Capitulo 11

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El primer impulso de Ariana fue ir a buscar a Aitor, sin embargo él jamás le había dicho donde exactamente se quedaba. Una vez más se sintió pérdida, sin rumbo, sin escape. Sus piernas dolían, su corazón latía tan fuerte por el pánico de ser arrastrada de nuevo al infierno que la había tenido cautiva por años.

—no puedo ir buscando de hotel a hotel— se dijo a si misma, doblada con sus brazos apoyados en las rodillas, tratando de recuperar el aliento. Había corrido tan lejos como pudo y, le permitió su maltratado cuerpo.

Agotada como estaba, no  bajo la guardia; miro a todas  partes temerosa de que Ricardo la encontrará, temía tanto al daño que le haría tras su escape sorpresivo, aunque ella misma estaba sorprendida de su valentía repentina; había corrido como nunca en toda su vida y,  ahora no sabía a donde dirigirse.

Una idea le cruzo por la mente y, su pecho se lleno con un poco de esperanza—ella puede ayudarme—. Trato de animarse, para seguir con su presuroso escape.

Al entrar a las callesillas del pueblo, fue consciente de las miradas curiosas de los que se cruzaban en su camino. En el fondo detesto tanto a la gente de aquel pueblecito, acostumbrados a no meterse en asuntos ajenos. inmunes al dolor de otros simplemente la ignoraban a su paso.  Cuando su destino estuvo frente a sus ojos, pidió al cielo con todas sus fuerzas, que Ángela la ayudará, que la recibiera, que no la juzgará. Lleno de aire sus pulmones antes de entrar a la tienda. —Por favor que me escuche antes de decir que no— murmuro  suplicando.

Al abrir la puerta la campanilla sonó avisando de su llegada, por extraño que fuera, aquel sonido le resultado relajante, dentro de aquel lugar, Ariana sabía que nadie le haría daño. Quiso hablar pero la mirada aterrada que le lanzó Ángela la congeló solo un instante.

La octagenaria, veía  incrédula a Ariana, alli justo a la puerta de su tienda; con los rizos despeinados, las mejillas coloradas por el esfuerzo de correr, ¿había perdido peso? Se preguntó, notando que sin  duda estaba más delgada y, pálida
El vestido amarillo que Ariana llevaba puesto le venía un poco grande, además  que resaltaba los moretones en sus brazos y, piernas producidos por los golpes que había recibido días atrás.

—¡Ese maldito!— exclamó furiosa, maldijo no haber tenido el valor de  apartarla de Ricardo, mucho antes de verla así.

Ariana se quedó paralizada al topar con la mirada aterrada de la mujer que era su única amiga, su jefa, había ido a Ángela pensando en pedirle que le ayudara a sacar a Catalina de casa de sus padres, tenía un discurso ensayado en su mente de lo que diría, pero no pudo hacerlo, ni siquiera reparo más de un par de segundos en Ángela. Estaba distraída por completo, con la presencia de alguien más, ya que Ángela no estaba sola en aquel lugar.

Dio un paso sin pensarlo, tenía miedo de estar soñando, de no haber escapado, de: de pronto despertar y verse en medio de aquella habitación oscura.  Había decidido buscar ayuda en Ángela, antes incluso de buscar a Aitor, no obstante una vez más como todo en su vida, las cosas no salían como ella quería, el cielo jamás la favorecía... y por primera vez en su vida, agradeció por eso.

No presto atención  a nada más, ni a Ángela con su mirada de horror, ni a la tienda, ni a sus miedos, ni angustias... Qué no sea un sueño. rogó en pensamiento.

Su corazón latió más aprisa, dentro de aquella tienda a la que acudió por ayuda, se encontró con dos pozos profundos de azul que la miraban incrédulos y, sorprendidos... Era él.

Frente a ella estaba Aitor, que la miraba del mismo modo sorprendido en que ella lo hacía. 

Como si el magnetismo invisible que ambos sentían al estar juntos cobrará más fuerza. Él dio un paso a ella y, ella lo imitó. Sin apartar la mirada de los ojos del otro, compartían el mismo temor, que todo fuera un sueño y desvanecerse antes de siquiera  tocarse.

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