Keith

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Keith sangraba de una mano.

Y de una mejilla.

Y posiblemente tenía un par de costillas rotas.

Y definitivamente no podía ser normal ver doble... triple.

Caminó un poco. Sentía las piernas como gelatina y le costaba respirar cada vez más.
Tosió.
La pared contra la que se apoyaba fue salpicada por gotitas de sangre.
Bien, toser sangre tampoco era normal.
Trastabillo.
Su cabeza golpeó la caliente piedra.
Y se desmayó.

—¿Se pondrá bien? —dijo una voz femenina.
—Lo hará —respondió la nueva voz, esta vez masculina—. El veneno ya salió de su cuerpo y las heridas están sanando.
—¿Y eso es bueno?
—Bueno, vivirá, ¿no es eso algo positivo?
—No, no si es el paladín corrompido.
Keith oía cada palabra. Había recuperado la conciencia hacia unos segundos y no creía que era buena idea abrir los ojos aún.
—No sabemos si realmente Lotor logró corromper al paladín y si lo hizo, es poco probable que haya venido aquí —dijo la voz
—Lotor es impredecible, por eso es tan peligroso, si se enteró de que estamos aquí es obvio que mandaría a su mascota a matarnos.
—Los paladines son fuertes.
—Lotor es un maestro de la manipulación y lo sabes también como yo —replicó la mujer.
—Como sea —dijo el hombre ligeramente irritado—. Cuándo despierte lo sabremos.
Keith escuchó una puerta cerrarse y las voces alejarse gradualmente. Espero unos minutos sin moverse hasta convencerse de estar solo. Abrió los ojos.
La habitación no era más que una celda pequeña. Frente a él había una tosca puerta de madera. No había nada interesante en ella, una cama dónde estaba acostado, una silla vieja, no se molestó en observar el lugar a detalle.
Recordó las palabras de la mujer "el paladín corrompido", no tenía que ser un genio para saber que se referían a Lance.
Habían pasado días desde aquella vez que se comunicó con él, lo había intentado varias veces después,  pero era obvio que Lance no lo quería ahí.
Cerró los ojos.
Lo intentaría de nuevo. Tenía que saber la verdad.
Relajó la mente.
Su espíritu se elevó por encima  de su cuerpo. Flotó en medio de la nada. Una oscuridad densa se cernía alrededor de él.
Algo tiró de él. No tuvo miedo. Sabía quién tiraba del otro lado.
Recordó de pronto aquella leyenda japonesa sobre el hilo rojo que une a las almas gemelas. Era casi lo mismo.
Aterrizó.
Y se sintió estúpido.
E Incómodo.
Y ciertamente curioso.
Lance estaba ahí.
Con su familia.
Y a juzgar por la vela del pastel, con once años menos.

Keith se ocultó a tiempo para evitar ser visto, lo que era un poco estúpido pues no estaba realmente ahí.
La familia de Lance se apilaba alrededor de la gran mesa donde había un enorme pastel con la imagen de una vieja serie animada.
David, con su cabello castaño largo hasta los hombros, tenía un brazo alrededor de los hombros de Scott quien movía nerviosamente las manos, le era raro ver al segundo de los McClain sin sus anteojos. Distinguió también a Gina, la querida prima que aún con siete años parecía tan madura como siempre, la madre de Lance intentaba, en vano, evitar que Susana se quitará el gorrito de fiesta de la cabeza, era obvio que la niña detestaba esa cosa.
Y en medio, con su carita iluminada por la inocencia y alegría típica de los niños, estaba Lance.
Llevaba una corona dorada de plástico sobre la cabeza y movía la cabeza feliz al escuchar a su familia cantarle. Keith entendía perfectamente la letra (lo que era muy extraño ya que la canción era en español), era parecida al "Happy Birthday" pero en versión larga. Una muy larga versión.
Después de que Lance apagará  la vela todos comenzaron a gritar una sola palabra. Lance se inclinó sobre el pastel con la boca abierta para morderlo; segundos después la adorable carita de Lance era aplastada contra el pastel por nada mas y nada menos que su padre.
Keith no pudo contener un  "awww" al ver la mirada sorprendida de Lance tras esas capas de betún azul. Se llevó las manos a la boca completamente sonrojado.
Algo era claro.
Lance fue el niño más adorable sobre el universo.
Y eso le afectó.
Se ocultó tras la pared y se abrazó las piernas intentando no llorar.
No lo logró.
Las lágrimas caían por sus mejillas y sus rodillas ahogaban sus sollozos. Había tanta inocencia en aquel niño, le dolía saber que se le arrancarían de golpe.
—No llores —dijo una voz dulce y cálida.
Keith levantó la mirada.
El pequeño Lance estaba ante él con una sonrisa triste y un plato con pastel en la mano.
—Mira te traje pastel —¿por qué podía entender el idioma?
—No me gusta el pastel —dijo Keith.
—¿No? —Lance parecía estar a punto de llorar. ¿Alguna vez alguien se resistió a esa mirada de cachorro? Lo dudaba.
—Quiero decir... no me gusta si no es de color azul.
—Éste es azul.
—Entonces me gustará.
Lance rió. ¿Cómo podía estar corrompida una persona si sus sueños trataban sobre su familia? ¿Cómo podría estar Lance corrompido si era capaz de darle pastel en la boca?
Keith comió. Por supuesto el pastel no le supo a nada. Al fin y al cabo era un sueño.
Mini- Lance dejó el plato en el suelo y abrazó torpemente a Keith.
Éste lo tomó y lo hizo sentarse sobre sus piernas abrazándolo, era como abrazar un muñeco de peluche.
Lo besó en las regordetas mejillas, provocando que el niño se riera.
No había más que cariño en Keith. Y unas ansias feroces de protegerlo de todo el dolor que sabía iba a sufrir tarde o temprano.
Al Lance de dieciséis años quería hacerle cosas innombrables en una cama, al de cinco sólo quería tomarlo y llevárselo a dónde nadie pudiera lastimarlo.
Considero la idea de hacerlo, cuando la risa seca de Lance lo hizo mirarlo.
El niño tenía el rostro deformado por una grotesca sonrisa que le heló la sangre.
—¿Lo escuchas? Se mueren y les duele mucho —dijo Lance. Incluso su voz era terriblemente monstruosa. No había nada de inocencia en ella.
Keith lo cargó y echó un vistazo a la sala.
Lo que vio lo llenó de horror.
Sangre.
Por todas partes.
David y Scott yacían muertos sobre el suelo, un charco de sangre los rodeaba.
Gina vomitaba un líquido negro y viscoso sobre la mesa para luego desplomarse con los ojos vacíos de vida.
Todos morían.  Los padres de Lance, sus abuelos, sus tíos.
La pequeña Susana, de sólo cuatro años, con un vestido de princesa azul se tambaleaba en su dirección, como si intentará llegar a él.
La sangre salió de su boca manchando su vestido y cayó muerta sobre su hermano David.
—¿Sabías que el veneno es malo para la salud? —dijo Lance en su oreja.
Lo dejo caer con repulsiin y horror, y el niño se golpeó la cabeza contra el suelo.
—¡Idiota! —bramó, un hilillo de sangre salía de su frente.
Ese no era Lance. Él jamás haría daño a su familia, ni siquiera en sueños.
Keith salió corriendo de la casa mientras oía al pequeño Lance reír y llamarlo cobarde con una voz fría y cortante.
Quería volver.
¡Debía volver!

Abrió los ojos espantado.
Una mujer de tez morena lo miraba preocupada.
—Tranquilo, no pasa nada.
Keith respiró aliviado.
Y entonces lo vio sonreír.
Detrás de la mujer estaba Lance.
Keith gritó con el terror recorriendole las venas.
Se desmayó.

—No grites, por favor —pidió el chico.
Keith hizo un gran esfuerzo para no hacerlo.
—La verdad es la primera vez que alguien se desmaya después de verme. No sabía que era tan espantoso.
El chico sonrió y Keith se sintió estúpido.
Sí, la piel tenía la misma tonalidad dorada, los ojos eran del mismo azul profundo, pero Lance no tenía las orejas puntiagudas y el cabello largo y de color azul cielo. Además Lance era humano, el chico frente a él era obviamente alteano.
Estaba sentado frente a él. Tenía un pedazo de tela que puso sobre la frente de Keith.
—Lo siento. Es sólo que me recordaste a alguien.
—Está bien. No importa. Me llamó Nakir —dijo el chico.
—Y yo soy Keith.
—¿A quién te recordé?
—A un amigo.
—¿Aún lo es? Si no recuerdo mal estabas aterrado. Si yo viera a un amigo no reaccionaria así.
—Es complicado.
—Déjame adivinar, te recordé al paladín de Lotor.
Keith sintió la bilis en su boca.
—No es de Lotor —casi escupió.
—Entonces, ¿por qué te asustaste de esa manera?
Hizo una mueca.
—Entré a su mente. No fue agradable.
—Me imagino que no. Yo... también pasé por lo mismo.
Keith entrecerró  los ojos.
—¿En serio?
—Mi padre —asintió el joven— Lotor lo secuestró hace años. Lo cambió por completo. Mi padre era muy fuerte mentalmente hablando, y aún así Lotor logró corromperlo. Lo volvió su marioneta sólo para probar que podía hacerlo. Semanas después de que lo secuestraran entre a su mente para darle, no sé, ánimos supongo, pero aparecí en uno de sus recuerdos—el chico se estremeció— fue horrible, comenzó como un recuerdo agradable pero terminó siendo una pesadilla. Ahí fue cuando supe que lo había perdido, él ya no era más mi padre.
Keith sintió que la rabia le calentaba las venas.
—¿Volviste a verlo? 
—No, y no deseó hacerlo, prefiero recordarlo como mi padre y no como el monstruo en que se convirtió. Si viste lo mismo con tu amigo... Lo siento, pero no creo que puedas salvarlo.
—Lo intentaré.
—Por supuesto que lo harás. Pero te lastimará. Encontrará la manera de torturarte. Lo siento, pero así será.
Lo ignoró.
Nakir intentó seguir hablando con él pero Keith se negó a decir nada.
Al poco rato escuchó al joven levantarse.
—Llamaremos a tus amigos para que vengan por ti. Tienes que irte, lo menos que queremos es que Lotor nos encuentre.
—¿Tanto miedo le tienen?
—No has llegado a conocerlo. Zarkon era malo, pero su hijo es mucho peor, todos sabíamos que Zarkon buscaba el poder absoluto del universo y en base a eso destruía, Lotor sólo lo hace porque puede hacerlo. Piensa en ello. Si Lotor quería a tu amigo, no volverá a ser el mismo. Ya no puedes salvarlo.

La puerta se cerró.

¿Era verdad?
¿Ya no podía salvar a Lance?
Se resistía a creerlo.
Tenía que intentarlo.
Intentaría salvarlo sin importar que todos le dijeran que era imposible.
Entraría a aquella barrera puesta por Lotor y rescataría al Lance que sabía aún seguía ahí.
Lo haría aunque eso le costará la vida.
Lo juró.

Don't Leave AgainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora