CAPÍTULO XV

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 Separación dolorosa

25. Entre tanto se multiplicaban mis pecados, y, arrancada de mi lado, como un impedimento para el matrimonio, aquella con quien yo solía compartir mi lecho, mi corazón, sajado por aquella parte que le estaba pegado, me había quedado llagado y manaba sangre. Ella, en cambio, vuelta al África, te hizo voto, Señor, de no conocer otro varón, dejando en mi compañía al hijo natural que yo había tenido con ella.

Pero yo, desgraciado, incapaz de imitar a esta mujer, y no pudiendo sufrir la dilación de dos años que habían de pasar hasta recibir por esposa a la que había pedido —porque no era yo amante del matrimonio, sino esclavo de la sensualidad—, me procuré otra mujer, no ciertamente en calidad de esposa, sino para sustentar y conducir íntegra o aumentada la enfermedad de mi alma al servicio de mi inveterada costumbre al estado del matrimonio.

Pero no por eso sanaba aquella herida mía que se había hecho al arrancarme de la primera mujer, sino que después de un ardor y dolor agudísimos comenzaba a corromperse, doliendo tanto más desesperadamente cuanto más se iba enfriando.

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora