12.

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Las maletas con mis cosas y las de Manu ya estaban listas al lado de la puerta principal. Debía regresar a mi casa en Chiapas y la sola idea me producía una punzada de dolor en la cabeza. Pero debía dejar de pensar en mi y concentrarme en mis labores de esta semana.

Si a algo no me resistía, eran a las labores sociales y caritativas. Al día siguiente donaríamos aparatos auditivos a la fundación de niños sordos en Chiapas y solo eso me hacía regresar.

Ayudar a las personas me hacía sentir bien y si eran a niños, aún más.

Pero había algo que no me sabía a bien. Manuel se estaba portando muy extraño. No me había insistido el resto de la semana de la semana, me escribía por la mañana para desearme un lindo día y por la noche dulces sueños. Nada más. De hecho, la información de que la donación sería mañana me había llegado directamente de la fundación. Cuando le comenté solo me dijo: "Está bien, te espero mañana. Solo te pido que nadie más sepa que fuiste a CdMx. Te amo."

No comprendía su misterio. Estaba claro que había mentido sobre mi estado, pero en líneas generales no entendía por qué. Yo era de aquí, era totalmente compresible que quisiera estar con mi familia y perderme algunas reuniones ¿no?

Miré el reloj en la pared, eran las 9 de la mañana. Poncho llegaría en cualquier momento y no sabía que me tenía más nerviosa, el mal sabor de boca que tenía con respecto a Manuel, o verlo a él.. En cualquier caso necesitaba verlo.

Habíamos hablado por texto estos días pero no lo veía desde la última vez, cuando se había presentado por segunda vez en mi depa.

Y moría por verlo.

Sonó el timbre y casi salí corriendo. Me detuve y respiré hondo antes de abrir la puerta. Poncho estaba del otro lado con una pequeña sonrisa nerviosa en su rostro. Vestido con jeans y una camiseta negra de los Ramones, se veía más joven y.. sexy. Me mordí el labio, nerviosa también.

-Hey, Any.

-Pasa -lo tomé del brazo para hacerlo entrar y la corriente familiar que sentí no me pasó desapercibido.

Me estremecí. ¿Él la habrá sentido?

-¿Como estás? -me preguntó luego de soltarnos.

-No lo sé -dije sincera.

-¿Me explicas? -nos pusimos cómodos en el sofá.

-¿Sabes esa sensación que a veces me da cuando algo no va bien?

-Si, y muchas veces tienes razón.

-Siento algo así. No me preguntes por qué pues no tengo ni idea, solo siento como una opresión en el pecho. Y nervios -Poncho me vio con una cara de saber algo, pero que no sabía si contar o no- ¿Que pasa?

-No lo sé, aún no sé Any. Pero las cosas no pintan muy bien. Hay mucho misterio al rededor de Velasco. Christian se contactó con un antiguo miembro del gabinete sin darle su verdadera identidad; no nos quiso decir mucho, solo que tenía más poder de lo que podríamos imaginar. «Detrás de esa cara de esposo tonto hay un hombre muy, muy peligroso. Estás loco si quieres acercarte» fue lo que dijo.

Me tapé la boca con las manos. En ese instante Manuel no me importó en lo más mínimo, tampoco me sorprendía, pero me preocuparon ellos dos. No quería que algo pudiera pasarles.

-Poncho, ya basta con eso ¿vale? Estoy intranquila y ustedes haciendo esto me ponen mala. Por favor -le rogué- si llega a enterarse de que lo espían, de la que se va a armar.

-¿Tienes miedo, no?

-De él no -mentí un poco- pero lo que pueda pasarles a ustedes, si. No sacrifiquen sus carreras de esa manera, Poncho. No vale la pena.

-Para mi si.

Joder. No me esperaba eso. Se veía sinceridad en su cara, yo realmente le importaba si hacía eso.

No pude reprimirme y lo abracé, me lancé en sus brazos y él me rodeó con los suyos. Allí, sentados en el sofá, mientras me embriagaba con su loción, me sentí con unos 12 años menos. Y esa sensación de estar abrazada a él, como si el tiempo no hubiese pasado, era increíble.

Me acariciaba el cabello calmandome y me decía que todo iría bien. Nunca nadie me reconfortaba de esa manera. Solo él.

-Prometeme que estarás más alerta a las cosas que hace.

-Esta bien.

-Y que no dejaras que te lastime nuevamente.

Solo asentí. Me levantó la cara y me apartó unas cuantas lágrimas. La forma que tenía de mirarme siempre me había enloquecido, y años después seguía igual. Estaba como hipnotizada con sus ojos. Seguro y me veía boba.

Estaba susceptible, quizá por el recién embarazo, por la falta de sexo o porque Poncho siempre había tenido ese efecto en mi.. ¿quién sabe? Pero en ese momento sentí un cosquilleo entre mis piernas. Solo quería besarlo. Como antes.

Levanté mi mano y con delicadeza acaricié su mejilla y fui bajando con un dedo bordeando sus labios hasta su barbilla y ahí me detuve. Alcé la mirada hasta la suya y podría jurar que él también quería lo mismo.

Pero como siempre, Poncho fue el de la mente fría. Se apartó de mi de un salto y visiblemente incomodo. Se frotó la nuca mientras yo cerraba los ojos y maldecía internamente.

¡Vaya imbécil eres, Anahí!

Siempre Serás Tú. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora