34. Primera vez

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Tu piel y mi piel, ves que se reconocen. Es la memoria que hay en nuestros corazones.
("Luz de día", Enanitos verdes)


Momentos.

Esos momentos que no valoramos y son los que, cuando ya no están, quisiéramos recuperar.

Momentos tirados en un sofá, abrazados, viendo alguna película. Reír. Comer juntos. Caminar tomados de la mano. Ir al cine. Besarse. Caminar bajo la lluvia, juntos, mientras todos alrededor corren. Abrazarse.

Mirarse, perderse en la mirada del otro, y casi preguntarse ¿eres real?

Primeras veces. Primera mirada. Primer beso. Primer abrazo. La primera vez que entrelazan las manos y sus almas conectan en una sola.

Amor.

La primera vez que haces el amor. No simple sexo. Sexo puedes tener con cualquiera, para hacer el amor hace falta una conexión especial.

Pasamos varias semanas juntos, haciendo y recibiendo llamadas de nuestras familias.

Aguantando algunas malas miradas de los vecinos, pero también sonrisas de comprensión, e incluso, de envidia. Ya sabes, cuando eres tan feliz que no puedes quitar la sonrisa de tus labios, tan feliz que duele, y aun así sabes que habrá más, tan feliz que otros quisieran estar en tu lugar.

Tuvimos peleas, por supuesto. Sobre todo, porque eso era casi como habernos mudado juntos. Y hay una enorme diferencia entre ser novios, amar cada pequeña manía que comparten a ratos, y vivir juntos y que esas "pequeñas" manías se manifiesten en grande.

Pequeñas manías como que él comía en la cama y yo odiaba eso, no comer en la cama, que él lo hiciera.

Pequeñas manías como que yo leía en la cama hasta la madrugada y me reía o quejaba en voz alta cuando él ya dormía. Como que siempre perdía los separadores entre las sábanas y un día lo desperté para que se moviera o me ayudara a buscarlo...

O grandes enormes manías que no voy a contar aquí.

Y ese fue un gran paso en nuestra relación, uno que la hizo definitiva y –eso pensamos– irrompible. Ya no había nada, literalmente nada, que no conociéramos del otro, sólo aquello que íbamos aprendiendo cada día...

Un día incluso, mientras paseábamos, vimos una casa, yo le dije "Eso es hermoso", y adiviné su sonrisa cuando, sin mirarme, contestó "Ahí vamos a vivir, después de graduarnos, cuando te cases conmigo..."

Y nunca voy a olvidar como mi corazón se aceleró con sus palabras y él ni siquiera lo notó.

Y es aquí donde ahora vivo.

La última semana, ya mi familia había dejado de preguntar, era obvio que yo no iba a ir, sucedió algo de lo que nunca, nunca, sin importar lo que vendría después, me arrepentiré.

Esa noche fui suyo. Y él fue mío. Fuimos uno. Y fue perfecto.

Era una noche especial, había luna llena, la noche era casi luminosa y en su casa había una habitación especial, tenía una cúpula de vidrio, y la habitación brillaba con sólo la luz de la luna colándose...

Él preparó la cena. Porque, en aquel entonces, yo no era el mejor cocinero, era mejor que mi hermana, pero no era tan bueno como él.

Había velas, incluso si eran innecesarias, y me burlé de él aunque amé el detalle. La cena fue perfecta, aunque el nudo en mi estómago casi no me dejó comer, y mis ojos iban de sus ojos, perfectamente brillantes y felices, a sus labios sonrientes.

No fue planeado. Él no me lo pidió. Yo no se lo pedí. No hubo palabras, dudas, ni preguntas y fue eso lo que lo hizo perfecto.

El nudo en mi estómago era cada vez más fuerte. Las pequeñas chispas de electricidad se intensificaban en mi cuerpo. Y el deseo, la necesidad de él, de Magnus, crecía cada vez más, con cada minuto que la noche avanzaba...

Había vino, él me hizo amar el vino tinto. Y había un postre, perfecto, dulce, rojo, que combinaba perfecto con el vino y su boca.

Y cuando nos aguantamos más y él fue hacia mí, y me besó, el sabor del vino, y el postre de fresa, en su boca, sus labios todavía dulces...

No hicieron falta palabras, sólo una mirada bastó.

Mis manos, torpes, fueron quitando su ropa de camino a la habitación, las suyas, con más experiencia, hicieron lo mismo, acariciando mi piel a su paso, encendiendo mi cuerpo con sus dedos...

Y cuando, después de que él me preparó, porque yo quería ser suyo la primera vez, y sentí como, lentamente, iba entrando, y éramos uno, ni siquiera pensé en el dolor. Me perdí en sus ojos, en sus manos que acariciaban suave, en sus labios que besaban tanto como podían...

Y en sus palabras, en como nunca, ni cuando llegamos al final, dejó de pronunciarlas: —Te amo. Te amo, Alexander.

Y, cuando me sentí por fin suyo, él hizo algo que se sintió mucho mejor, dijo algo:

—Soy tuyo, mi Alexander. Siempre seré tuyo.

Pero eso es algo que tampoco iría en mi autobiografía, no ahora:



"2013 julio/agosto:

Y nuestra primera vez fue... Perfecta."

Amor entre libros (Malec)/DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora