CAPÍTULO III

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Ante el renombrado Fausto maniqueo

3. Voy a hablar en presencia de mi Dios de aquel año veintinueve de mi edad. Ya había llegado a Cartago uno de los obispos maniqueos, por nombre Fausto, gran lazo del demonio, en el que caían muchos por el encanto seductor de su elocuencia, la cual, aunque también yo ensalzaba, la sabía, sin embargo, distinguir de la verdad de las cosas, que eran las que yo anhelaba saber. Ni me cuidaba tanto de la calidad del plato del lenguaje cuanto de las viandas de ciencia que en él me servía aquel tan renombrado Fausto.

La fama me lo había presentado como un hombre doctísimo en toda clase de ciencias y sumamente instruido en las artes liberales. Y como yo había leído muchas cosas de los filósofos y las conservaba en la memoria, me puse a comparar algunas de éstas con las largas fábulas del maniqueísmo, pareciéndome más probables las dichas por aquellos, que llegaron a conocer las cosas del mundo, aunque no dieron con su Creador; porque tú eres grande, Señor, y miras las cosas humildes, y conoces de lejos las elevadas, y no te acercas sino a los contritos de corazón, ni serás hallado de los soberbios, aunque con curiosa pericia cuenten las estrellas del cielo y arenas del mar y midan las regiones del cielo e investiguen el curso de los astros.

4. Porque con sólo el entendimiento e ingenio que tú les diste han investigado estas cosas, y han descubierto muchas de ellas, y han predicho con muchos años de anticipación los eclipses del sol y de la luna en el día y hora en que han de suceder y la parte que se ha de ocultar, sin que les falle nunca el cálculo, sucediendo siempre tal y como lo tienen anunciado.

Además de esto, han dejado por escrito las reglas por ellos descubiertas, las cuales se enseñan hoy día en las escuelas y conforme a ellas se predice en qué año, y en qué mes del año, y en qué día del mes, y en qué hora del día, y en qué parte de su luz se habrán de eclipsar el sol y la luna, sucediendo siempre como lo pronostican.

Los ignorantes se admiran de esto y quedan pasmados de tales cosas, y los que las saben se glorían de ello, y se desvanecen, y con impía soberbia se apartan de tu luz, y desfallecen; y viendo con tanta antelación el defecto del sol que ha de suceder, no ven el suyo, que lo tienen presente, porque no buscan religiosamente de dónde les viene el ingenio con que investigan estas cosas, y hallando que tú les has hecho, no se te dan a sí para que tú les conserves lo que les has dado, ni te ofrecen en sacrificio cuales se han hecho a sí mismos, ni dan muerte a sus altanerías como a aves del cielo, ni a sus insaciables curiosidades, que, como los peces del mar, repasan las secretas sendas del abismo; ni a sus concupiscencias, que les asemejan a los cuadrúpedos del campo, a fin de que tú, ¡oh Dios, fuego devorador!, consumas estos sus cuidados de muerte y los recrees inmortalmente.

  5. Pero no conocieron el camino, tu Verbo [tu Palabra], por quien hiciste las cosas que numeran, a quienes las numeran, el criterio de su numeración y la inteligencia en virtud de la cual las numeran; y aunque tu sabiduría no tiene número, tu mismo Unigénito se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia y santificación, y número entre nosotros y ha pagado tributo al César. No conocieron este camino, por el que, descendiendo de sí, bajasen a él y por él subiesen

al mismo; no conocieron, digo, este camino y se creyeron más elevados y resplandecientes que estrellas, y así vinieron a rodar por tierra, obscureciéndose su necio corazón.

Cierto que dicen muchas cosas verdaderas de las criaturas, pero como no buscan piadosamente la Verdad, es decir, al artífice de la criatura, de ahí que no lo encuentren, y si le encuentran, reconociéndole por Dios, no le honran como a Dios ni le dan gracias, antes se desvanecen con sus lucubraciones y dicen de sí que son sabios, atribuyéndose a ellos lo que es tuyo y, por lo mismo, atribuyéndote a ti con perversísima ceguedad sus cosas, es decir, sus mentiras; a ti, que eres la misma Verdad, trocando la gloria de un Dios incorruptible por la semejanza de imagen de un hombre corruptible, de aves, cuadrúpedos y serpientes. Y convierten tu verdad en su mentira, y adoran y sirven a la criatura más bien que al Creador.

6. Retenía yo, sin embargo, en la memoria muchos dichos suyos verdaderos acerca de las criaturas, y hallaba ser tales respecto de los números, sucesión de las estaciones y visibles atestaciones de los astros, y los comparaba con los escritos de Manés, que sobre estas cosas escribió mucho, desbarrando sin tino, y no hallaba por ninguna parte la explicación de los solsticios y equinocios, de los eclipses del sol y de la luna y otras cosas por el estilo que yo había leído y entendido en los libros de la sabiduría de este siglo.

Con todo, se me mandaba allí que creyera, aunque no me daban explicación alguna de aquellas doctrinas, que yo tenía bien averiguadas por los números y el testimonio de mis ojos; antes era muy diferente.

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora