CAPÍTULO IV

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        Frutos de la confesión actual de su alma

5. Pero ¿con qué fruto quieren esto? ¿Acaso desean congratularse conmigo al oír cuánto me he acercado a ti por tu gracia y orar por mí al oír cuánto me retardo por mi peso? Me manifestaré a los tales, porque no es pequeño fruto, Señor Dios mío, el que sean muchos los que te den gracias por mí y seas rogado de muchos por mí. Ame en mí el ánimo fraterno lo que enseñas se debe amar y duélase en mí de lo que enseñas se debe doler. Haga esto el ánimo fraterno, no el extraño, no el de hijos ajenos, cuya boca habla la vanidad y su diestra es la diestra de la iniquidad, sino el fraterno, que cuando aprueba algo en mí se goza en mí y cuando reprueba algo en mí se contrista por mí, porque, ya me apruebe, ya me repruebe, me ama.

Me manifestaré a estos tales. Respiren en mis bienes, suspiren en mis males. Mis bienes son tus obras y tus dones; mis males son mis pecados y tus juicios. Respiren en aquéllos y suspiren en éstos, y de los corazones de estos hermanos, que son tus incensarios, suban el himno y el llanto a tu presencia.

Y tú, Señor, deleitado con la fragancia de tu santo templo, compadécete de mí, según tu gran misericordia, por amor de tu nombre; y no abandonando en modo alguno tu obra comenzada, consuma en mí lo que hay de imperfecto.

6. Este es el fruto de mis confesiones, no de lo que he sido, sino de lo que soy. Que yo confiese esto, no solamente delante de ti con secreta alegría mezclada de temor y con secreta tristeza mezclada de esperanza, sino también en los oídos de los creyentes hijos de los hombres, compañeros de mi gozo y consortes de mi mortalidad, ciudadanos míos y peregrinos conmigo, anteriores y posteriores y compañeros de mi vida. Estos son tus siervos, mis hermanos, que tú quisiste fuesen hijos tuyos, señores míos, y a quienes me mandaste que sirviese si quería vivir contigo de ti.

Poco hubiera sido de provecho para mí si tu Verbo lo hubiese mandado de palabra y no hubiera ido delante con la obra. Por eso hago yo también esto con palabras y con hechos, y lo hago bajo tus alas y con un peligro enormemente grande, si no fuera porque bajo tus alas te está sujeta mi alma y te es conocida mi flaqueza.

Pequeñuelo soy, mas vive perpetuamente mi Padre y tengo en él tutor idóneo. Él es el mismo que me engendró y me defiende, y tú eres todos mis bienes, tú Omnipotente, que estás conmigo aun desde antes de que yo lo estuviera contigo. Manifestaré, pues, a estos tales —a quienes tú mandas que les sirva— no quién he sido, sino quién soy ahora al presente y quién venga a ser todavía. Pero no quiero juzgarme a mí mismo. Óiganme, pues, en esta actitud.

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora