Alipio y su afición a los juegos circenses
11. Lamentábamos estas cosas los que vivíamos juntos amigablemente, pero de modo especial y familiarísimo trataba de ellas con Alipio y Nebridio, de los cuales Alipio era, como yo, del municipio de Tagaste, y nacido de una de las primeras familias municipales del mismo y más joven que yo, pues había sido discípulo mío cuando empecé a enseñar en nuestra ciudad y después en Cartago. Él me quería a mucho por parecerle bueno y docto, así como yo a él por la excelente índole de virtud, que tanto mostraba en su no mucha edad.
Sin embargo, la sima de corrupción de las costumbres de los cartagineses, con las cuales se alimentan aquellos engañosos juegos, le había absorbido, arrastrándole tras la locura de los juegos circenses. Rodaba él miserablemente por dicho abismo cuando enseñaba yo públicamente en esta ciudad retórica, mas no me oía aún como a maestro por cierto altercado que había tenido yo con su padre. Yo sabía que amaba perdidamente el circo, de lo que me afligía no poco por parecerme que iban a perderse, si es que no estaban ya perdidas las grandes esperanzas que tenía puestas en él. Pero no hallaba modo de amonestarle y con algún apremio apartarle de ellos, ni por razón de amistad ni de magisterio, pues creía que pensaría de mí como su padre, aunque en realidad no era así, pues pospuesta la voluntad del padre en esta materia, había empezado a saludarme, viniendo a mi aula, donde me oía y luego se iba.
12. Y ya se me había ido de la memoria el tratar con él de que no malograse ingenio tan excelente con aquella ciega y apasionada afición a juegos tan vanos. Pero tú, Señor, tú, que tienes en tu mano el gobernalle de todo lo creado, no te habías olvidado de él, a quien tenías destinado para ser entre tus hijos ministro de tus sacramentos; y para que abiertamente se atribuyese a ti su corrección, la hiciste ciertamente por mí, pero sin saberlo yo.
Porque estando cierto día sentado en el lugar de costumbre y delante de mí los discípulos, vino Alipio, saludó, y sentado se puso a atender a lo que se trataba; y por casualidad traía entre manos una lección que para mejor exponerla y hacer más clara y gustosa su explicación me había parecido oportuno traer la semejanza de los juegos circenses, burlándome hasta con sarcasmo de aquellos a quienes había esclavizado esta locura. Pero tú sabes, Señor, que entonces no pensé en curar a Alipio de tal peste; mas él tomó para sí lo que yo había dicho y creyó que sólo por él lo había dicho, y así lo que hubiera sido para otro motivo de enojo conmigo, él, joven virtuoso, lo tomó para enojarse contra sí mismo y para encenderse más en amor de mí.
Ya habías dicho tú en otro tiempo y consignado en tus letras: Corrige al sabio y te amará; mas no era yo quien le había corregido, sino tú, que —usando de todos, conózcanlo o no, por el orden que tú sabes, y este orden es justo— hiciste de mi corazón y de mi lengua carbones abrasadores, con los cuales cauterizaras aquella mente de tan bellas esperanzas, pero pervertida, y así la sanaras.
Calle, Señor, tus alabanzas quien no considere tus misericordias, las cuales te alaban de lo más íntimo de mi ser. Porque ello fue que después que oyó mis palabras salió de aquel hoyo tan profundo, en el que gustosamente se sumergía y con inefable deleite se cegaba, y sacudió el ánimo con una fuerte templanza, y saltaron de él todas las inmundicias de los juegos circenses y no volvió a poner allí los pies.
Después venció la resistencia del padre para tenerme a mí de maestro, el cual cedió y consintió en ello. Pero oyéndome por segunda vez, fue envuelto conmigo en la superstición de los maniqueos, amando en ellos aquella ostentación de su continencia, que él creía legítima y sincera. Mas en realidad era falsa y engañosa, cazando con ella almas preciosas que aún no saben llegar al fondo de la virtud y, por lo mismo, fáciles de engañar con la apariencia de la virtud, siquiera fingida y simulada.
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LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN
No FicciónEs un libro autobiográfico de Agustín de Hipona, conocido también como san Agustín o, en latín, Aurelius Augustinus Hipponensis ,es un santo, padre y doctor de la Iglesia católica, llamado también el «Doctor de la Gracia» fue el máximo pensador de...