33.

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La luz solar que se colaba por la rendija de las persianas comenzaban a molestarme los ojos. Entorné los ojos estirándome lo poco que el cuerpo a mi lado me permitía.

Observé a Poncho respirar sobre mi cuello, con sus fuertes brazos rodeandome la cintura dejándome prácticamente encarcelada a él. Si bien sabía que debía levantarme, no quería. Así que me quedé un rato más mirándolo dormir.

Los años, aunque quisiéramos, no pasaban en vano. Y las líneas de expresión de Alfonso daban cuenta de ello. Sin embargo esas arruguitas que comenzaban a formarse en él lo hacían ver increíblemente más sexy ¿Era posible eso?

—¿Ves algo que te guste? —murmuró con voz ronquita sin abrir aún los ojos y reí.

—Si. Lo que han hecho los años en ti.

Poncho abrió los ojos de golpe.

—¿Me estás llamando viejo?

Me mordí el labio para evitar reírme y desvié la vista a las puertas francesas.

—¿Cerraste las percianas anoche?

—Lo hice esta mañana —se estiró en la cama y se sentó sacado sus pies— te recuerdo que eres mayor que yo por unos tres meses.

—¿Me estas llamando vieja? —abrí los ojos y la boca falsamente indignada y le lancé una de las almohadas antes de reír, acompañada de él.

Aún no creía lo bien que nos habíamos despertado pese a lo que vivimos la noche anterior. Esta era la parte de la amistad que más me gustaba y volverlo a sentir fue como un sueño.

Poncho se giró y me depositó un beso en la frente antes de levantarse e ir al cuarto de baño. Segundos después mi celular comenzó a sonar desde algún lado en la cama.

Rato después Poncho salió del cuarto se baño con el cabello mojado y una toalla blanca en torno a su cintura y mordí mi labio ante tal visión. Y es que, además de arruguitas, poseía unos músculos de infarto, producto de su arduo entrenamiento.

—Usé tus cosas de aseo ¿no hay problema?

Negué con la cabeza y respiré para recomponerme.

—Los guías me llamaron hace un momento ¿sigue en pie lo de la isla, no?

—¡Claro! —me sonrió y recogió su ropa— me vestiré y bajaré a preparar desayuno. Te espero.

Asentí y él salió. Una vez sola me lancé en la cama con un suspiro. Estaba hecha un lío. Todo estaba resultando tan tranquilo y tan bien, tan normal. Quizá aún queríamos mantenernos más tiempo en esa burbuja que inevitable sabíamos que estallaría. La noche anterior había evitado hablar del tema, más no podíamos darle más largas. Hoy hablaríamos.

No por mi. Por que a fin de cuentas lo que menos necesitaba era pensar en mis problemas con Manuel, porque lo que menos quería era seguir siendo su esposa.

Pero él... Sabía que quería a Diana. Diana de todos modos era una buena mujer, debía admitirlo. Por más que me doliera tener sexo con él y observar su anillo de bodas, más me dolía que se lo hubiera sacado y con eso querer erradicar un matrimonio que sabía que existía y yo estaba destruyendo.

Hasta entonces no lo había visto así.

Suspiré y me frote los ojos. Aproveche el momento a solas para marcarle a mi mamá. Marqué la última llamada saliente y luego de unos repiques, oí la voz risueña de mi madre.

—Hola mi chiquitita. Buen día.

—Buenos días, mami.

—¿Como has dormido?

Siempre Serás Tú. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora