Me myself and my curse

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[Sigue Narrando Gerard putitas]

Al llegar a aquella pequeña tienda en la esquina de una calle bastante solitaria, lo primero que vi fue a unas cuantas personas de aspecto punk buscando música en distintas estanterías llenas de CDS, vinilos y cintas, y al vendedor, Matt, detrás del mostrador, leyendo una revista para adultos con total libertad, sin importar que la portada mostrara los enormes pechos de una mujer rubia con cara de éxtasis sexual fingido.

–Ah, Gerard, no has tardado nada.– Me dijo el chico, cerrando el manual del porno noventero que tenía entre las manos.

–Te dije que me pasaría luego.– Respondí incómodo, ya que no le conocía bien como para mantener una conversación.
Le vi trastear debajo de su mesa para sacar una enorme caja llena de vinilos plastificados, entre ellos el de The Smiths, mi tesoro...

–Muy bien, aquí lo tienes, serán trescientos dólares.– Me dijo poniéndolo delicadamente sobre la mesa de madera grafiteada.

–Sin problema.– Me metí la mano en el bolsillo trasero de mis jeans y lo noté vacío, al igual que el derecho, y los delanteros, y en mi chaqueta de cuero sólo llevaba mis llaves y el móvil. – A la mierda, me he olvidado la cartera en casa.– Claro, sólo me podía pasar a mí.

–Sin dinero no hay vinilo, amigo.– Me dijo Matt alejando a mi precioso bebé de mí.

–¿Puedo llevármelo y traerte el dinero?– Le pregunté un poco desesperado.

–Lo siento, la política de la tienda me impide fiar a los clientes.– Parecía tajante en su decisión, y yo no podía, o mejor dicho, no quería dejar aquí el vinilo para que cuando volviese con el dinero me dijera que ya lo había vendido.

–Venga por favor, soy Gerard Way, tienes garantizado el dinero, tío...

–Tío, me da igual que seas Way o Kennedy, sin dinero no hay vinilo,¿Capicci?– Me miró amenazante, como si se creyera mejor que yo.

–Kennedy o no, sigo siendo hijo de Donald Way, lo que significa que si chasqueo los dedos puedo convertir tu tiendecita en cualquier otro negocio más rentable...

–¿Me estás amenazando con comprar mi tienda, niño rico?– Me interrumpió hablando entre dientes.
Este no sabe las ganas de pelea que tengo.

–O eso o podemos demolerla contigo dentro, las dos me producirían satisfacción.– Me acerqué más a él para remarcar mi amenaza.

–Tú, pequeño cabrón hijo de...– No terminó de insultarme a la cara porque la campanilla de la puerta avisó de que alguien más había entrado, aparte de las personas que quedaban dentro.– ¡Frankie qué sorpresa!– Gerard giró la cabeza tan rápido que casi pudo notar el tirón que su cuello había sufrido. Oh sí, efectivamente era Frank, pero no estaba solo, no, para su maldita suerte estaba acompañado por Jamia.– Termino con este y te atiendo todo lo que quieras...– Y aquél tono... Oh, aquél tono tan asqueroso y baboso que utilizó Matt para hablarle, me puso los pelos como escarpias.

Todo el ambiente irradiaba malas vibraciones.

Vi cómo Jamia empujaba a Frank hacía unas estanterías, lejos de nosotros dos que seguíamos discutiendo.

–Bien, iré a mi casa y volveré con tu dinero, de hecho te daré cien más para que la próxima vez que venga me hables con más respeto.– Esa frase era la que utilizaba mi madre en cada maldita ocasión, y por dios, me odiaba muchísimo ahora mismo por decirla.
Bajé la mirada, obviamente sabiendo que no podía retractarme en lo dicho, y salí de la tienda algo agobiado.

Me abroché la chaqueta y me puse la capucha de la sudadera que llevaba debajo, porque el cielo de Nueva Jersey amenazaba con soltar su bien conocida lluvia contaminada.
Bien por mí, que planeé una tarde/noche perfectas, que tenía la hora bien planeada y ahora, que caminaba vuelta a casa con las manos vacías (y heladas por el puto frío), volvía la maldita depresión/ira/impotencia.
Estaba siendo un día nefasto, y todo por culpa de Frank, estoy raro desde que le ofrecí la tregua completa y comenzamos a... Comportarnos extraño, como amigos, pero también estaba lo de aquella tarde...
Ni siquiera sé qué cojones pasó en la clase de música, ni tampoco me explico por qué mierda no me lo quito de la cabeza, sólo sé que es lo más cercano que he tenido a un maldito amigo, y no sé qué mierdas hacen los amigos.
Entonces me paré en seco, mientras miraba hacia el suelo como si hubiera desbloqueado un trauma en mi cerebro. O al menos así tenía que verse desde fuera.

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