CAPÍTULO XII

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La verdadera felicidad sólo está en Dios

18. Si te agradan los cuerpos, alaba a Dios en ellos y revierte tu amor sobre su artífice, no sea que le desagrades en las mismas cosas que te agradan.

Si te agradan las almas, ámalas en Dios, porque, si bien son mudables, fijas en él, permanecerán; de otro modo desfallecerían y perecerían. Ámalas, pues, en él y arrastra contigo hacia él a cuantos puedas y diles: «A éste amemos»; él es el que ha hecho estas cosas y no está lejos de aquí. Porque no las hizo y se fue, antes de él proceden y en él están. Pero he aquí que él está donde se gusta la verdad: en lo más íntimo del corazón; pero el corazón se ha alejado de él.

Volved, pues, prevaricadores, al corazón y adheríos a él, que es vuestro Hacedor. Estad con él, y permaneceréis estables; descansad en él, y estaréis tranquilos. ¿Adónde vais por ásperos caminos, adónde vais? El bien que amáis, de él proviene, mas sólo en cuanto a él se refiere es bueno y suave; pero justamente será amargo si, abandonado Dios, injusta mente se amare lo que de él procede. ¿Por qué andáis aún todavía por caminos difíciles y trabajosos? No está el descanso donde lo buscáis. Buscad lo que buscáis, pero sabed que no está donde lo buscáis. Buscáis la vida en la región de la muerte: no está allí. ¿Cómo encontrar vida bienaventurada donde no hay vida siquiera?

19. Nuestra mismísima Vida descendió acá y tomó nuestra muerte, y la mató con la abundancia de su vida, y dio voces como de trueno, clamando que retornemos a él en aquel retiro de donde salió para nosotros, pasando primero por el seno virginal de María, en el que se desposó con la humana naturaleza, carne mortal, para no ser siempre mortal.

De aquí como esposo que sale de su tálamo, se esforzó alegremente, como un gigante, para recorrer su camino (Sal 18,6). Porque no se retardó, sino que corrió dando voces con sus palabras, con sus obras, con su muerte, con su vida, con su descendimiento y su ascensión, clamando que nos volvamos a él, pues si partió de nuestra vista fue para que entremos en nuestro corazón y allí le encontremos; porque si partió, aún está con nosotros. No quiso estar mucho tiempo con nosotros, pero no nos abandonó. Se retiró de donde nunca se apartó, porque él hizo el mundo, y en el mundo era, y al mundo vino a salvar a los pecadores. Y a él se confiesa mi alma y él la sana de las ofensas que le ha hecho.

Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Es posible que, después de haber bajado la vida a vosotros, no queráis subir y vivir? Mas ¿adónde subisteis cuando estuvisteis en alto y pusisteis en el cielo vuestra boca? Bajad, a fin de que podáis subir hasta Dios, ya que caísteis ascendiendo contra él.

Diles estas cosas para que lloren en este valle de lágrimas y así les arrebates contigo hacia Dios, porque, si se las dices, ardiendo en llamas de caridad, con espíritu divino se las dices.

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora