Brothers things.

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Era sábado por la mañana. Gerard despertó cuando un molesto rayo de sol le dio en la cara.

Wow, un día de sol entre toda esa lluvia...

El pelinegro se enderezó en su cama con pereza, intentando adaptarse a la luz del sol... Aunque eso duró poco, porque fue rápidamente a cerrar las cortinas del balcón.

El reloj de la mesilla marcaban las doce en punto. Dedujo que su padre y madrastra ya habrían salido al aeropuerto. Al fin, estaban solos.

Bajó corriendo las escaleras en bóxers y se dirigió a la cocina para prepararse un buen tazón de cereales.

La casa estaba completamente vacía, ni siquiera Mikey se encontraba, y a saber dónde estaba Lauren... en fin, salió de la cocina con el desayuno y se tiró al sofá, y posteriormente prendió la tele.

***

Frank daba cabezadas en el escritorio. Había estado toda la bendita noche estudiando para recuperar el examen de matemáticas.
La señora Growngry le había amenazado con quitarle el privilegio de la comida y mandarle más tareas si no aprobaba.

–Maldita bruja...– Murmuró el castaño mientras volvía a coger el lápiz y comenzaba ha hacer otra fórmula.

Sus compañeros de cuarto no se encontraban, al menos, tenía eso de ventaja.

No podía más, necesitaba cerrar los ojos, aunque sólo fueran unos segundos... Se recostó en el escritorio, usando sus brazos como almohada y cerró los ojos, sintiendo tranquilidad.

Esos segundos se convirtieron en minutos, y los minutos en horas.

***

Camila limpiaba la cocina. Alguien había arrasado con todas las reservas que tenían, y lo había dejado todo patas arriba. Y claro, la que tenía el turno de limpieza por la mañana, era ella.

En cuanto terminó de recoger los restos, se puso con la vitrocerámica.

–¡Camila!– Aquel grito proveniente del salón la sobresaltó.– ¡tienes una maldita llamada!– Gritó la señora Growngry de nuevo.

¿La llamaban? ¿A ella?

Pero si no le había dado el número a nadie... hasta que cayó en que Austin le pidió su número de móvil para lo del trabajo, pero como se lo tuvo que entregar a la señora Growngry para que lo vendiera... le dio el fijo.

Rápidamente, corrió a atender la llamada. Le arrebató el teléfono a la vieja, ganándose una mirada fulminante por parte de esta.

–¿D-diga?– contestó con la voz entrecortada.

–¿Camila?– Preguntó la dulce voz de aquel chico que la tenía loca.

–La misma.– Rió la morena.

Oh... Hola nena, quería saber si esta noche harías algo...– Dijo Austin. A Camila le dio un vuelco al corazón.

–No, ¿por qué?– Preguntó la morena mordiéndose el labio inferior.

Pues... Los Way harán una fiesta y me preguntaba si querrías ir conmigo.– Lo dicho por el chico le borró todo rastro de felicidad. La fiesta, claro...

–Oh... No soy muy de fiestas, a demás, somos como los "anti-Ways" y no creo que sea bien recibida allí.– Le explicó mientras jugaba con el cable del viejo teléfono.

Bueno, si vas conmigo, estoy seguro de que lo serás.– La intentaba convencer.

–No sé... Todos ellos son unos idiotas, ellos me odian, y yo los odio. No puede salir nada bien.– la morena chica se mordía ahora la comisura derecha de los labios como signo de nerviosismo.

Estarás conmigo, no te dejaré sola en ningún momento, a demás, si algún Way te pone la mano encima o te dice algo, se las tendrá que ver conmigo.– rió Austin, haciendo también reír a Camila.– ¿Qué me dices?– Le preguntó.

–Yo... Está bien, pero tendré que escapar por la ventana porque no me dejan salir de noche.– "Bueno, no me dejan salir y punto." Pensó la chica.

Bien, te recogeré a las ocho y media. Ponte guapa, o sea, ve con lo que sea, que tú estás guapa siempre.– La piropeó. Menos mal que no podía verla, porque estaba más roja que un tomate.

–Gracias... Bueno, hasta luego.– Se despidió la chica intentando no tartamudear. Al oír cómo Austin colgaba, comenzó a saltar por todo el salón gritando: "tengo una cita".

***

Lauren entró por la puerta de su casa, dejó las llaves en la mesa del vestíbulo caminó hacia la cocina.

A medio día, estaba claro que tenía un hambre de lobo, así que no dudó en prepararse un buen sándwich bien grande.

Se fue a sentar al sofá, pero allí estaba Gerard, en calzones, restregando su mini-Gee por toda la tela de este mientras tarareaba una canción que salía por la MTV Rocks. Rodó los ojos por lo infantil que a veces eran sus hermanastros y se decidió a sentarse en el sillón de Donald, el cual estaba situado a un lado del sofá, mirando directo a la mesita de cristal tan cara que compraron en Marruecos.

–Hey Lauren.– Le saludó su hermanastro con un gesto sin dejar de menear el cuerpo suavemente al ritmo de la canción de Radiohead, Creep.

–Hey.– le saludó ella sin mirarle, pues estaba ocupada mirando ese delicioso y enorme sándwich que tenía entre sus dedos.

–¿Me das?– Preguntó Gerard haciendo un pucherito. Lauren paró sus movimientos en seco, mirándole con cara de: "ni-de-coña-te-haces-tú-el-tuyo."– Sólo un poco...– Le suplicó de nuevo, esta vez, juntando sus manos como si estuviera rezando. La chica rodó los ojos y le extendió el sándwich para que le diera una mordida.

Lo que era una mordida para Gerard, no era lo que Lauren tenía en mente. Le dio tal mordisco que se llevó más de la mitad. Lauren abrió la boca como indignada.

–¿¡Pero tú desde cuando eres un tiburón!?– Preguntó sujetando los restos con una mano. Gerard habló con la boca muy llena, con los mofletes hinchados como si de un castor o una ardilla se tratase.– Qué asco, por favor.– Se quejó Lauren. El pelinegro tragó y le sonrió, con todos los dientes manchados de comida. Lo que le dio más asco a Lauren.

–Voy ha hacerme otro...– Murmuró con cara de asco, dejando el resto en la mesa para que Gerard se lo comiese.

Cosas de hermanastros que los hacen hermanos.

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Nota:

Siguiente capítulo: el de la fiesta.

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