30.

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Estaba segura que me arrepentiría que haber dicho esas palabras. De pedirle, o más bien rogarle, que no se fuera. Pero ya estaban dichas. No había vuelta atrás. Los muros de «estoy bien» los había derrumbado. Y me mostraba tan vulnerable como me sentía. Reabría esa vieja herida y la exponía al causante, para que hiciese con ella lo que quisiera.

Lo necesitaba. Nunca dejé de necesitarlo en todo este tiempo. Incluso mas como mi amigo que como mi amante... Sus abrazos, sus bromas, sus regaños, sus molestias que a veces no entendía bien, su forma de soportarme y a la vez hacerme ver cuando actuaba como una tonta. Las noches que pasaba horas escuchando mis problemas o las cosas que me hacían felices.

Poncho fue para mi el mejor amigo que se puede tener. Y la atracción que sentíamos el uno por el otro no hacía más que fortalecer esa conexión y el amor entre ambos.

Por lo que perderlo, para mi, fue una de las cosas más dolorosas por las que tuve que pasar.

Y ahora que lo tenía aquí, volviendo a ser ese Poncho que por años añoré, pensar en que se alejara de nuevo, aun más en la situación que me encontraba, me hacía doler el corazón con fuerzas.  ¿Se sentiría él siquiera un poco como yo?

—Any.. Estaré siempre que me necesites.

—Te necesito mucho ahora... —solté las palabras sin más, pude observarlo tragar grueso.

—Aquí estoy.

Bajé la vista, de forma automática quizá, a sus labios. La verdad, si algo necesitaba con urgencia, eran sus besos. Esos besos que para mi eran la cura de todo.

Mi cuerpo vibraba a causa de los acercamientos que habíamos tenido. Siempre se alejaba y lo entendía, de verdad que si, porque a estas alturas era gran un error dejarnos llevar. Pero ahora en este momento quería ser una maldita egoísta y tenerlo para mi. Quería olvidarme de Diana y sobre todo de Manuel. Quería olvidarme de los medios, de la prensa, de nuestra familia y amigos, de México, de Chiapas, de política y series de televisión. En este momento quería que  fueramos solo él y yo, y la vista a Cancún desde el ventanal. Que se detuviera el tiempo justo ahí.

—Any —susurró mi nombre muy suavemente y sentí estremecerme.

—Shhh.. —lo acallé subiendo mis manos lentamente por su pecho hasta sus hombros y nuca, sin despegar su mirada de la mía. Bien sabía que mi mirada lo enloquecía y debía jugar con eso a mi favor. Aunque suya también me enloqueciera a mi.

Entornó sus ojos acercándose lentamente, casi inconsciente a mi y supe que había ganado esta batalla. Respiraba sobre mi boca posando sus manos en mi cintura acercándome a él.

—No es justo lo que haces.

—Lo sé —respondí simplemente, sin disculparme, porque no quería hacerlo. Cerré los ojos y me acerqué un poco más— Pero extraño tus besos.

Sentí su aliento y su gemido ahogado pegado a mis labios dejándome ver que también necesitaba los míos, sentí su lucha por resistirse, sentí sus dudas y hasta sus miedos. Pensé por un segundo que me echaría a un lado como las otras veces y estaba segura que otro rechazo no podría soportarlo. No con lo rota y necesitada de él que me sentía. Pero, finalmente, sentí su rendición en forma de un suspiro y sus labios buscar los míos.

Algo el mi hizo chispas y estaba segura que en él también. Atrapó mis labios de forma tan desesperada y tan necesitada como nunca antes lo había sentido en él. Pero a la vez, era tan suave y pasional como lo recordaba.

***


Estaba perdido. Justo en el instante en que la besé me sentí tan liberado y desorientado a la vez. Tantos años por alejarla para evitar hacerme más daño y actuar con indiferencia se resumía a ese instante, donde todo lo demás simplemente desaparecía con el toque de sus labios. Esos labios que tenían un poder extraordinario sobre mi.

Mientras el beso se hacía más intenso y urgente todo nuestro entorno simplemente desaparecía. Nada existía más que nosotros dos. La unía más a mi mientras la tomaba por la nunca y me rendía ante ella. Ella por su parte hundía sus dedos en la masa espera de mis cabellos y justo ahí me sentí más vivo que nunca.

La extrañaba ¡Joder! Claro que si. No podía negarlo más. No cuando mi mano libre viajaba lentamente hacia la abertura del vestido que me tenia atormentado desde hacía unas horas. Necesitaba tocar esa piel ahora que podía y hacerlo, de un momento a otro, nos cegó y nos llevó a otro nivel. Recorrí su pierna a mismo tiempo que la guiaba hasta el borde de la enorme cama, caímos en ella y pude acariciar su pierna por entero cuando la ancló en mi cadera. Nos besamanos sin piedad, como si fuese ese beso el salvavidas de todos los problemas al rededor. Un beso que nos transportó años atrás.

Nos separamos un poco por falta de aire y la conciencia de lo que  hacíamos venía a mi con fuerza pero también imagen de Anahí llorando por Velasco. Lo último cobró más fuerza cuando ancle mis ojos en los suyos que, expectantes por mi reacción, aún evidenciaban los restos de sus lágrimas.

La necesidad por protegerla cobró más fuerza que la culpabilidad por lo que hacía cuando cerró sus ojos, pero aun así, las lágrimas que trataba de contener escaparon por los costados.

—Lo siento —musitó, disculpandose esta vez. Pero no quería que se disculpara, porque no quería admitir en ese momento que lo que hacíamos no estaba bien.

Así que simplemente la besé de nuevo.

Anahí me siguió el beso con más pasión esta vez. Bajé los besos a su mandíbula y a su cuello donde podía sentir sus latidos desbocados al tiempo que los dedos de Anahí en mi cabello impedían que me separase.

De todos modos no podí hacerlo. Ya no.

—Poncho.. Necesitaba tanto tus besos—jadeaba buscando mi boca nuevamente con anhelo, haciéndome sonreír ente cada beso. Iba a responderle que yo también cuando el sonido inconfundible de una celular irrumpió trayendome una vez más a la realidad.

Me senté en la cama con la respiración acelerada mientras divisaba el iPhone de Anahí en el suelo, con el nombre Manuel Velasco en llamada entrante.

Siempre Serás Tú. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora