CAPÍTULO XIX

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    Qué es la reminiscencia

28. ¿Y qué cuando es la misma memoria la que pierde algo, como sucede cuando olvidamos alguna cosa y la buscamos para recordarla? ¿Dónde al fin la buscamos sino en la misma memoria? Y si por casualidad aquí se ofrece una cosa por otra, la rechazamos hasta que se presenta lo que buscamos. Y cuando se presenta decimos: «Esto es»; lo cual no dijéramos si no la reconociéramos, ni la reconoceríamos si no la recordásemos. Ciertamente, pues, la habíamos olvidado. ¿Acaso era que no había desaparecido del todo, y por la parte que era retenida buscaba la otra parte? Porque la memoria sentía no revolver conjuntamente las cosas que antes conjuntamente solía, y como cojeando por la truncada costumbre, pedía que se le devolviese lo que le faltaba: algo así como cuando vemos o pensamos en una persona conocida, y, olvidados de su nombre, nos ponemos a buscarle, a quien no le aplicamos cualquier otro distinto que se nos ofrezca, porque no tenemos costumbre de haberle pensado con él, por lo que los rechazamos todos hasta que se presenta aquel nombre con que, por ser el acostumbrado y conocido, descansamos plenamente.

Pero este nombre, ¿de dónde surge sino de la memoria misma? Porque si alguien nos lo sugiere, el reconocerlo surge de aquí, de la memoria. Porque no lo aceptamos como cosa nueva, sino que, recordándolo, aprobamos ser lo que se nos ha dicho, ya que, si se borrase plenamente del alma, ni aun advertidos lo recordaríamos.

No se puede, pues, decir que nos olvidamos totalmente, puesto que nos acordamos al menos de habernos olvidado y de ningún modo podríamos buscar lo perdido que absolutamente hemos olvidado.

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora