como dije, fuimos el claro ejemplo de que sí, es raro el amor. Y no sólo hubo labios rotos entre nosotros. Esa noche, entre besos y alcohol, nos prometimos un "Para siempre" que fue difícil mantener...

Eso no impidió que disfrutáramos nuestro amor, viviendo el momento, el día a día, lo que el tiempo nos diera.


"2013, mayo/junio:

Es raro el amor... Ah ah... Y se aparece cuando menos piensas... No importa la distancia, el tiempo ni la edad...

Nos besamos, lento, como si no estuviéramos en un bar ruidoso, rodeado de cuerpos moviéndose al ritmo de la canción y del alcohol en sus venas. Mis manos en su cuello, manteniéndolo cerca, las suyas en mi cadera, enviando pequeñas descargas eléctricas al sentir la calidez de su piel en la mía.

Moja el desierto de mi alma, con tu mirar, con tu tierna voz, con tu mano en mi mano...por la eternidad... Por la eternidad...

No me di cuenta en qué momento se me saltaron las lágrimas. Era feliz, completa y plenamente feliz, aquí, con él, después de todo lo que habíamos tenido que pasar para llegar hasta este momento, para estar juntos...

-¿Alexander? -me pregunta, con voz preocupada, cuando los besos se vuelven salados.

-Te amo -le digo antes de separarme de él. Evitando su mirada un momento para después enfrentarme con esos ojos, únicos, especiales, mágicos.

-Yo también te amo -había confusión en sus ojos, pero nuestras almas se entendían sin necesidad de palabras, siempre lo hicieron-, sé que han sido difíciles estos años, pero no por eso me arrepiento. Desde aquel día, en ese salón de la sección veintisiete, supe que eras para mí, había algo en ti, en el brillo de tus ojos cuando volteaste molesto a reñirme por golpearte con un avión de papel...

No puedo evitar una enorme sonrisa boba al recordar.

-...cuando tus labios formaron una pequeña sonrisa por mi disculpa, y tu voz hizo vibrar algo en mi interior. Cuando, a partir de ese día, empecé a escribir una historia que, si tú me dejas, terminaré de escribir el día que muera. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado, Alexander Lightwood. Si tú quieres...

Me regaló una sonrisa, una que nunca se borrará de mi memoria, una sonrisa insegura. Él, Magnus Bane, esperaba mi respuesta.

Eso era lo que yo más quería.

-Magnus... -sus ojos esperaban-, deberíamos sentarnos.

Regresamos a nuestra mesa, pedimos otro par de cervezas mientras yo repetía mi respuesta en mi mente.

-Magnus, no podemos prometernos toda una vida, somos jóvenes, no sabemos qué nos espera después de Letras, después de hoy, incluso, de este viaje... El futuro es incierto...

Tomó mis manos entre las suyas, encima de la mesita. -Puede que te parezca extraño, utópico o cliché, pero yo creo en las almas gemelas, en una sola persona en este mundo destinada para ti, vida tras vida y tú, Alexander, eres eso para mí. Antes de ti nunca sentí nada con tal intensidad y sé que no volveré a sentirlo por nadie. Nunca. Sólo por ti...

Sentía mi corazón luchando entre detenerse o latir como loco, sin saber qué hacer, y sólo quitándome la respiración.

-Dime algo -su voz era suplicante.

-Y-yo... Yo también sé que eres eso para mí, como en el Mito de Platón, tú eres la otra mitad, de la que me separaron, que estaba condenado a buscar por el mundo y que tuve la oportunidad de encontrar. Yo tampoco volveré a sentir esto por nadie que no seas tú, Magnus.

-¿Entonces...?

-Quiero una vida contigo -fueron sólo cuatro palabras que sellaron la promesa más importante de mi vida.

Tomamos otro par de cervezas y cuando nos dimos cuenta ya eran más de las nueve.

Empezamos a correr por aquella larga avenida, debíamos volver al Museo y de ahí buscar el autobús.

-¡Rápido, Magnus! ¡Seguro ya se han ido!

Y, en mi casa, me iban a matar.

-Alexander, sólo ha pasado media hora...

Seguimos corriendo, el aire golpeando nuestros cuerpos, avivando el alcohol en nuestro sistema.

Y nos perdimos.

Eso era mala suerte. Estaba ya casi seguro que tendríamos que pasar la noche ahí y volver al día siguiente, solos, cuando, como por casualidad, pasadas de las diez de la noche, encontramos la calle en la que el autobús esperaba.

Corrimos y subimos, sin aliento, aguantando ciertas malas miradas, hasta llegar a nuestros asientos y acurrucarnos ahí para permanecer así todo el viaje de vuelta.

No queriendo separarnos nunca más."


Aquel viaje había sido sólo el comienzo de nuestra "Vida juntos". Al volver, la vida nos dio la oportunidad de pasar juntos esas vacaciones...

Amor entre libros (Malec)/DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora