Antipatía al griego, retóricas y cantilenas matemáticas
20. ¿Cuál era la causa de que yo odiara las letras griegas, en las que siendo niño era imbuido? No lo sé; y ni aun ahora mismo lo tengo bien averiguado. En cambio, me agradaban las latinas con pasión, no las que enseñan los maestros de primaria, sino las que explican los llamados gramáticos; porque aquellas primeras, en las que se aprende a leer, y escribir y contar, no me fueron menos pesadas y enojosas que las letras griegas. ¿Mas de dónde podía venir aun esto sino del pecado y de la vanidad de la vida, por ser carne y viento que camina y no vuelve?
Porque, sin duda, que aquellas letras primeras, por cuyo medio podía llegar, como de hecho ahora puedo, a leer cuanto hay escrito y a escribir lo que quiero, eran mejores, por ser más útiles, que aquellas otras en que se me obligaba a retener los errores de no sé qué Eneas, olvidado de los míos, y a llorar a Dido muerta, que se suicidó por amores, mientras yo, muy miserable, me sufría a mí mismo con ojos enjutos, muriendo para ti con tales cosas, ¡oh Dios, vida mía!
21. Porque ¿qué cosa más miserable que el que un mísero no tenga misericordia de sí mismo y, llorando la muerte de Dido, suicida por amor de Eneas, no llore su propia muerte por no amarte a ti, ¡oh Dios!, luz de mi corazón, pan interior de mi alma, virtud fecundante de mi mente y seno amoroso de mi pensamiento? No te amaba y fornicaba lejos de ti, y, fornicando, oía de todas partes: «¡bien! ¡bravo!»; porque la amistad de este mundo es adulterio contra ti; y si le gritan a uno: «¡bien! ¡bravo!», es para que tenga vergüenza de no ser así. Y no llorando esto, lloraba a Dido muerta, «que buscó su última hora en el hierro», en tanto que yo buscaba tus últimas criaturas, dejándote a ti y yendo, como tierra, tras la tierra, hasta el punto que, si entonces me hubieran prohibido leer tales cosas, me hubieran causado dolor, por no leer lo que me dolía. No obstante, semejante demencia es tenida por cosa más noble y provechosa que las letras, en las que se aprende a leer y escribir.
22. Mas ahora, Dios mío, grite en mi alma tu verdad y diga: no es así, no es así; antes aquella primera instrucción es absolutamente mejor que ésta, puesto que yo preferiría olvidar antes todas las aventuras de Eneas y demás fábulas por el estilo que no el saber leer y escribir. Ya sé que de las puertas de las escuelas de los gramáticos penden unos velos o cortinas, pero éstos no son tanto para velar el secreto cuanto para encubrir el error.
No den voces contra mí aquellos que ya no temo mientras te confieso a ti las cosas de que gusta mi alma y descanso en la detestación de mis malos andares, a fin de que ame tus buenos caminos. No den voces contra mí los mercaderes de gramática, porque si les propongo la cuestión de si es verdad que Eneas vino alguna vez a Cartago, como afirma el poeta, los indoctos me dirán que no lo saben, y los entendidos, que no es verdad. Pero si les pregunto con qué letras se escribe el nombre de Eneas, todos los que las han estudiado me responderán lo mismo, conforme al pacto y convenio por el que los hombres han establecido tales signos entre sí.
Igualmente, si les preguntare qué sería más perjudicial para la vida humana: olvidársele a uno saber leer y escribir o todas las ficciones de los poetas, ¿quién no ve lo que responderían, de no estar fuera de sí? Luego erraba yo, Dios mío, en aquella edad al anteponer aquellas cosas vanas a estas provechosas, arrastrado únicamente del gusto. O por mejor decir: al amar aquéllas y odiar éstas, porque odiosa canción era para mí aquel «uno y uno son dos, dos y dos son cuatro», en tanto que era para mí espectáculo dulcísimo y entretenido la narración del caballo de madera lleno de gente armada, y el incendio de Troya, «y la sombra de Creusa».
ESTÁS LEYENDO
LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN
No FicciónEs un libro autobiográfico de Agustín de Hipona, conocido también como san Agustín o, en latín, Aurelius Augustinus Hipponensis ,es un santo, padre y doctor de la Iglesia católica, llamado también el «Doctor de la Gracia» fue el máximo pensador de...