CAPÍTULO V

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       El mundo fue hecho de la nada

7. Pero ¿cómo hiciste el cielo y la tierra y cuál fue la máquina de tan gran obra tuya? Porque no los hiciste como el hombre artífice, que forma un cuerpo de otro cuerpo al arbitrio del alma, que puede imponer en algún modo la forma que contempla en sí misma con el ojo interior —¿y de dónde podría esto sino de que tú la hiciste?— e impone la forma a lo que ya existía y la tenía, a fin de ser, como es la tierra, la piedra, el leño, el oro o cualquier otra especie de cosas.

¿Y de dónde serían estas cosas si tú no las instituyeras? Tú diste cuerpo al artífice; tú creaste al alma, que manda a los miembros; tú, la materia de que hace algo; tú, el ingenio con que alcanza el arte y ve interiormente lo que hace fuera; tú, el sentido del cuerpo con el que, como un intérprete, transmite del alma a la materia aquello que hace y a su vez anuncia al alma lo que se ha hecho, para que ésta consulte interiormente a la verdad, que la preside, si se hizo bien la cosa.

Todas estas cosas te alaban, ¡oh Creador de todo! Pero ¿cómo las hiciste? ¿Cómo hiciste, ¡oh Dios!, el cielo y la tierra? Ciertamente que no hiciste el cielo y la tierra en el cielo y la tierra, ni en el aire, ni en las aguas; porque también estas cosas pertenecen al cielo y la tierra. Ni hiciste el mundo universo en el universo mundo, porque no había donde hacerlo antes que se hiciera para que fuese. Ni tú tenías algo en la mano, de donde hicieses el cielo y la tierra; porque ¿de dónde te habría venido esto que tú no habías hecho, y de lo cual harías tú algo? ¿Y qué cosa hay que sea si no es porque tú eres? Tú dijiste, y las cosas fueron hechas y con tu palabra las hiciste.

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora