9.

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De nuevo estábamos aquí sentados, casi sin hablar. Él me veía de arriba a abajo y eso me espantaba. Temía que viera a través de mi, para él siempre fui transparente y eso me gustaba.

Pero ahora...

—Manuel y yo peleamos, si. Pero nada que no pase siempre —comencé— en todas las parejas, me refiero.

—En la mía, no —espetó, mirando mi muñeca.

—Vale, restriegamenlo en la cara. Tengo una mierda de relación y tú, una perfecta.

Vi arrepentimiento en su cara por mis palabras.

—No dije que fuera perfecta. Solo que no me cabe en la cabeza que pudo pasar para que te hiciera esas marcas.

—Bajale a las marcas que tampoco fue tan fuerte. Estaba furioso porque no quise ir a un evento político, solo quise vacaciones, estaba cansada. Pero lo entiendo en cierto modo, es mi deber Poncho, soy primera dama.

—¿Lo estás defendiendo?

—No —murmuré bajando la cabeza— solo digo que es mi deber.

—Tú deber ahorita es el de madre, Any —suspiró, tomó un mechón de cabello y lo pasó detrás de mi oreja, yo temblé con ese simple acto, con su tacto— te ves tan.. frágil y cansada.

—Quizá lo estoy —las palabras me salían a susurros, mi corazón comenzó a saltar como loco mientras sus dedos bajaban por mi mejilla. Y sé que él pudo notarlo, a juzgar por su media sonrisa.

***

Moría de ganas de abrazarla como hace mucho no lo hacía. Su carita comenzaba a reflejar el montón de emociones que sentía por dentro y sus ojeras se intensificaron. Era tan frágil y tan delicada que me daban ganas de cuidarla. Por un momento vino a mi esa Any de antes, esa niña que lloraba entre mis brazos cuando algo le pasaba, que buscaba consuelo en mi.

Y recordé un día, cuando le había prometido siempre estar para ella, aunque estuviésemos miles de kilómetros lejos, siempre podría contar conmigo.

Y ahora que la tenía aquí, luchaba tanto para no derrumbarse, para mantenerse en pie.. y ¿que hacía yo?

Una parte me decía: ¡Alejate! ¡Tu felicidad y estabilidad ahora es Diana!

Y la otra parte, la menos sensata, quería complicarse la vida con Any.

Tomé su mano, controlando el impulso de estrecharla en mis brazos.

—Te mereces hacer lo que dicte tu corazón, Any, si no estás bien con tu vida ahora, no vale la pena tanto esfuerzo —señalé al pasillo con las únicas dos habitaciones del depa— tienes a ese pequeñín ahora, se merece conocer a esa Anahí feliz que todos conocimos, la que siempre hacía lo que le venía en gana, la que amaba lo que hacía, la entregada a sus fans. No esa primera dama remilgada, parada al lado de un gobernador sonriendo falsamente. ¡Siempre has odiado la política!

Sonrió entre lágrimas y eso me estrujó el corazón.

—Lo haces sonar tan fácil.

—Pero no es fácil. Hay quién siempre va a criticar, pero tienes la suerte de tener el apoyo de muchísimas personitas —le toqué la nariz, esa naricita linda llena de pecas que siempre me había gustado molestar y besar. Ella siempre se enojaba, pero me gustaba más aún cuando la arrugaba... Oí decirle algo que no entendí y volví a la realidad— ¿Perdón?

—Oh, no.. Nada —se ruborizó. Comenzamos a oír quejidos en el intercomunicador sobre la mesita y se levantó de un salto— es Manu, ya vuelvo.

Minutos después regresó con el bebé en brazos, fue hasta la cocina y preparó hábilmente un biberón, yo la veía embelezado. A pesar de ser madre primeriza y andar en eso solo dos meses, se le daba muy bien. A Dan no lo pude cargar hasta haber cumplido el mes sin miedo a que se me cayera y le pasara algo.

Se sentó a mi lado con su copia en miniatura mientras le daba el biberón, yo no podía más que sonreír por lo hermosa que se veía. A pesar de mi shock inicial el día anterior.

—Te sienta muy bien —se giró y me sonrió con felicidad.

—A ti también, te lo dije hace unos días.

—¿Que me dijiste? —la miré confundido.

—Que.. se te daba muy bien y.. ¿no lo leíste?

—¿Leí que cosa, Any? —ahora si no entendía.

—Oh, nada. Olvídalo —dejó el biberón amarillo a un lado y levantó al pequeño— hora de sacarte los gases, mi amor —le habló como bebé y yo reí mientras le daba pequeñas palmaditas en la espalda pero aún no entendía lo que me había dicho.

—¿Me habías escrito?

—Si, por privado en instagram, y lo leíste. Seguro lo olvidaste, no te preocupes.

—No, no. No vi ningún mensaje tuyo. De verdad —saque mi Iphone y le mostré los mensajes, no había ninguno de ella. Frunció el ceño, revisó el suyo y me mostró.

Efectivamente, me había escrito, y lo había visto. Pero extrañamente en mi celular no tenía nada. Luego comprendí.

—Ya, seguro fue Diana que... —me callé pues Any giró la vista no sin antes apretar los labios, avergonzada— lo siento.

—No pasa nada.

Vi de nuevo el texto y sonreí. “Que afortunada tu mujer...

Siempre Serás Tú. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora