CAPÍTULO XXXVIII Y CAPÍTULO XXXIX

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    Vanagloria en el desprecio de la vanagloria

63. Soy menesteroso y pobre, aunque mejor cuando con secreto gemido me desagrado a mí mismo y busco tu misericordia para que sea reparada mi indigencia y llevada a la perfección de aquella paz que ignora el ojo del arrogante.

Pero la palabra que sale de la boca y las obras conocidas de los hombres están expuestas a una tentación peligrosísima por causa del amor a la alabanza, que encamina los mendigados votos a una cierta excelencia personal. Tienta, en efecto; y cuando la reprendo en mí, por el mismo hecho de reprenderla —y muchas veces aun del mismo desprecio de la vanagloria— se gloría más vanamente; razón por la cual ya no se gloría del desprecio mismo de la vanagloria, puesto que realmente no desprecia ésta cuando se gloría de ella.

     

   El amor propio o autocomplacencia

64. También hay dentro de nosotros, sí, dentro de nosotros, y en este mismo género de tentación, otro mal, con el cual se desvanecen los que se complacen a sí mismos de sí, aunque no agraden, o más bien desagraden, a los demás, ni tengan deseo alguno de agradarles. Mas estos tales, agradándose a sí mismos, te desagradan mucho a ti, no sólo teniendo por buenas las cosas que no lo son, sino poseyendo tus bienes como si fuesen suyos propios; o si tuyos, como debidos a sus méritos; o si como debidos a tu gracia, no gozándose de ellos socialmente, sino envidiándolos en otros.

En todos estos peligros y trabajos y otros semejantes, tú ves el temor de mi corazón y que siento más el que tengas que sanar continuamente mis heridas que el que no se me inflijan.

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora